Muchos conocen la historia de José y sus hermanos, pero pocos saben quién es Dina, la hija única de Jacob, a cuya dramática historia el libro del Génesis dedica un capítulo entero. Los caminos de Dina y José, nacidos del mismo padre pero de madres diferentes, transcurren en paralelo y, en ambos casos, implican tanto a Jacob como a sus otros hermanos, para bien y, sobre todo, para mal. Son historias impregnadas de amor desequilibrado, violencia y venganza que, en parte, se parecen, pero que, sin embargo, difieren en un aspecto que resultará decisivo.
Dina: violencia, amor y venganza
Dina es la última hija que Jacob tuvo de Lea. El texto bíblico menciona su nacimiento, después del de sus hermanos, sin añadir ningún detalle: «Finalmente tuvo una hija [de Lea], a la que llamó Dina» (Gn 30,21). El capítulo 34 del libro del Génesis se refiere a ella más ampliamente, en el contexto de las difíciles relaciones entre Jacob, que acababa de regresar a Canaán después de muchos años, y los habitantes de la ciudad de Siquem, donde Israel había acampado, es decir, en el contexto de las tensiones entre nómadas y habitantes de la ciudad. En el centro de la historia está precisamente Dina, que sale a ver a las muchachas de la ciudad y es raptada por Siquem[1], hijo del señor de aquella ciudad: «Cuando la vio Siquem – que era hijo de Jamor, el jivita, príncipe de aquella región – se la llevó y abusó de ella. Pero después se sintió atraído por la muchacha y se enamoró de ella, de manera que trató de ganarse su afecto. Además, dijo a su padre Jamor: “Consígueme a esa muchacha/niña para que sea mi esposa”» (Gn 34,2-4).
Es el crudo relato de la violación de una muchacha mediante una sucesión rítmica de verbos, que muestran la brutal acción en secuencia: la mirada de Siquem se posa en la muchacha, se la lleva, y abusa de ella.
La sorpresa llega en el versículo siguiente, cuando Siquem se encariña y se enamora de la muchacha que acaba de violar. De hecho, se encariña con ella, la ama y le pide permiso a su padre para casarse con ella.
Sin embargo, la yuxtaposición de violencia y amor choca la sensibilidad del lector de ayer y de hoy. ¿Qué clase de amor puede provenir de alguien que acaba de herir a la persona que dice amar? La expresión «trató de ganarse su afecto»[2] muestra que Siquem parece haber olvidado la violencia que ha infligido. El de Siquem es un amor que nuestra sensibilidad no dudaría en calificar de «enfermo». Incluso las palabras del joven a su padre Jamor cosifican a la muchacha, que aparece como un objeto que debe ser «conseguido», tal como antes fue tomado y abusado. Así, en este contexto, el epíteto hayyyaldāh hazzōt («esta niña»), utilizado por Siquem para referirse a Dina, suena a burla.
Moviéndonos entre las tiendas de Israel, nos preguntamos: ¿cómo reaccionaría Jacob ante un acontecimiento tan grave? «Jacob, por su parte, se enteró de que Siquem había violado a su hija Dina, pero como sus hijos estaban en el campo, cuidando el ganado, no dijo nada hasta su regreso» (Gn 34,5).
¿Es emblemático el silencio de Jacob, señal de una espera timorata, indicio de incertidumbre sobre cómo proceder o de indiferencia hacia la hija que tuvo con Lea? No deja ver ninguna reacción emocional ante un hecho tan grave. ¿Quizá los hermanos de la muchacha reaccionen de otro modo? «En ese momento, volvieron del campo los hijos de Jacob, y cuanto tuvieron noticia de lo ocurrido, se disgustaron profundamente y se enfurecieron, porque al abusar de la hija de Jacob, Siquem había cometido una infamia contra Israel, y eso no se debe hacer» (Gn 34,7). La compleja reacción emocional de los hermanos contrasta con el silencio ensordecedor de Jacob. Hay dolor por su hermana, pero también ira, que desembocará en una feroz venganza.
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Luego se nos presenta uno de los pocos casos de discurso indirecto de la Biblia[3], en el que confluyen los pensamientos de los hijos de Jacob, por un lado, y la valoración del narrador, por otro. El dolor y la ira están motivados por la temeraria e infame acción del hijo de Jamor.
