Vida de la Iglesia

Bautismo y sinodalidad

Una invitación a un estilo de vida de conversión permanente

Bautismo de Cristo, Andrea del Verrocchio, Leonardo da Vinci (h. 1472-1475)

Introducción

En el discurso pronunciado al inicio del proceso del Camino Sinodal 2021-24, el Papa Francisco se expresó sobre el bautismo en términos muy fuertes, llamándolo «el único punto de partida», «nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios» y «carné de identidad». A continuación, concluyó que el bautismo implica «una participación real de todo el Pueblo de Dios» en la vida de la Iglesia, y que quienes tienen tareas de ministerio eclesial tienen la responsabilidad de facilitarla: «¡La participación de todos es un compromiso eclesial irrenunciable!»[1].

Reconocer y asumir el significado esencial y fundamental del sacramento del bautismo puede ser decisivo en el desarrollo de una eclesiología sinodal. Puesto que los bautizados comparten la misma dignidad y la misma misión de evangelizar el mundo, este sacramento puede ayudar a encontrar un mejor equilibrio entre prácticas eclesiales centradas más bien en el carácter piramidal y otras carismáticas, complementarias y participativas. Esto correspondería a la definición de la Iglesia como ierarchica communio, como enseña el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, nn. 21-22. Además, la dimensión mística de estar revestidos de Cristo y ungidos con el Espíritu y la dimensión ético-espiritual del compromiso de vivir una vida nueva amplían la sinodalidad, convirtiéndola en un estilo de vida de continua conversión personal al servicio, la comunión y la oración, y una apertura a las sorpresas de Dios.

En este artículo[2] nos proponemos explorar, en primer lugar, la importancia creciente que se concede al bautismo en dos documentos relativos al Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad. En segundo lugar, mostraremos cómo el bautismo suele considerarse un hecho histórico estático, que determina nuestro estatus en la Iglesia y restablece el equilibrio del poder eclesial. En tercer lugar, a partir de la lex orandi del rito del bautismo, desarrollaremos una noción más amplia y dinámica de este sacramento, como transformación profunda de morir y resucitar con Cristo, punto final de un proceso de conversión, que también es progresivo y continuo, y nos introduce en la comunidad eclesial, lo que conlleva la edificación de la comunidad. Por último, trataremos de mostrar cómo esta noción dinámica del bautismo subyace en la comprensión que el Papa Francisco tiene de la sinodalidad.

El creciente significado del bautismo

El vínculo entre el bautismo, el pueblo de Dios y la sinodalidad parece obvio. El pueblo de Dios está formado por los bautizados y, a su vez, el bautismo nos constituye en miembros del pueblo de Dios. El vínculo se hace explícito en la importante frase inicial del Libro II del Código de Derecho Canónico, que define a los fieles como «los que, incorporados a Cristo por el bautismo, son constituidos pueblo de Dios» (canon 204, § 1). El Código desarrolla este concepto con referencia a la participación en el tria munera y a la misión de la Iglesia, nociones típicas y fundamentales de la sinodalidad como modo inclusivo y participativo de ser Iglesia y de anunciar el Evangelio.

Pero, en realidad, el vínculo es menos evidente. Por ejemplo, el Concilio Vaticano II suele hablar del pueblo de Dios sin referirse al bautismo. Del mismo modo, el discurso de Francisco sobre la sinodalidad en 2015 se centró en las nociones teológicas de sensus fidei fidelium y pueblo de Dios, con un interés particular en las dimensiones prácticas de la escucha y el aprendizaje[3]. El pueblo de Dios se menciona 13 veces, y el bautismo tres veces. Lo mismo ocurre con la Constitución Apostólica Episcopalis communio (EC)[4] de 2018, con el documento sobre la sinodalidad de la Comisión Teológica Internacional (CTI)[5], también de 2018, y con dos documentos clave de la Secretaría General del Sínodo: el Documento Preparatorio (2021) y el Vademecum o Manual oficial para la escucha y el discernimiento en las Iglesias locales (2021)[6]. En todos estos textos, las referencias al bautismo suelen referirse a una categoría más importante: el pueblo de Dios.

