Biblia

Abimelec y la fraternidad traicionada

La Muerte de Abimelec, de ‘Las Batallas del Antiguo Testamento’, Antonio Tempesta, Nicolaus van Aelst (h. 1590-1610)

El libro de los Jueces presenta la historia de Israel desde la muerte de Josué, que había conducido al pueblo a la conquista de la Tierra Prometida, hasta los umbrales del advenimiento de la monarquía. Israel reside en la tierra que el Señor le ha donado, pero en Canaán todavía habitan otros pueblos, que representan para Israel una espina en el costado. En particular, la parte central del libro está organizada según una estructura que se repite cíclicamente: cuando Israel abandona al Señor para servir a otras divinidades, Dios lo entrega en manos de los enemigos, que lo oprimen; entonces Israel clama al Señor, quien hace surgir un juez para salvar a su pueblo y establecer un tiempo de paz. Los jueces guiaban a Israel en nombre y por cuenta del Señor.

Bajo el liderazgo de Gedeón (cf. Jue 6–9), tenemos los primeros signos de un declive de dicha institución. Si bien es cierto que Gedeón renuncia a ser rey a pesar de que los israelitas se lo piden (cf. Jue 8,22-23), muestra evidentes limitaciones. De hecho, actúa por venganza personal, matando tanto a quienes no lo ayudaron como a quienes causaron la muerte de sus propios hermanos (cf. Jue 8,13-21). Luego, manda construir un ídolo con una parte del botín obtenido de la victoria contra los madianitas (cf. Jue 8,24-27), en un contexto que recuerda el pecado del becerro de oro (cf. Ex 32). Finalmente, se casa con muchas mujeres, y de este harén casi real nacen muchísimos hijos, sentando las bases de una lucha fratricida después de su muerte (cf. Jue 8,30-31).

El delito de Abimelec

Abimelec, cuyo nombre significa «mi padre es rey», es hijo de Gedeón y de una concubina. A la muerte de su padre se dirige a Siquem, donde están sus tíos y la familia de su madre, para buscar apoyo para sus pretensiones de «sucesión» en el gobierno de Israel, a pesar de que la judicatura no es hereditaria y solo Dios tiene el poder de suscitar un juez al servicio de su pueblo.

«Digan a todos los señores de Siquem: “¿Qué es mejor para ustedes, que los gobiernen setenta hombres –todos los hijos de Ierubaal[1]– o que los gobierne uno solo? Recuerden además que yo soy de la misma sangre que ustedes”. Los hermanos de su madre comunicaron estas palabras de Abimelec a los señores de Siquem, y estos se pusieron de parte de él, porque decían: “Es nuestro hermano”» (Jue 9,2-3).

Con habilidad oratoria y astucia política, Abimelec delinea un futuro mejor para el pueblo mediante el gobierno de un solo hombre. Al mismo tiempo, a través del vínculo de sangre, construye alianzas a partir de su clan. Por lo tanto, sus familiares lo patrocinan ante los líderes de Siquem y los convencen apelando a sus sentimientos: «Es nuestro hermano». Así, Abimelec crea consenso a su alrededor y recauda fondos con las ofrendas hechas a Baal, es decir, a un ídolo (cf. Jue 8,33). De esta manera contrata a vagabundos y aventureros (v. 4) para llevar a cabo su dramático plan.

«Enseguida entró en la casa de su padre, en Ofrá, y mató a sus hermanos, los setenta hijos de Ierubaal, sobre una misma piedra. Sólo escapó Jotam, el hijo menor de Ierubaal, porque logró esconderse. Entonces se reunieron todos los señores de Siquem y todo Bet Miló, y fueron a proclamar rey a Abimelec, junto a la encina de la piedra conmemorativa que está en Siquem» (Jue 9,5-6).