La venganza de los hijos de Jacob es un plato que se servirá frío, pues su ira aparece bien disimulada cuando deciden «engañar» (Gn 34,13) a Jamor y a su hijo. Fingen aceptar la propuesta de matrimonio para Dina y la invitación a emparentarse con ellos para convertirse en un solo pueblo, pero a cambio ponen una condición: la circuncisión de todos los habitantes de Siquem. En concreto, Simeón y Leví se aprovechan de la debilidad de los siquemitas, que aún sufrían la circuncisión que les acababan de practicar, y atacan la ciudad, no sólo liberando a Dina, que había sido hecha prisionera, sino también matando a todos los varones, saqueando Siquem y tomando como botín las riquezas, los animales e incluso las mujeres y los niños (cfr. vv. 25-29). De este modo, se inflige un castigo muy duro a la ciudad mediante una operación de rescate, que se convierte en una auténtica matanza.
A la luz de todo esto, Jacob rompe su silencio para quejarse de las ominosas consecuencias de su acción, que le afectarán a él y a su familia por la mala reputación que ahora les acompañará: «Entonces Jacob dijo a Simeón y a Leví: “Ustedes me han puesto en un grave aprieto, haciéndome odioso a los cananeos y perizitas que habitan en este país. Yo dispongo de pocos hombres, y si ellos se unen contra mí y me atacan, seré aniquilado con toda mi familia”. Pero ellos replicaron: “Y nuestra hermana, ¿debía ser tratada como una prostituta?”» (Gn 34,30-31).
Mientras Jacob está preocupado por sí mismo y por sus propios intereses, sin expresar un pensamiento por la pobre Dina ni por sus destemplados hijos, son los hermanos de Dina quienes responden a su padre con una pregunta fulminante. ¿Quién es el que trata a su hermana como a una prostituta? ¿A quién se refieren? Parece que la referencia más cercana podría ser a Jamor o Siquem, que querían «comprar» a la muchacha mediante una alianza con Israel. Pero, sorprendentemente, podrían referirse al propio Jacob, que «vendió» a su propia hija a quienes la deshonraron, sin dedicarle una sola palabra a ella. En cualquier caso, la reacción de los hijos contra Jacob es fuerte, porque no dejan que su padre tenga la última palabra, sino que se atreven a replicar a sus quejas.
Esta es la primera rebelión de los hijos de Jacob, que se comportan insolentemente con su padre. ¿Se repetirá? La historia nos mostrará otra acción violenta por parte de ellos, esta vez no hacia los extraños, sino hacia su hermano, nacido, sin embargo, de una madre diferente, José.
José, odiado por sus hermanos
Mientras que Jacob había parecido indiferente e impotente ante la dramática violencia de la que había sido víctima su hija Dina, su relación con José, el hijo que tuvo con su amada Raquel, parece ser de otro tenor: «Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas. Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo (shalom)» (Gn 37,3-4).
La preferencia del patriarca por una de las dos esposas le llevará a querer más a los hijos de Raquel que a los de Lea, con consecuencias dramáticas en la relación entre José y los demás hermanos. José es amado por su padre y tiene el privilegio de recibir como regalo una preciosa túnica. Así, desde sus primeras líneas, el relato de Gn 37 revela la intersección de afectos que marca la historia de una familia, pues el amor del padre por uno de los hijos se convierte en odio por parte de todos los demás, que no pueden soportar al favorito de Jacob.
El amor y el odio introducen al lector en el corazón del drama familiar que se desarrolla a lo largo de la historia de José. El amor de Jacob es un amor unidireccional, desordenado y posesivo, que descuida a sus otros hijos para dedicarse a uno solo, que no crece como hermano, sino como hijo único, con sueños de grandeza que impulsan a los demás hijos de Jacob a odiarle aún más (cfr. Gn 37,5-8). Y a este odio se añaden también la envidia y los celos (cfr. v. 11)[4].
Como Dina, también José se adentra en cierto momento en territorio desconocido, porque su padre le pide que vaya a ver a sus hermanos que están pastoreando, para ver cómo están ellos y el rebaño (v. 14). Y en lugar de encontrarse con sus hermanos en paz, José se encontrará con sus perseguidores: «“Ahí viene ese soñador”, se dijeron unos a otros. “¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas? Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!”» (Gn 37,19-20).
La verdadera bestia feroz aquí es el ser humano, son los hermanos de José, que planean asesinarlo; pero Rubén propone arrojarlo a un pozo para salvarlo de las manos de los otros hijos de Jacob (cfr. vv. 21-22).
«Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica – la túnica de mangas largas que llevaba puesta –, lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía. Luego se sentaron a comer» (Gn 37, 23-25). De nuevo los hijos de Jacob muestran violencia, pero esta vez hacia su propia carne. El odio de los hermanos despoja a José de su túnica, signo del amor preferencial de su padre. Lo «toman», como Siquem había tomado a Dina, y lo arrojan desnudo al pozo, sin agua siquiera para sobrevivir. Resulta desconcertante cómo, después de tanta violencia, los hermanos se sientan tranquilamente a comer.