Sin embargo, en dos de los documentos oficiales más recientes la referencia al bautismo ha aumentado significativamente. En el Documento de Trabajo para la Etapa Continental (2022) hay 20 referencias a la dignidad bautismal y a los bautizados, frente a 25 al pueblo de Dios[7], mientras que el Informe de Síntesis (2023) contiene 26 y 35 referencias respectivamente[8]. Además, en algunos casos, la referencia al bautismo desempeña un papel más importante en la reflexión. Los autores del Documento de trabajo se maravillan de la «profunda reapropiación de la dignidad común de todos los bautizados» que se desprende y que se califica de «auténtico pilar de una Iglesia sinodal y fundamento teológico» de una unidad en la diversidad que acoge los carismas[9]. El Informe de síntesis afirma que «el bautismo, que es el principio de la sinodalidad, es también el fundamento del ecumenismo»[10]. Por otra parte, el sacramento del bautismo es fundamental para repensar la cuestión del papel de la mujer: «En Cristo, las mujeres y los hombres están revestidos de la misma dignidad bautismal y reciben por igual la variedad de los dones del Espíritu (cf. Gal 3,28). Hombres y mujeres están llamados a una comunión caracterizada por una corresponsabilidad no competitiva, que debe encarnarse en todos los niveles de la vida de la Iglesia»[11].

Bautismo y emancipación

Al referirse al bautismo, se destacan tres funciones estrechamente relacionadas. En primer lugar, el bautismo es el fundamento de la igual dignidad de los fieles. Comentando el Vaticano II, la Comisión Teológica Internacional señala que «la eclesiología del Pueblo de Dios destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios»[12]. Del mismo modo, el Vademécum, a la pregunta «¿Qué es la sinodalidad?», respondía explicando, entre otras cosas, que «todo el Pueblo de Dios comparte una dignidad y una vocación comunes por el Bautismo», es decir, que «todos estamos llamados, en virtud de nuestro Bautismo, a participar activamente en la vida de la Iglesia»[13]. Afirmaciones como ésta se encuentran también en el texto hermano, el Documento Preparatorio, y en el Informe de Síntesis, así como en los discursos y homilías del Papa Francisco.

En segundo lugar, esta igual dignidad se manifiesta en la misión y vocación – compartidas por todos los fieles – de construir la Iglesia y el Reino, en la diversidad de sus ministerios. Así lo indican términos como «corresponsabilidad» y «participación». En su discurso de 2021 al inicio del Sínodo, Francisco recomendó vivamente la participación, sobre la base del bautismo. Este texto merece ser citado íntegramente: «La participación es una exigencia de la fe bautismal. […] En el cuerpo eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo, nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia. Si falta una participación real de todo el Pueblo de Dios, los discursos sobre la comunión corren el riesgo de permanecer como intenciones piadosas. Hemos avanzado en este aspecto, pero todavía nos cuesta, y nos vemos obligados a constatar el malestar y el sufrimiento de numerosos agentes pastorales, de los organismos de participación de las diócesis y las parroquias, y de las mujeres, que a menudo siguen quedando al margen. ¡La participación de todos es un compromiso eclesial irrenunciable! Todos los bautizados, este es el carné de identidad: el Bautismo»[14]. Textos similares se encuentran en el Documento de Trabajo y en el Informe de Síntesis. El primero habla de «la plena asunción de la corresponsabilidad de todos los bautizados en la única misión de la Iglesia, derivada de su común dignidad bautismal»[15].

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En tercer lugar, estas nociones también desempeñan una función crítica, porque cuestionan los enfoques de la vida eclesiástica y los puestos de liderazgo centrados exclusivamente en la jerarquía, sugiriendo en su lugar un estilo complementario y colaborativo, característico del Concilio Vaticano II y de la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de San Pablo VI. Aunque imágenes como la de «una pirámide invertida» sugieren lo profundo del cambio[16], esta función crítica del bautismo suele presentarse en términos moderados. Por ejemplo, la CTI equilibra sutilmente el mandato bautismal dirigido a los apóstoles con la misión compartida por todos «en virtud del bautismo»: «la ἐξουσία del Señor resucitado, que los envía para que hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a observar todo lo que Él ha ordenado (cf. Mt 28,19-20). De ella participan, por la fuerza del Bautismo, todos los miembros del Pueblo de Dios, que habiendo recibido «la unción del Espíritu Santo» (cf. 1 Jn 2,20.27), son instruidos por Dios (cf. Jn 6,45) y conducidos “hacia la verdad plena” (cf. Jn 16,13)»[17].