La conquista del poder por parte de Abimelec pasa por el sangriento asesinato de sus propios hermanos, pero uno de ellos, el más pequeño, logra escapar. La primera investidura real en la historia de Israel está manchada de sangre: son masacrados 70 hijos de Gedeón. El número es simbólico: de hecho, 70 son los miembros de toda la familia del patriarca Jacob, que representan la totalidad del pueblo de Israel (cf. Gen 46,27; Ex 1,5; Dt 10,22).

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Abimelec, primer rey, expresa el drama de la monarquía, que se transforma en abuso de poder. Sin embargo, por el momento, solo Siquem y Bet-Milo están entre aquellos que confían en el nuevo rey. Por lo tanto, parecería que no hay unidad del pueblo de Israel en torno a la institución monárquica. Irónicamente, pero no tanto, Abimelec es proclamado rey después de haber matado a sus propios hermanos, es decir, al precio de sus vidas, mientras que el libro del Deuteronomio afirmaba una forma de realeza al servicio de los hermanos: «Pondrás un rey elegido por el Señor, tu Dios, que pertenezca a tu mismo pueblo […]; De esa manera, no se sentirá superior a sus hermanos» (Dt 17,15.20). Además, Abimelec es hecho rey, pero no hay ninguna iniciativa o investidura divina como en el caso de los jueces (cf. Jue 3,7-9; 3,12-15; 4,1-4; 6,11-16; 11,29; 13,1-25). De hecho, en esta circunstancia, la iniciativa pertenece exclusivamente a los hombres y a su arrogancia.

La parábola de Jotam

En todo esto, Jotam, el único sobreviviente entre los hijos de Gedeón, asume el papel de aguafiestas. Mientras se lleva a cabo la funesta coronación, él representa la única voz que aún es capaz de decir que el rey está desnudo. Desde la cima del monte Garizim pronuncia un māšal[2], es decir, una parábola que, teniendo a los árboles como protagonistas, se configura como una fuerte crítica a la monarquía y como una advertencia profética que confronta a los señores de Siquem con las trágicas consecuencias de su acción. El olivo, la higuera, la vid, la zarza y los cedros del Líbano son los protagonistas del célebre apólogo.

«Los árboles se pusieron en camino para ungir a un rey que los gobierne. Entonces dijeron al olivo: “Sé tú nuestro rey”. Pero el olivo les respondió: “¿Voy a renunciar a mi aceite con el que se honra a los dioses y a los hombres, para ir a mecerme por encima de los árboles?”. Los árboles dijeron a la higuera: “Ven tú a reinar sobre nosotros”. Pero la higuera les respondió: “¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a mecerme por encima de los árboles?”. Los árboles le dijeron a la vid: “Ven tú a reinar sobre nosotros”. Pero la vid les respondió: “¿Voy a renunciar a mi mosto que alegra a los dioses y a los hombres, para ir a mecerme por encima de los árboles?”. Entonces, todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú a reinar sobre nosotros”. Pero la zarza respondió a los árboles: “Si de veras quieren ungirme para que reine sobre ustedes, vengan a cobijarse bajo mi sombra; de lo contrario, saldrá fuego de la zarza y consumirá los cedros del Líbano” (Jue 9, 8-15).

Los frutos del olivo, la higuera y la vid son preciosos en todo el Antiguo Cercano Oriente y en el área mediterránea. Por lo tanto, para estos árboles, ponerse a reinar significa perder sus propios frutos, es decir, volverse estériles, agitándose inútilmente como líderes de las demás plantas. Así, al final, será la zarza, una planta no solo inútil e improductiva[3], sino también perjudicial para las demás, ya que les quita recursos vitales, la que aceptará ser el rey de todos los árboles, ofreciendo sarcásticamente una sombra entre sus espinas punzantes. Cualquiera que se rebele contra ella será quemado por esta planta fácilmente inflamable, incluso si se tratara de un árbol poderoso como el cedro del Líbano. La parábola de Jotam no solo habla de la monarquía como una institución deplorable y nociva, sino también de la figura peligrosa y letal de Abimelec, quien, además de haber matado a sus propios hermanos, librará otras batallas, quemando vivos a sus parientes siquemitas cuando se conviertan en sus nuevos enemigos (cf. Jue 9,46-49).