El biblista André Wénin se interroga sobre esta acción que no parece adecuada al contexto: «¿Indiferencia sin remordimiento? ¿Cinismo cruel? ¿Una señal de que estas personas que creen haber puesto fin a una injusticia tienen la conciencia tranquila? ¿Un pacto sellado con una comida? El narrador no dice nada al respecto. Tal vez, después de todo, tiene otra cosa en mente con esta primera mención de la comida. Mientras José esté cerca, los hermanos tendrán pan para comer. Un día tendrán que acercarse a él para poder hacer pan, y comerán de lo que les dé él (Gn 42-43)»[5].
Judá propone venderlo a los ismaelitas (cfr. vv. 26-27), pero cuando Rubén va al pozo, ya no encuentra a José, que entretanto ha sido raptado por los mercaderes madianitas[6]: «Cuando Rubén volvió a la cisterna y se dio cuenta de que José había desaparecido, desgarró su ropa, y regresando a donde estaban sus hermanos, dijo: “El muchacho ha desaparecido. ¿Dónde iré yo ahora?”. Entonces tomaron la túnica de José, degollaron un cabrito, y empaparon la túnica con sangre» (Gn 37,29-31).
Hay mucha confusión en la acción de los hermanos. Así, su incertidumbre, más allá del drama, parece casi ridícula. Quieren hacer daño a José, pero no saben qué hacer ni cómo hacerlo; su furia es ciega. Al final, les arrebatan al niño sin que hayan ganado nada con ello. Por tanto, también José es raptado por extraños, como ya lo había sido su hermana Dina.
La reacción de Jacob está a la altura de su apego a José y choca con el silencio con que había acogido antes la noticia de la violación de su única hija: «Jacob desgarró sus vestiduras, se vistió de luto y estuvo mucho tiempo de duelo por su hijo. Sus hijos y sus hijas venían a consolarlo, pero él rehusaba todo consuelo, diciendo: “No. Voy a bajar enlutado a donde está mi hijo, a la morada de los muertos”. Y continuaba lamentándose» (Gn 37, 34-35).
José agredido por la mujer de Potifar
Otro elemento que establece un paralelismo entre la historia de Dina y la de José es el abuso sexual por parte de un extranjero. Aunque esclavo en Egipto, José empieza a ser apreciado por sus cualidades. Así, Potifar, su amo, lo pone a cargo de todas sus posesiones. En Génesis 39, el narrador subraya con insistencia la belleza de José, que no escapa a la mirada concupiscente de la mujer de Putifar, que amenaza y agrede sexualmente al joven hijo de Jacob: «Como José era apuesto y de buena presencia, después de un tiempo, la esposa de su patrón fijó sus ojos en él y le dijo: “Acuéstate conmigo”» (Gn 39,6-7).
Ante la reiterada negativa de José, a pesar de la insistencia diaria de la mujer (cfr. v. 10), la situación tomó un cariz violento: «ella lo tomó de la ropa y le insistió: “Acuéstate conmigo”. Pero él huyó, dejando su manto en las manos de la mujer, y se alejó de allí» (Gn 39,12).
De nuevo José se ve obligado a dejar su manto. Se ha defendido del intento de violencia de la mujer, pero se encuentra desnudo e indefenso, de nuevo prisionero, como lo estuvo cuando sus hermanos lo arrojaron al pozo para deshacerse de él.
José, entre la venganza y el perdón
Hay un elemento presente en la historia de Dina que no aparece en la de José: la venganza. Cuando, después de largos años, el hijo predilecto de Jacob, convertido ya en el hombre más poderoso de Egipto, se encuentra con sus hermanos, que han bajado a Egipto a causa del hambre, su reacción es en cierto modo sorprendente: «Al verlos, él los reconoció en seguida, pero los trató como si fueran extraños y les habló duramente. “¿De dónde vienen?”, les preguntó» (Gn 42,7).
No hay revelación, como el lector esperaría en este punto de la historia, antes bien José se esconde y pone a prueba a sus hermanos. ¿Son malévolas sus intenciones? ¿Quizá quiere cocer a fuego lento a sus propios hermanos? La prueba a la que los somete, casi un tormento, se prolonga en los capítulos siguientes. Podría parecer que José disfruta haciendo pagar a los hijos de Jacob el precio de su traición.
