El jesuita p. Karl Rahner fue uno de los primeros en reconocer que el Concilio Vaticano II había transformado a la Iglesia Católica occidental en una Iglesia Mundial. Afirmó: «El Concilio Vaticano II fue el primer gran evento oficial, en el que la Iglesia se convirtió en una Iglesia mundial»[1]. Si en el Concilio Vaticano I estaban presentes incluso los obispos de países no occidentales, estos eran todavía en su mayoría obispos misioneros de origen europeo y norteamericano. Los obispos que participaron del Vaticano II provenían de 116 países, la mayor parte de los cuales eran nativos: el 36% venía de Europa, el 23% de América Latina, el 12% de América del Norte, el 20% de Asia y de Oceanía y el 10% de África. En el Sínodo extraordinario de los obispos de 1985, en Roma, el 74% de los obispos venía de países no europeos o de América del Norte, lo que reflejaba la proporción (más del 70%) de los católicos de todo el mundo.
La más antigua de las instituciones del mundo, la Iglesia Católica, es realmente una Iglesia global[2]. Con 1.300 millones de miembros, representa más del 50% de los 2.500 millones de cristianos del mundo. Estas enormes cifras y su organización internacional hacen de la Iglesia Católica un actor transnacional. Estimaciones recientes muestran que los protestantes dan cuenta aproximadamente de un 37%, y el resto de las Iglesias ortodoxas del 12%. Otras comunidades, menos tradicionales, como los miembros pertenecientes a la Ciencia Cristiana, los Mormones, los Testigos de Jehová, representan cerca del 1%. Hoy están creciendo con rapidez las comunidades pentecostales, carismáticas o de la Renovación, con más de 682 millones de miembros[3].
Cambios demográficos
Sin embargo, el rostro del cristianismo mundial hoy está cambiando. Las principales Iglesias europeas y norteamericanas siguen perdiendo miembros, lo que ocurre en magnitudes particularmente relevantes en la Iglesia Católica. En América Latina, donde viven unos 425 millones de católicos, el crecimiento del cristianismo evangélico y pentecostal significó el éxodo de decenas de millones de miembros de la Iglesia Católica. Los pentecostales se atribuyen alrededor del 70% de todos los protestantes latinoamericanos. Basándose en un culto sobrenatural, emotivo y en las oraciones de sanación, a menudo predican el «evangelio de la prosperidad», o evangelio de la salud y de la riqueza, que hunde sus raíces en el pentecostalismo estadounidense[4]. Precisamente el pentecostalismo, en su diversas formas, ha sido especialmente atrayente para los pobres de América Latina. Los pentecostales son evangelizadores eficaces, con su celo por comunicar su fe, el acento puesto en los dones carismáticos y en una experiencia subjetiva de Dios. Elementos que la teología occidental perdió de vista hace ya bastante tiempo.
En Estados Unidos el porcentaje de católicos cayó del 23 al 20%, con una reducción mayor en el Noreste[5]. La caída es más sensible entre los adultos jóvenes. El 36% de los post-millennials (jóvenes de entre 18 y 24 años) no tiene relación con ninguna tradición religiosa. Se les conoce como los “no”, por la respuesta negativa que dan cuando se les pregunta por su filiación religiosa.
En 1910, Europa albergaba el 65% de los católicos del mundo, frente al exiguo 24% actual[6]. La caída se debe, entre otras razones, a las bajas tasas de fertilidad, al hecho de que la mayor parte de los cristianos es anciana y al aumento de quienes abandonan el cristianismo. El número de personas que participan de la Misa continúa disminuyendo. La caída no afecta solamente a los católicos: una investigación de Stephen Bullivant reveló que en 12 de los 22 países europeos examinados, más de la mitad de los adultos jóvenes declara no identificarse con una religión particular o con alguna denominación específica.
Sin embargo, mientras el cristianismo está en declive en Occidente, está explotando en África, Asia y América Latina, es decir, en zonas que suelen denominarse «el Sur del mundo». Según una encuesta del Pew Research Forum, más de 1.300 millones de cristianos (61%) viven en el Sur del mundo, frente a los cerca de 860 millones que viven en Europa y América del Norte (39%)[7].