Además, el documento de la CTI describe la circularidad como una forma de promover la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, distinguiendo entre funciones jerárquicas y carismáticas[18]. En términos más concretos, esto significa que «el obispo es a la vez maestro y discípulo», como observó el Papa Francisco en Episcopalis communio[19]. Por una parte, es portador del Espíritu; por otra, debe escuchar al Espíritu y al pueblo de Dios, a través del cual el Espíritu puede hablar[20]. A este respecto, es fundamental la noción de sensus fidei fidelium[21].

El bautismo: una perspectiva más amplia

Así, la noción de bautismo ayuda a los documentos oficiales a hablar de igual dignidad teológica y eclesial, lo que implica una responsabilidad compartida, dentro de la cual existe una diversidad de ministerios. En la perspectiva sinodal, esta visión del bautismo debe ser acogida con gratitud, pero en la perspectiva litúrgico-teológica, este sacramento es más que un hecho estático e histórico que determina nuestro estatus en la Iglesia. A este respecto, la liturgia renovada del bautismo y de la iniciación constituye una fuente particularmente rica.

Antes del Concilio y de la renovación litúrgica inspirada por él, el bautismo era entendido por muchos cristianos como un rito un tanto mecánico, destinado a lavar el pecado original y a asegurar el Paraíso en caso de muerte. Aspectos como el simbolismo de morir y resucitar con Cristo, la conversión ética, el aprendizaje de la fe y el papel de la comunidad se habían olvidado en gran medida. Por ejemplo, en 1974, el teólogo ortodoxo Alexander Schmemann publicó una enérgica llamada a redescubrir el bautismo. Se lamentaba de que los manuales de teología definieran el bautismo «casi exclusivamente como la “eliminación” del pecado original y la concesión de la gracia, siendo ambos actos “necesarios”, en el sentido jurídico de la palabra, para la salvación», es decir, una forma de pensar legalista, de la que culpaba a Occidente. Lo que se pierde en esta desafortunada Engführung (“estrechamiento”) es «el bautismo como sacramento de regeneración, como recreación, como Pascua y Pentecostés personales del hombre, como integración en el laos, el pueblo de Dios, como “paso” de una vida antigua a una vida nueva y, por último, como epifanía del Reino de Dios»[22].

La teóloga Rita Ferrone se expresó en términos similares en su libro de 2007 sobre la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II: «No es exagerado decir que antes del Concilio, el bautismo se había hundido en una posición y condición lamentables en la vida de la Iglesia. El bautismo era algo que la ley exigía que tuviera lugar lo antes posible – inmediatamente después del nacimiento – y el acontecimiento era más o menos enteramente para eliminar el pecado original y, en la mente de muchos, evitar el limbo en caso de que el niño muriera»[23].

Recurriendo a los recursos bíblicos, históricos y ecuménicos («retorno a las fuentes»), el Concilio dio un paso decisivo hacia una concepción más amplia del bautismo. La Constitución Sacrosanctum Concilium (SC) decretó la renovación de la liturgia de iniciación y la restauración del catecumenado.

El bautismo como renacimiento

La visión renovada del bautismo nos hace comprender que este sacramento conlleva una identificación con la muerte y la resurrección de Cristo, y confiere así a los fieles la filiación adoptiva. La Constitución Sacrosanctum Concilium afirma: «Y así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él; reciben el espíritu de adopción de hijos “por el que clamamos: Abba, Padre” (Rom., 8,15) y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre» (SC 6). Esto puede definirse como una primera perspectiva mística del bautismo.

Muchos textos conciliares recuerdan esta transformación bautismal y la adopción como hijos de Dios, ideas también atestiguadas en la Escritura. Por ejemplo, «por el bautismo nos configuramos en Cristo», tanto en lo que se refiere a la muerte como a la resurrección (cf. Lumen gentium [LG], n. 7). Además, el bautismo es una «regeneración» (LG 10) que hace a los fieles «hijos de Dios» (LG 11)[24], de modo que la fuente bautismal puede compararse a un seno materno (cf. Ad gentes [AG], n. 15), y la Iglesia a una madre (cf. LG 64). En el bautismo nos convertimos en un solo cuerpo con Cristo (cf. LG 31)[25]; en el bautismo los seguidores de Cristo se han hecho «verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza» (LG 40), etc.