Sin embargo, hay un elemento recurrente, oculto para los hermanos pero visible para el lector, que pone en duda esta interpretación, y es el llanto de José[7]. Tras oír a sus hermanos hablar, en su propia lengua, del mal que le habían hecho, sin saber que eran comprendidos por él, José se aleja y llora (cfr. Gn 42,24). En una segunda ocasión, tras ver a Benjamín, su hermano también por parte de madre, se conmueve y llora en el secreto de su habitación (cfr. Gn 43,30). Finalmente, llegado el momento de ser reconocido por sus hermanos, prorrumpe en «fuertes sollozos» (cfr. Gn 45,2) que ya no puede ocultar.
El llanto revela los sentimientos de José, que, al poner a prueba a sus hermanos, no busca venganza, sino que espera a que maduren las condiciones para poder revelarse a ellos. José no pretende castigar a los hijos de Jacob, pero, a causa de sus propias heridas, aún no está preparado para aceptar a sus hermanos como tales. Después de haber quedado gravemente marcado por la vida, necesita ir descubriendo poco a poco, paso a paso, si todavía hay alguna posibilidad de vivir como hermanos.
El llanto recurrente lava las heridas, y las palabras finales del hermano Judá eliminan por fin todo reparo para que se afirme la fraternidad. En efecto, Judá acepta el amor preferente de su padre por los hijos de Raquel y se ofrece como sustituto de Benjamín – en ese momento considerado por ellos prisionero de José – para no causar un nuevo dolor a Jacob, que se vería privado del único hijo que consideraba que había sobrevivido entre los que tuvo con su amada Raquel (cfr. Gn 44,18-34).
En ese momento, entre lágrimas, José se revela a sus hermanos: «yo soy José, el hermano de ustedes, el mismo que vendieron a los egipcios. Ahora no se aflijan ni sientan remordimiento por haberme vendido. En realidad, ha sido Dios el que me envió aquí delante de ustedes para preservarles la vida» (Gn 45,4-5).
¿Una venganza diferida?
El perdón madura en el corazón de José en el llanto y en el redescubrimiento de una posible fraternidad; sin embargo, la incredulidad y el miedo de sus hermanos no son sólo temporales (cfr. Gn 45,3), sino que parecen prolongarse. De hecho, cuando Jacob muere, sus hijos se alarman: «Al ver que su padre había muerto, los hermanos de José se dijeron: “¿Y si José nos guarda rencor y nos devuelve todo el mal que le hicimos?”» (Gn 50,15).
No conocen realmente a José, dudan de la sinceridad de su perdón y tienen miedo, temiendo que con la muerte de su padre nada disuadirá a José de vengarse de ellos. En el pasado, ellos mismos habían planeado matar a José cuando estaba lejos de casa y de la protección de su padre (cfr. Gn 37,18). Ahora que Jacob se ha ido, ellos también sienten que han perdido la única razón por la que José los habría mantenido con vida, es decir, su padre. Así que urden una estratagema para que José se retracte de su venganza: «“Antes de morir, tu padre dejó esta orden: ‘Díganle a José: Perdona el crimen y el pecado de tus hermanos, que te hicieron tanto mal. Por eso, perdona el crimen de los servidores del Dios de tu padre’”» (Gn 50,16-17).
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¿Es éste realmente un mandato dejado por Jacob? El texto bíblico no menciona tales palabras entre las últimas instrucciones dadas por el patriarca antes de su muerte (cfr. Gn 49). Este mandato se relata desde la perspectiva de los hijos de Jacob, y no es seguro que estas palabras fueran pronunciadas realmente por el anciano patriarca[8]. Es verosímil que esta súplica fuera fruto del miedo de los hermanos de José: una especie de chantaje emocional, para que José les perdonara de verdad. Con insistencia, se le pide perdón dos veces. La segunda apelación también implica a Dios, y los hermanos se presentan como «los siervos del Dios de Jacob».
José no se pregunta si estas palabras son verdaderas o falsas, sino que reacciona llorando, consolando a sus hermanos y tranquilizándolos, para disipar cualquier temor o malentendido: «“No tengan miedo. ¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios? El designio de Dios ha transformado en bien el mal que ustedes pensaron hacerme, a fin de cumplir lo que hoy se realiza: salvar la vida a un pueblo numeroso. Por eso, no teman. Yo velaré por ustedes y por las personas que están a su cargo”» (Gn 50,19-21).