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En África, el crecimiento del cristianismo ha sido extraordinario: de los nueve millones en 1900 a unos 380 millones hoy. De acuerdo a Todd Johnson y sus colaboradores, «antes de 2050 probablemente habrá más cristianos en África (1.250 millones) que en América Latina (750 millones) y Europa (490 millones) juntos»[8]. Esto significa que terminará el dominio numérico de Europa sobre el cristianismo global, como sucedía en el pasado.
En Asia, el cristianismo continúa creciendo, sobre todo en sus expresiones evangélicas y pentecostales. Los 17 millones de evangélicos y pentecostales asiáticos de 1970 hoy se han multiplicado hasta superar los 200 millones. En Singapur, Corea del Sur y Filipinas existen las Mega-Iglesias con decenas de miles de miembros. En Indonesia y Malasia la adhesión al cristianismo crece entre budistas y confucianos. Muchos de estas Iglesias predican el evangelio de la prosperidad. En China el cristianismo sigue progresando, no obstantes los esfuerzos del gobierno actual por controlarlo. Se calcula que los católicos oscilan entre los 10 y los 12 millones, con un crecimiento lento. Los cristianos evangélicos y pentecostales son entre 40 y 60 millones, aunque algunos estiman números más elevados, que llegan hasta los 100 millones.
Desafíos
Si bien el Concilio Vaticano II hizo mucho por renovar y revitalizar la Iglesia, esta debe afrontar actualmente muchos desafíos, más allá de la caída del número de sus miembros. Los abusos sexuales de menores por parte de exponentes del clero causaron graves daños, llevando a la Iglesia a enfrentar su crisis más grave desde los tiempos de la Reforma. El problema, inicialmente descartado por algunos en Roma como una cuestión estadounidense, ahora es mundial[9].
Otro desafío es la carencia de sacerdotes, teniendo en cuenta que muchos de los que hasta hora estaban activos alcanzan la edad de jubilación y que las nuevas vocaciones al ministerio del orden disminuyen. En Europa muchas parroquias cierran o se unen con centros pastorales. Algunos países dependen cada vez más del clero nacido en el extranjero.
La diversidad cultural y el pluralismo religioso son también claros desafíos. Como comunidad global, la Iglesia Católica está presente en países cada vez más laicos y convive con otras religiones que no siempre muestran una buena disposición hacia ella. Si en América Latina los católicos trabajan con escaso éxito en establecer mejores relaciones con las florecientes Iglesias pentecostales, en China, la India y en algunos países islámicos deben hacer frente a gobiernes hostiles, presiones políticas, ausencia de libertad religiosa e incluso persecuciones. Muchas Iglesias nacionales están desgarradas por facciones internas que representan una amenaza para la unidad. Finalmente, aún está por verse cómo las Iglesias se recuperarán de los cierres causados por la pandemia y del consecuente cambio en las prácticas religiosas.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco se ha empeñado en impulsar a la Iglesia hacia delante, proyectándola en un mundo muy necesitado del Evangelio y desviándola de un enfoque «autorreferencial» sobre sí misma y sus propios problemas. El Papa imagina un discipulado misionero, capaz de combatir los «mitos de la modernidad» («individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas»[10]) y de llevar la buena nueva a las periferias, a todos los excluidos: los pobres, los inmigrantes, los que sufren. Quiere que la Iglesia sea conocida no por aquello a que se opone, sino por aquello a lo que es favorable, una Iglesia que construye puentes. ¿Qué aspecto podría tener una Iglesia como esa?
Mirar hacia delante
En 2009, John Allen publicó un libro sobre la Iglesia del futuro. A partir del hecho demográfico de que la mayoría de los cristianos pasaron de estar en Europa y América del Norte a situarse en el Sur del mundo, el autor predijo que el catolicismo del futuro sería muy diverso del actual. Este sería en su mayoría no occidental, no blanco y no rico, más conservador sobre cuestiones sexuales, más liberal sobre temas de justicia social; contrario a la guerra, favorable a las Naciones Unidas y desconfiado del capitalismo de libre mercado; más bíblico y evangélico al afrontar las cuestiones culturales; más atento a su fuerte identidad católica frente al pluralismo religioso. La Iglesia del futuro será más joven, más optimista y más abierta a la práctica religiosa autóctona[11].