Esta perspectiva mística también está presente en el rito del bautismo. En la Introducción general, el Ritual pone en primer plano ideas como la unión de los hombres en la muerte de Cristo, el perdón, la recepción del espíritu de adopción como hijos, la incorporación a Cristo, la adquisición de la dignidad de hijos de Dios y el convertirse en una nueva criatura, renacida del agua y del Espíritu Santo[26]. La lex orandi va en la misma dirección. El uso del agua, visto a la luz de la práctica tradicional de la inmersión, simboliza tanto la purificación (el acto de lavarse) como la vida nueva (abajarse, morir y renacer a una vida nueva). Lo mismo ocurre con la túnica bautismal que se lleva.

Estas nociones encuentran también su expresión verbal en las oraciones sobre el agua, que terminan con las siguientes palabras: «Infunde en esta agua, por medio del Espíritu Santo, la gracia de tu Hijo único, para que por el sacramento del Bautismo el hombre, hecho a tu imagen, sea lavado de la mancha del pecado, y por el agua y el Espíritu Santo renazca como una nueva criatura»[27].

El bautismo como incorporación a la Iglesia

En segundo lugar, el bautismo significa incorporación a la Iglesia, participación en la vida de la Iglesia y asunción de responsabilidades dentro de ella. Esta perspectiva caracteriza afirmaciones como las de que los fieles son «incorporados a la Iglesia por el bautismo» (LG 11); que «los hombres entran por el bautismo como por una puerta [en la Iglesia]» (LG 14; AG 7); y que «son por el bautismo incorporados a la Iglesia» (AG 6). El Decreto sobre la vida y el ministerio sacerdotales Presbyterorum Ordinis (PO) señala que los sacerdotes son «hermanos entre hermanos con todos los que han sido regenerados por el bautismo, como miembros del único y mismo cuerpo de Cristo» (PO 9)[28].

Sin embargo, la Iglesia no es un fin en sí misma: está destinada a celebrar la fe y a salir a predicar el Evangelio. Estos dos elementos también se destacan en los documentos. Por ejemplo, al describir la liturgia como fuente y culmen de las actividades de la Iglesia, la Constitución sobre la liturgia precisa que los bautizados deben participar en la alabanza a Dios y en la celebración de la Eucaristía (cf. SC 10). En términos bastante parecidos, la Lumen Gentium vincula la filiación divina con la participación en la liturgia; pero luego este documento conciliar menciona también otras formas no litúrgicas de participación: «regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia» (LG 11). También se menciona a veces la peculiar posición de los fieles laicos, que están «en el mundo», lo que conlleva la responsabilidad de dar testimonio del Evangelio en él (cf. LG 33; Apostolicam actuositatem [AA], n. 3).

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La perspectiva eclesial también está presente en la liturgia del bautismo, sobre todo si se tiene en cuenta toda la estructura del Rito de iniciación cristiana de adultos. La Introducción general precisa que «el Bautismo es el sacramento que incorpora a los hombres a la Iglesia» y es «el vínculo sacramental de unidad entre todos los que lo reciben»[29]. Además, la comunidad desempeña un papel importante en el tiempo del catecumenado, que es un proceso lento y gradual de inserción, marcado en varias etapas. En él, la comunidad proporciona formación en la fe; los padrinos deben actuar como garantes de los candidatos y acompañarlos al bautismo; y los fieles en general, y los propios padrinos en particular, deben dar ejemplo de vida cristiana[30].

El bautismo como estilo de vida

En tercer lugar, el bautismo implica un estilo de vida: es la dimensión ético-espiritual del bautismo. Evidentemente, este estilo de vida está vinculado a la comprensión mística del bautismo y a la comprensión eclesial. En efecto, un estilo de vida bautismal no significa otra cosa que vivir la gracia del bautismo y «ser lo que somos» a los ojos de Dios y como miembros de la Iglesia. Todos sabemos que esto significa a menudo «llegar a ser» lo que somos, por lo que un estilo de vida bautismal conlleva una conversión continua.