Por dos veces, José tranquiliza a sus hermanos, invitándolos a no tener miedo de él. El mal sufrido no se vengará produciendo más mal, porque Dios tiene el poder de convertirlo en bien para todos. Vencer el mal con el bien es obra de Dios, y José acabó por comprenderlo al final de su historia. Como decía San Pablo: «No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rom 12,21). Esta es la actitud de Dios, que el ser humano está llamado a imitar.
***
Las historias de Dina y José son historias de violencia, amor y venganza. Dina es violada por Siquem, luego se convierte en el interés amoroso del joven y, finalmente, mientras su padre calla, es vengada con deplorable violencia por sus hermanos Simeón y Leví (cfr. Gn 49,5-7). José es el hijo amado de Jacob que atrae sobre sí el odio de los demás hermanos, que conciben contra él malas intenciones.
Son historias que nos hablan de amores desequilibrados, pero también de violencia ciega. Simeón y Leví se aprovechan implacablemente de la debilidad de los siquemitas para actuar con brutalidad y salvajismo. Los hermanos de José llegan a planear la muerte de José y, si no lo consiguen porque uno de ellos vacila, no tienen reparos en herirlo, desnudarlo y arrojarlo a un pozo, para luego hacerlo llevar como esclavo a Egipto. Esta vez, sin embargo, no se trata de violencia contra una ciudad extranjera para salvar a su hermana secuestrada, sino de violencia contra su propia carne y sangre, fruto de la envidia y los celos que destruyen la fraternidad.
Por otra parte, la figura paterna de Jacob también es problemática, al mostrarse tan indiferente ante los abusos sufridos por Dina como fuertemente vinculado a su hijo José, hasta el punto de desesperarse y lamentarse ostensiblemente por su desaparición.
La respuesta a la violencia con más violencia, sin embargo, no es automática, porque mientras los hijos de Jacob se convierten en brutales agresores, José no responde al mal con más mal, sino que deja espacio para el perdón, lo que les permite encontrarse como hermanos y comprender cómo Dios actúa en la historia convirtiendo el mal en bien.
- Siquem es el nombre tanto de la ciudad como del joven hijo de Jamor, príncipe de ese pueblo. ↑
- Cfr. D. W. Cotter, Genesis, Collegeville, Liturgical Press, 2003, 254. ↑
- Cfr. R. Alter, Genesis, New York – London, W. W. Norton & Company, 1996, 191. ↑
- En hebreo, se usa un único término para indicar envidia y celos. ↑
- A. Wénin, Giuseppe o l’invenzione della fratellanza. Lettura narrativa e antropologica della Genesis. IV. Gen 37–50, Bolonia, EDB, 2007, 48. ↑
- La redacción hace que la comprensión del texto sea incierta en este punto. ¿Fue vendido José, como había planeado Judá, o fue secuestrado, como sucede cuando Rubén va al pozo y ya no lo encuentra? Se pueden mantener las dos posturas juntas: la intención de los hermanos de venderlo a los ismaelitas puede no haberse realizado, porque los hermanos fueron burlados por los mercaderes madianitas (para la interpretación clásica de las dos fuentes combinadas, cfr E. A. Speiser, Genesis, New York, Doubleday, 1964, 293 s). ↑
- El comentario del biblista Jean-Pierre Sonnet es muy apropiado: «Lo que, más que cualquier otra cosa, hace que José nos resulte infinitamente fraternal son sus lágrimas. Seis veces llora José: dos en secreto (Gn 42,23; 43,30), tres ante sus hermanos (Gn 45,1-2; 45,14-15; 50,17), una cuando encuentra a su padre (Gn 26,29). En estos momentos, José ya no domina la escena; también él está confundido ante lo que sucede, desarmado ante lo que Dios ha hecho. Es entre lágrimas, y no con olímpica clarividencia, que José descifra cada enigma. En sus lágrimas dice a sus hermanos: “Dios me envió delante de vosotros para manteneros con vida” (Gn 45,5)» (J.-P. Sonnet, L’alleanza della lettura. Questioni di poetica narrativa nella Bibbia ebraica, Roma – Cinisello Balsamo (Mi), G&B – San Paolo, 2011, 45). ↑
- En el libro del Génesis, la historia es contada por un narrador omnisciente y fiable. El punto de vista de Dios también es fiable, mientras que el de los demás personajes no sólo es parcial y limitado, sino que incluso puede llegar a ser falso y engañoso (cfr. V. Anselmo, «Las “Fake News” y la Biblia. ¿Qué palabra es creíble?», en La Civiltà Cattolica, 9 de junio de 2023: https://www.laciviltacattolica.es/2023/06/09/las-fake-news-y-la-biblia/). ↑
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