¿Qué podríamos añadir, a la luz de los esfuerzos que el Papa Francisco está llevando a cabo para renovar la Iglesia, especialmente en lo que concierne a los desafíos que hemos mencionado más arriba?
Una Iglesia policéntrica
La Iglesia del mañana será policéntrica en lugar de eurocéntrica. Francisco espera un mayor reconocimiento de la autoridad magisteral de las Conferencias episcopales nacionales y religiosas e insta a pensar con toda la Iglesia, no solo con la jerarquía. Destaca la «sinodalidad», es decir, el «caminar juntos», resistiendo la tentación de gobernar de manera vertical, desde arriba hacia abajo[12]. En un contexto de multiculturalidad, la sinodalidad desempeñará un papel cada vez más importante, favoreciendo la variedad en la teología, en la liturgia y la práctica pastoral. En cierta medida, este proceso ya está en marcha en el trabajo que las Iglesias de África, Asia y América Latina están realizando para asimilar la dimensión cultural de su propia fe.
El pentecostalismo ha dejado su huella en las liturgias y en las catequesis de América Latina. Los teólogos africanos se están comprometiendo por desarrollar una teología auténticamente africana, en la que las mujeres tienen un papel cada vez más importante. Las Iglesias asiáticas, sobre todo la de la India, luchan por presentar a Jesús como la Palabra de Dios y el salvador en un contexto de pluralismo religioso y en condiciones de minoría. En el futuro podrán existir nuevos centros de autoridad, basados en las Conferencias episcopales nacionales o regionales, sobre el modelo de la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), con sede en Washington, y de la Federación de las Conferencias de los Obispos de Asia (FABC). Un proceso de este tipo podrá desarrollarse si se logra concretar la visión que Francisco tiene de una Iglesia más sinodal.
Una «governance» más inclusiva
Una Iglesia descentralizada y policéntrica tendrá una governance más inclusiva. Las Iglesias del Sur del mundo hablan cada vez más con voz propia y plantean cuestiones vitales para su vida y misión eclesial. A menudo aportan con nuevos temas, valiéndose además de la simultaneidad de la comunicación moderna y de las redes sociales. Muchos católicos se esfuerzan por ser más inclusivos con quienes son diferentes.
Dado que al día de hoy hay alrededor de 5.600 obispos católicos, las dificultades logísticas asociadas a un eventual nuevo Concilio ecuménico sugieren que en los años por venir el Sínodo de los obispos desempeñará un papel cada vez más importante. Incluso podría volverse necesario un cambio en la estructura del Sínodo, de modo que llegue a ser algo más que un simple Sínodo de obispos en el que el derecho a voto concierne solo al clero[13]. Ya ha sucedido que laicos hombres y mujeres fueron parte de grupos lingüísticos sinodales, y se pueden encontrar otras modalidades para involucrarlos de manera eficaz.
Los dos Sínodos sobre el matrimonio y la familia (2014-15) y el Sínodo de octubre de 2019 sobre la Amazonia fueron muy distintos de los anteriores. Internamente se desarrolló una discusión libre sobre asuntos controvertidos, de una forma que no ocurría desde el Concilio Vaticano II. En lo que ha sido definido como un «ejercicio de sinodalidad», los obispos franceses han ampliado su Asamblea plenaria de noviembre 2019, permitiendo que cada obispo fuese acompañado por dos fieles, hombres o mujeres, ordenados o laicos, para reflexionar juntos sobre la futura misión de sus diócesis. Alemania también está desarrollando un proceso sinodal.
Los laicos, hombres y mujeres, podrían también estar mejor representados en los dicasterios vaticanos y deberían tener voz en la elección de sus obispos. El actual sistema no logra siempre ser representativo de todas las voces eclesiales. Un sistema de candidaturas de las diócesis locales, con el derecho del Papa de tomar la decisión final, podría volver posible al mismo tiempo la participación local y la supervisión papal.
Hacia las periferias
El Papa Francisco exhorta a los católicos – y no solo a ellos, sino a todos los cristianos – a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Evangelii gaudium [EG], n. 20). Pone al centro de sus preocupaciones a los pobres, los desfavorecidos y los migrantes. Y si la Iglesia quiere lograr evangelizar las diversas culturas en las que vive, debe inculturarse (cfr EG 68; 116-128). Al respecto, resulta significativa la elección del Papa Francisco de cardenales provenientes de sedes no tradicionales y la inclusión de las voces de las conferencias episcopales regionales en sus cartas apostólicas, como también su insistencia en la sinodalidad.