En las primeras etapas de la historia cristiana, la Iglesia insistió en la necesidad de una conversión profunda y preventiva. Joseph Martos, profesor de liturgia, cita a Tertuliano, que habla de la conversión previa al bautismo: «No nos sumergimos en el agua para acabar con nuestros pecados, sino porque ya hemos acabado con ellos, porque ya estamos lavados en nuestro corazón»[31]. En efecto, la transformación moral siempre ha sido una llamada permanente. Las exhortaciones de Pablo a los fieles de las primeras comunidades cristianas a vivir como personas que han sido liberadas indican claramente que las tendencias al pecado persistían – ¡de lo contrario no habría habido necesidad de exhortar a esa comunidad![32] – , al igual que la tradición de retrasar el bautismo hasta el último momento de la vida, para reducir el riesgo de morir con pecados no perdonados.

La liturgia del bautismo también hace hincapié en la conversión. El catecumenado se centra en el proceso de conversión previo al bautismo, indicando una serie de pasos y «escrutinios». A continuación, en el periodo postbautismal, se desarrolla principalmente la catequesis mistagógica. Sin embargo, la propia liturgia hace hincapié en la conversión postbautismal, especialmente a través de los ritos de la túnica bautismal y el cirio. Los textos litúrgicos que acompañan a estos ritos invitan a los bautizados a experimentar la gracia de este sacramento: «Te has convertido en una nueva criatura y te has revestido de Cristo. Que esta túnica blanca sea signo de tu nueva dignidad: ayudado por las palabras y el ejemplo de tus seres queridos, llévala sin mancha para la vida eterna»[33]. La renovación anual de las promesas bautismales durante la Vigilia Pascual se centra una vez más en el estilo de vida. Se trata de una conversión constante en el acto de renovar la promesa de rechazar el pecado y a Satanás y de volver a comprometerse con Dios, después de haber pasado la Cuaresma como un periodo de renovación espiritual mediante el ayuno, la oración y el servicio.

Un fundamento bautismal más amplio

Por tanto, desde una perspectiva litúrgico-teológica – a partir de la lex orandi – el bautismo aparece como una realidad polifacética, que posee dimensiones místicas, eclesiales y ético-espirituales[34]. Una mayor conciencia de estas dimensiones refuerza la convicción de que el bautismo es una piedra angular para la construcción de una Iglesia sinodal.

En primer lugar, la dimensión eclesial del bautismo subraya la participación de todos. Llama a los fieles a ser miembros activos de la Iglesia de manera complementaria, respetando la diferencia jerárquica y los dones carismáticos. Al mismo tiempo, invita a los responsables a promover una cultura de la participación. Los documentos sobre la sinodalidad han tratado ampliamente este aspecto y, con el tiempo, lo han vinculado más estrechamente al bautismo.

En segundo lugar, la dimensión mística del bautismo apunta a la dimensión trascendente de la Iglesia, lo que significa que la sinodalidad es algo más que un viaje juntos de los bautizados. Más bien, es Dios actuando en nosotros y a través de nosotros (y también, a veces, a pesar de nosotros). Esta dimensión sustenta la convicción de que todos los fieles son «protagonistas» en la Iglesia, y que el Espíritu Santo es su «gran protagonista», como dijo una vez el Papa Francisco[35]. También subyace la noción de apertura a la renovación y a «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7). Los documentos sobre la sinodalidad – en particular el Documento Preparatorio, el Vademécum y el Informe de Síntesis de 2023 – tratan ampliamente este aspecto, sin vincularlo, no obstante, al bautismo.

Por último, la dimensión ético-espiritual del bautismo contribuye a fundamentar la sinodalidad como práctica espiritual, o como forma de ser Iglesia. Esto es particularmente relevante a la luz del hecho de que, para el Papa Francisco, la sinodalidad es fundamentalmente una forma de vida: estar en contacto con lo que sucede en el pueblo de Dios, con el deseo de servir al Evangelio de la misericordia y permanecer abiertos a las sorpresas de Dios. La reflexión teórica y la reforma estructural vienen en segundo lugar: la sinodalidad es ante todo una praxis espiritual. Francisco rechaza explícitamente dar prioridad a la teoría: «El tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, un eslogan o el nuevo término a utilizar o manipular en nuestras reuniones. ¡No!». En cambio, habla de la sinodalidad como un «dinamismo de escucha mutua», un «caminar juntos» y «un camino de escucha mutua y de escucha del Espíritu Santo»[36]. Lo mismo piensa el Papa de la reforma estructural, porque la considera «una especie de nuevo pelagianismo, que nos lleva a poner nuestra confianza en estructuras administrativas, en organizaciones perfectas»[37]. La reforma estructural debe ser el resultado de un proceso espiritual, no su punto central.