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El Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica es un ejemplo de ello. En la región amazónica, que comprende, total o parcialmente, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana Francesa, Guyana, Perú, Venezuela y Surinam, viven unas 34 millones de personas, de las cuales 3 millones son indígenas. Se trata de una región amenazada, expuesta a incendios que destruyen miles de kilómetros de la selva tropical conocida como «el pulmón del Planeta». Gran parte de los incendios son intencionales, provocados con el fin de liberar espacio para la agricultura y la ganadería. El uso de pesticidas, la contaminación de los ríos, lagos y arroyos, y la extracción minera ilegal ponen en peligro la salud de los habitantes. Entre los problemas sociales provocados se pueden señalar en particular la evacuación de la población indígena, la criminalización de refugiados e inmigrantes, el tráfico sexual de personas, especialmente de mujeres, y el creciente consumo de alcohol y drogas.
El Sínodo buscaba una «Iglesia de rostro amazónico», con una forma de gobierno sinodal más participativa, colegiada, caracterizada, como sostiene el padre Antonio Spadaro, por una comunión más fuerte y por nuevas estructuras que la ayuden a enfrentar esas realidades[14]. Luego de numerosas sesiones de escucha, el documento final del Sínodo fue aprobado con una mayoría de dos tercios, incluyendo la votación – con 128 votos a favor y 41 en contra – sobre los sacerdotes casados, o sea, sobre los llamados viri probati o ancianos de probada virtud, como también la de las diaconisas, con 137 votos a favor y 30 en contra. También se recomendó elaborar un rito especial para la Amazonia, aunque no faltaron algunos votos en contra[15]. Hubo peticiones de profundización y sugerencias, que quedaron en las manos del Papa.
Pero el Sínodo también suscitó una fuerte oposición. Un cardenal alemán definió como «herético» el documento de trabajo, acusando a quienes lo habían redactado de intentar transformar la Iglesia en una ONG laica. Un cardenal estadounidense definió el Sínodo como un ataque directo al señorío de Cristo. Otras fuertes críticas surgieron de algunos grupos de derecha, fundados en los años sesenta para constituirse en baluartes contra los influjos «comunistas» en la sociedad y en la Iglesia. Alguno se opuso a lo que definió como una «teología indigenista» del Sínodo, considerándola «una radicalización de la fe cristiana bajo la máscara de la ecología»[16].
También los millones de inmigrantes y refugiados abandonados hoy en las periferias están en el centro de las preocupaciones de Francisco. El mundo entero está en movimiento, con familias que huyen de la violencia y de los conflictos, de persecuciones religiosas, de una pobreza que los oprime o de los cambios climáticos (cfr LS 25). En 2019, el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas afirmó que el número de personas en fuga en el mundo había alcanzado los 70,8 millones, el nivel más alto jamás registrado[17]. Entre ellas se incluyen las personas agrupadas en el confín meridional de Estados Unidos, muchas de las cuales fueron separadas de sus propios hijos bajo la administración de Trump.
Los ministerios laicales
Nadie se esperaba la explosión de ministerios laicales que siguió a los pasos dados por el Concilio Vaticano II para desarrollar una teología de los laicos y de su participación en el sacerdocio de Cristo y en la misión de la Iglesia. Actualmente, cada vez más puestos de responsabilidad en las comunidades locales y en las diócesis están en manos de laicos y, sobre todo, de laicas.
En África y América Latina, hace tiempo que catequistas laicos y agentes pastorales guían a la comunidad local. En África el sostén de los catequistas esta a cargo generalmente de la comunidad. No se les remunera necesariamente en dinero, sino que se les provee de comida, alojamiento y motocicletas para desplazarse. África cuenta hoy también con una nueva generación de teólogos y profesionales de la Iglesia, hombres y mujeres, sacerdotes y monjas, muchos de los cuales se formaron en Europa o en Estados Unidos.
En Europa y América Latina, hay ministros laicos, incluidas mujeres, que celebran los funerales religiosos, presiden la liturgia de la Palabra y predican en grupos de oración cuando no hay sacerdotes disponibles. Algunas Iglesias de Estados Unidos tienen «administradores parroquiales laicos», que desempeñan importantes funciones pastorales en todos los aspectos, excepto en el ministerio sacramental.
Un sacerdocio renovado
En muchas partes del mundo la escasez de sacerdotes es un problema serio. En 2017 el número global de presbíteros disminuyó, algo que no ocurría desde 2010. En una diócesis del norte de Brasil, el 70% de la comunidad ve a un sacerdote solo una o dos veces al año, por lo que el bautismo se convierte en el sacramento fundamental.
El sistema de los seminarios, que ya tuvo una reforma significativa, deber renovarse una vez más. Si se ubica a los seminaristas en estructuras exclusivamente masculinas y semi claustrales, dando lugar a una «formación por aislamiento», no se les prepara para afrontar los desafíos del mundo actual[18]. Muchos de ellos tienen una escasa percepción de los desafíos de la vida familiar o de las relaciones de trabajo equitativas con los ministros laicos. La madurez afectiva y psicosexual y el clericalismo son cuestiones cruciales que deben enfrentarse, como ha demostrado la crisis de abusos sexuales. La teología de un «cambio ontológico» después de la ordenación es difícil de comprender hoy y corre el riesgo de favorecer un elitismo clerical. Los seminaristas que se preparan para el ministerio deberían asistir a clases mixtas, junto a hombres y mujeres, y sus profesores y formatores, hombres o mujeres, deberían tener voz en la aprobación de su ordenación[19].
En cuanto a la disciplina sacramental, la Iglesia tiene un margen de libertad mucho mayor de cuanto hasta ahora ha estado dispuesta a reconocer. Muchos diáconos desempeñan un excelente ministerio en los hospitales: ¿por qué no lanzar una nueva reflexión sobre la administración del sacramento de la unción de los enfermos, y sobre la remisión de los pecados a este ligado, evaluando las circunstancias y condiciones en las que pueda ser celebrado por diáconos? Esta y otras cuestiones nunca han sido discutidas por la Iglesia entera, valiéndose de todos sus recursos teológicos y pastorales, como tampoco se han hecho esfuerzos por evaluar el sensus fidelium sobre el asunto.
Pérdida de privilegios
La Iglesia ya no goza de un status especial y privilegiado entre las instituciones. La crisis de los abusos sexuales y la creciente secularización han llevado a redefinir significativamente la relación entre la Iglesia y el Estado. La cultura laica de muchos países occidentales ha puesto en tela de juicio antiguas políticas de instituciones católicas relacionadas a la enseñanza de la Iglesia sobre la vida, la sexualidad y la familia.
En Argentina, Australia, Bélgica, Canadá, Chile, India, Irlanda y Estados Unidos las autoridades civiles han iniciado investigaciones sobre las Iglesias locales, exigiendo el acceso a documentos de la cancillería. En India, Pakistán y China los católicos deben enfrentar tensiones.
Diálogo con la cultura
Si la Iglesia quiere que hoy su palabra sea escuchada, debe aprender una nueva forma de enseñar. No puede detenerse a reprobar la creciente secularización, la pérdida de la moral tradicional o las nuevas actitudes sobre la sexualidad, el género, la ética médica y las cuestiones sobre el fin de la vida. Los días en que podía limitarse a imponer su visión moral a la sociedad mediante leyes civiles – la antigua alianza entre el trono y el altar – llegaron a su fin en gran parte del mundo. La Iglesia necesita dialogar con la cultura, aportándole los frutos de sus recursos personales e institucionales. Es el camino seguido por el Papa Francisco, que llama a «un diálogo sincero con las instituciones sociales y civiles, con centros universitarios y de investigación, con las autoridades religiosas y con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir pacíficamente una sociedad inclusiva y fraterna y también para custodiar la creación»[20].
Para muchos la autoridad no deriva hoy en día de la doctrina, sino de la experiencia. Se valoran los derechos individuales, la autodeterminación y la autenticidad de la persona. Al mismo tiempo, la Iglesia no puede simplemente abrazar el ethos de la cultura, que en gran parte es profundamente contrario al Evangelio. El individualismo radical se contrapone al compromiso católico profundo por el bien común, por la dignidad de la persona y por la revaloración de la importancia de la comunidad. La voz de la Iglesia sobre todos estos problemas debe resonar en la plaza pública.