Una concepción dinámica del bautismo como forma de vida puede ayudar a fundamentar esta comprensión de la sinodalidad. Como hemos visto, el bautismo es una transformación profunda en el sentido de morir y resucitar con Cristo, el punto final de un proceso de conversión que es también un proceso continuo, que nos introduce en la comunidad eclesial e implica formar parte de la comunidad y aportar la propia contribución a la misma. Así, el bautismo ayuda a imaginar una Iglesia sinodal en la que Dios es siempre el protagonista; en la que los fieles son hermanas y hermanos con dones y tareas complementarias; y en la que los fieles abrazan un estilo de vida sinodal de conversión continua al diálogo, la apertura, la paciencia, el servicio, etc.

Conclusión

Con este artículo hemos querido reafirmar la convicción de que el bautismo es una piedra angular para la edificación de la Iglesia. La realidad polifacética del bautismo proporciona a la sinodalidad una base sólida, no sólo porque los bautizados comparten una dignidad y una responsabilidad comunes, sino también porque el bautismo llama a los fieles a una vida de conversión continua, y esto es precisamente lo que presupone la sinodalidad.

En el desarrollo de ese estilo de vida bautismal y sinodal debe incluirse un amplio abanico de virtudes. La obediencia al magisterio debe combinarse con la apertura a la novedad, a las «sorpresas de Dios» (Papa Francisco). La humildad debe incluir la disposición a escuchar; la paciencia debe llevar a aceptar la diversidad y a no exigir saber desde el principio a dónde nos llevará el camino, y así sucesivamente. En este sentido, la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate (GE)[38] puede ser un recurso muy útil. Introduce nuevas virtudes que uno no esperaría en documentos magisteriales, como el humor (cf. GE 122-128), y reinventa otras virtudes, contextualizándolas en las de los «santos de al lado» (cf. GE 6-9): por ejemplo, destacando, junto al martirio, también las «humillaciones cotidianas de aquellos que callan para salvar a su familia, o evitan hablar bien de sí mismos y prefieren exaltar a otros en lugar de gloriarse, eligen las tareas menos brillantes, e incluso a veces prefieren soportar algo injusto para ofrecerlo al Señor» (GE 119).

Así, bautismo y sinodalidad se iluminan mutuamente. Por un lado, el bautismo puede proporcionar a la sinodalidad un fundamento místico, eclesial y ético-espiritual válido. Por otro lado, la sinodalidad sugiere cómo debería ser una espiritualidad bautismal contemporánea, enriqueciendo el compromiso con la fe y la oración con la apertura a las sorpresas de Dios, y ampliando el compromiso con la comunión para incluir la voluntad de soportar generosamente y apreciar los dones complementarios de cada uno. Gracias al fundamento bautismal de una Iglesia sinodal, esta forma de vida pertenece a la esencia misma de la sinodalidad.

  1. Francisco, Discurso en ocasión del momento de reflexión para el inicio del Proceso sinodal, 9 de octubre de 2021.

  2. Este artículo es una versión abreviada y reelaborada de J. Moons, «Broadening the Baptismal Foundation of a Synodal Church. A Plea for A Baptismal Ethos», en Studia Canonica 58 (2024) (en prensa).

  3. Cf. Francisco, Conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, 17 de octubre de 2015.

  4. Cf. Id., Constitución apostólica sobre el sínodo de los obispos Episcopalis Communio, 15 de septiembre de 2018.

  5. Cf. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2018.

  6. Cf. Secretaría General del Sínodo, Documento preparatorio, 7 de septiembre de 2021; Id., Vademecum per il sinodo sulla sinodalità. Manuale ufficiale per l’ascolto e il discernimento nelle Chiese locali, 7 de septiembre de 2021.

  7. Cf. Id., Documento de trabajo para la etapa continental, octubre 2022.

  8. Cf. Id., Una Iglesia sinodal en misión. Informe de síntesis, octubre 2023.

  9. Cf. Id., Documento de trabajo para la etapa continental, n. 9.

  10. Id., Una Iglesia sinodal en misión…, cit., n. 7b.

  11. Ibid., n. 9b

  12. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, cit., n. 6. Cf. también nn. 22; 40; 46; 53; 56; 104.