Pero la Iglesia no tiene respuestas para todas las preguntas y reconoce cierta autonomía de la realidad terrenal (cfr Gaudium et spes, n. 36). Necesita recurrir al sentido de la fe (sensus fidei) y de los fieles (sensus fidelium). La imagen bipartita de una Iglesia docente (ecclesia docens) y de una Iglesia alumna (ecclesia discens) ya no es apropiada, y tal vez nunca lo fue[21]. La Iglesia necesita escuchar también a sus teólogos, a sus estudiosos y a las otras Iglesias.
Un nuevo ecumenismo
El crecimiento explosivo de las «nuevas» Iglesias en el Sur del mundo – evangélicas, neopentecostales y africanas independientes – representa un nuevo reto para el ecumenismo. Muchas son no tradicionales; unas pocas son comunidades sacramentales o litúrgicas; la mayor parte no celebra la Eucaristía. Como creen en un mundo rico de espíritus, muchas Iglesias ponen en primer plano la guerra espiritual y los exorcismos. La mayoría de ellas predica el «evangelio de la prosperidad». Pocas están interesadas en el ecumenismo o en la unidad visible de la Iglesia. Estas Iglesias nuevas consideran que la eclesiología occidental es demasiado occidental, eurocéntrica y no suficientemente en sintonía con su experiencia.
Las Iglesias antiguas y confesionales no pueden simplemente ignorar a estas nuevas Iglesias, antes bien, para entrar en relación con ellas, deben desarrollar un nuevo ecumenismo, uno más inclusivo. A estas nuevas Iglesias les preocupan menos las declaraciones de consenso que han caracterizado al ecumenismo tradicional, y valoran más los testimonios personales, comparten historias sobre la vida en el Espíritu y un sentido de misión basado en valores del Evangelio. El modo de aproximarse del Papa Francisco es similar: destaca el caminar, el trabajo y la oración en conjunto.
Las Iglesias occidentales y las del Sur del mundo pueden aprender mucho las unas de las otras[22]. Dotadas de un fuerte sentido de misión evangélica y de los dones del Espíritu, las nuevas Iglesias son comunidades vivas, aunque tengan necesidad de ir más allá de su predicación sobre la salud y la riqueza; de aprender que la fe y la razón colaboran; y de buscar la unidad visible con las demás Iglesias. Las Iglesias occidentales pueden tener un contacto más fuerte con la tradición histórica de la Iglesia y con las dimensiones sociales de su misión, pero su teología ha sido con demasiada frecuencia contaminada por el racionalismo de las luces, por lo que hoy necesita poner mayor atención a la experiencia y a la percepción de la cercanía de Dios.
El Evangelio llama a todos los cristianos a vivir en comunión unos con otros. ¿Puede el Obispo de Roma convertirse no solo en un símbolo de unidad, sino ponerse realmente a su servicio, sin exigir que todas las Iglesias reconozcan su autoridad jurídica? La autoridad siempre es mayor cuando es reconocido que cuando es reivindicada. La unidad es la finalidad de la misión, «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Los cristianos deben reconocerse los unos a los otros como hermanos y hermanas en el Señor. El ecumenismo comienza siempre con la amistad.
Diálogo interreligioso
Expertos y periodistas suelen hablar de la muerte de la religión, pero muchos conflictos de hoy tienen raíces religiosas, son provocados por fundamentalismos que, de diversas maneras, representan una respuesta a la modernidad – amplificada por la globalización – de parte de muchos que temen el cambio y la pérdida de poder y de privilegios religiosos, políticos o de otra índole.
El fundamentalismo islámico, en África y en varias partes de Medio Oriente, es un problema que a menudo lleva a la violencia. Pero el diálogo con el islam se encuentra todavía en una etapa inicial, y su relación con el islam en Europa está fuertemente dividida. No es a la religión en sí o a sus prácticas que muchos se oponen, sino más bien al orden social y político instaurado en muchos países musulmanes, en los que se niega, entre otras cosas, la libertad de conciencia, la conversión religiosa y la plena igualdad para las mujeres y las minorías religiosas. En algunos estados de la India cristianos y musulmanes han sufrido persecuciones.
Para el Papa Francisco el diálogo sigue siendo una prioridad. Cuando visitó Marruecos, en marzo de 2019, subrayó que el camino para combatir el terrorismo es el del diálogo auténtico; la «simple tolerancia» no es suficiente. «En el respeto de nuestras diferencias, la fe en Dios nos lleva a reconocer la eminente dignidad de todo ser humano, como también sus derechos inalienables»[23]. Se trata de un mensaje que todas las religiones deberían compartir.
Identidad eclesial
La identidad eclesial es un asunto decisivo. Hoy en día muchos jóvenes católicos no tienen familiaridad con la propia tradición ni con los protocolos de las divisiones eclesiales, o a menudo los ignoran. La experiencia de comunidad es más importante que la identidad institucional. No es infrecuente la participación en la eucaristía no oficial. Algunos hablan de «doble pertenencia». En Estados Unidos, si la Iglesia no le concede a una pareja el permiso para celebrar el matrimonio «en el jardín», esta acude a pastores de la Iglesia Episcopal o metodistas, sin que por ello deje de considerarse católica. En Nigeria y en otros lugares, algunos católicos frecuentan tanto su propia Iglesia como alguna congregación pentecostal. De modo que los «muros» eclesiales actuales son a menudo porosos. La facilidad con que se traspasan los límites confesionales puede constituir en sí misma un signo de cuanto ha cambiado el paisaje ecuménico.
Cuando el Papa Francisco viajó a Marruecos, advirtió a los católicos que no se preocuparan de obrar conversiones: «En otras palabras, los caminos de la misión […] no pasan por el proselitismo, que lleva siempre a un callejón sin salida, sino a través de nuestra forma de estar con Jesús y con los demás. Así que el problema no es ser poco numerosos sino insignificantes, convertirnos en una sal que ya no tiene el sabor del Evangelio – ¡es este el problema! – o una luz que ha dejado de iluminar (cfr Mt 5,13-15)»[24]. El desafío consiste en permanecer siempre abiertos y acogedores, sin perder el sentido de los dones y de las convicciones de nuestra tradición católica.
Conclusión
La globalización está acercando las diversas culturas del mundo, aunque no siempre de manera pacífica. El catolicismo, en cuanto Iglesia global, refleja notablemente esta diversidad. Su carisma original era su capacidad de mantener unidad y diversidad en una tensión creativa.
De acuerdo a Massimo Faggioli, la visión del Papa Francisco es global, pero aporta una nueva perspectiva. El Papa ve que la Iglesia y el mundo se encuentran en un período de reajuste global, y nos invita a no mirarlo desde el centro hacia la periferia, sino de la periferia al centro, o, más precisamente, en la perspectiva de una Iglesia policéntrica[25]. La Iglesia actual necesita más que nunca recurrir a las numerosas fuentes de sabiduría de las que dispone, a sus pastores y ministros, a sus estudiosos y teólogos, a sus instituciones educativas, a los ministerios sociales y a la fe de su pueblo. Debe seguir buscando una mayor unión con las demás Iglesias y comunidades cristianas, y comprometerse con una mayor comprensión interreligiosa, si quiere concretar la visión de la Iglesia propuesta por el Concilio Vaticano II: ser sacramento de unidad con Dios y con todo el pueblo de Dios.
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Cfr S. Coleman, The Globalisation of Charismatic Christianity: Spreading the Gospel of Prosperity, New York, Cambridge University Press, 2000. ↑
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Cfr Id., «5 facts about Catholics in Europe», 19 de diciembre de 2018. ↑
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Cfr Id., «Global Christianity – A Report on the Size and Distribution of the World’s Christian Population», 19 de diciembre de 2011. ↑
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Cfr S. Poggioli, «Pope Meets US Bishops in Rome Over Sex Abuse», en NPR, 13 de septiembre de 2018. ↑
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Cfr Francisco, «Discurso de conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos». Véase también: Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2 de marzo de 2018. ↑
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Francisco, Encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y el Consejo ecuménico de las Iglesias, Rabat, 31 de marzo de 2019. Cfr D. Castellano Lubov, «In Morocco, Pope Warns Religious to Not Be Discouraged by Being Few, But as “Lamps” to Not Lose Their Light», en Zenit, 31 de marzo de 2019. ↑
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