  13. Secretaría del Sínodo, Vademecum per il sinodo sulla sinodalità…, cit., 1.2.

  14. Francisco, Discurso en ocasión del momento de reflexión para el inicio del Proceso sinodal, cit.

  15. Secretaría General del Sínodo, Documento de trabajo, cit., n. 11. El Informe de síntesis reserva una sección a los «Organismos de participación»: cf. nn. 18a; 9b.

  16. Cf. Francisco, Conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, cit.

  17. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad…, cit., n. 17.

  18. Cf. ibid, n. 72.

  19. Cf. EC 10.

  20. Cf. ibid., n. 5; Secretaría general del Sínodo, Vademecum…, cit., 1.3.

  21. Para una reflexión adicional sobre el Espíritu Santo y la sinodalidad, cf. J. Moons, «El Papa Francisco, el Espíritu Santo y la sinodalidad», en La Civiltà Cattolica, 23 de junio de 2023, https://www.laciviltacattolica.es/2023/06/23/el-papa-francisco-el-espiritu-santo-y-la-sinodalidad/

  22. A. Schmemann, Of Water and the Spirit: A Liturgical Study of Baptism, New York, St. Vladimir’s Seminary Press, 1974, 10 s.

  23. R. Ferrone, Liturgy. Sacrosanctum Concilium, Mahwah, NJ, Paulist Press, 2007, 32.

  24. Cf. el texto en latín: «Per Spiritus Sancti gratiam [] baptismo in filios Dei constituuntur».

  25. Cf. el texto en latín: «uptote baptismate Christo concorporati»

  26. Cf. «L’iniziazione cristiana. Introduzione generale», nn. 1-2, en Rito del battesimo dei bambini, Ciudad del Vaticano, Libr. Ed. Vaticana, 1985, 15. Cf. también «Iniziazione cristiana», nn. 1-2, en Rito dell’iniziazione cristiana degli adulti, ibid., 1989, 16.

  27. Rito dell’iniziazione cristiana degli adulti, cit., n. 258. Cf. también Rito del battesimo dei bambini, cit., n. 60.

  28. Cf. la precisión ecuménica: «La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro» (LG 15).

  29. Rito dell’iniziazione cristiana degli adulti, cit., n. 4.

  30. Para una descripción detallada del catecumenado y de sus diversos roles, cf. «Iniziazione cristiana degli adulti», en Rito dell’iniziazione cristiana degli adulti, cit., nn. 1-65. Por supuesto, en la mayor parte de las parroquias se trata más de un bello ideal que de una realidad vivida.

  31. J. Martos, Doors to the Sacred. A Historical Introduction to Sacraments in the Catholic Church, Liguori, MO, Liguori Pubblications, 2001, 51.

  32. Cf. 1 Cor 5–6 (sobre la inmoralidad sexual y los litigios entre cristianos y tribunales); Ef 4–5 (sobre vivir una vida a la altura «de la llamada recibida»); Rm 6 (sobre el morir y resucitar con Cristo, y por tanto no pecar más).

  33. Rito dell’iniziazione cristiana degli adulti, cit., n. 225.

  34. Ciertamente existen otras maneras de formalizar estos aspectos. Por ejemplo, Baptism, Eucharist and Ministry, Ginevra, World Council of Churches, 1982, especifica cinco: cf. nn. 3-7; 1-2.

  35. Francisco, Discurso a los fieles de la diócesis de Roma, 18 de septiembre de 2021.

  36. Ibid.

  37. Id., Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, 29 de junio de 2019, n. 3; el texto cita la Evangelii gaudium, n. 32.

  38. Cf. Id., Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 19 de marzo de 2018.

Jos Moons
Estudió teología en Utrecht y París (Centre Sèvres) y trabajó como párroco en la diócesis de Rotterdam, tras lo cual ingresó en los jesuitas (Birmingham / España). Su doctorado versa sobre Lumen gentium y la renovación pneumatológica. Ha publicado libros sobre el arte del acompañamiento espiritual (Paulist Press, 2021), la renovación pneumatológica del Concilio (Brill, 2022), y la sinodalidad (Halewijn /KokBoekencentrum, 2022).

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