Posteriormente, Jotam explica esta parábola, acusando a los señores de Siquem de deslealtad hacia Gedeón/Jerobaal, de quien han recibido el bien, y hacia su casa[4]. Abimelec no es presentado por Jotam como su hermano, sino que es denigrado como hijo de la esclava de Gedeón[5], hermano de los siquemitas y traidor de su propia sangre. Por lo tanto, haber apoyado a Abimelec y traicionado la memoria de Gedeón será la causa de la ruina de Siquem. Además, el lector ya sabe que Gedeón no solo rechazó reinar, sino que también se opuso a que lo hicieran sus propios hijos (cf. Jue 8,23).

La advertencia de Jotam es poderosa. Este pronuncia una palabra profética sobre Abimelec y sus aliados: «Que salga fuego de Abimélec para devorar a los señores de Siquem y de Bet Miló, y que salga fuego de los señores de Siquem y de Bet Miló, para devorar a Abimélec» (Jue 9,20).

Abimelec y los siquemitas tienen ante sí un futuro de enemistad que los llevará a un conflicto mortal. Los señores de Siquem han reconocido al nuevo rey como hermano (cf. Jue 9,3 y 9,18), pero pronto se devorarán entre sí, violando sangrientamente todo pacto. De hecho, dentro del relato, el apólogo de Jotam anticipa la rebelión de los tíos contra Abimelec y la cruel destrucción de Siquem, que será arrasada y rociada con sal (cf. Jue 9,45). La zarza Abimelec ha comenzado a quemar los árboles. Empezó con sus propios hermanos, hijos de su padre, y continuará incendiando también a sus tíos y parientes por parte de la madre. En la época de los jueces, la institución monárquica recién introducida ya está rodeada de un aura negativa debido a los daños que causa al pueblo, comenzando por los lazos familiares que se cortan. Siquem era el lugar de la alianza entre Israel y el Señor después de la conquista de Canaán (cf. Josué 24). Israel había elegido servir al Señor que le había dado la tierra, abandonando la tentación de la idolatría. Ahora, los siquemitas, al elegir un rey, rechazan también al Señor, para que no sea Él quien reine sobre ellos (cf. 1 Sam 8,7). Después de pronunciar su discurso, Jotam huye y se refugia lejos de su hermano (cf. Jue 9,21).

Las semillas de la discordia

El reino de Abimelec sobre el pueblo es de corta duración. Él también, al igual que la zarza, se consume rápidamente. «Abimelec gobernó tres años en Israel. Pero Dios envió un espíritu de discordia entre Abimelec y los señores de Siquem, y estos traicionaron a Abimelec. Así debía ser castigado el crimen cometido contra los setenta hijos de Jerobaal, y su sangre debía recaer sobre su hermano Abimelec, que los había matado, y sobre los señores de Siquem, que habían sido cómplices en la matanza de sus hermanos» (Jue 9,22-24).

En la narración bíblica hay dos tipos de causalidad: la divina y la humana[6]. Por lo tanto, los eventos son el resultado tanto de la acción de Dios, como Señor de la historia, como de la libre iniciativa humana. De hecho, son las acciones violentas llevadas a cabo por Abimelec y los señores de Siquem las que los conducen al desastre, pero, al mismo tiempo, la Biblia nos dice que Dios está presente e interviene enviando un espíritu malo (rûăḥ rā‘â), señal de que el Señor guía la historia, que siembra discordia entre los aliados, llevando a la caída de Abimelec[7]. La doble causalidad implica un delicado equilibrio narrativo entre el involucramiento directo o mediado de Dios y la libertad del hombre. Esta vez no está presente el espíritu que investe al juez designado por Dios (véase, por ejemplo, Jue 3,10; 6,34; 11,29), sino que hay un espíritu malo enviado para sembrar discordias entre los aliados.

La traición y el asesinato de sus parientes perseguirán a Abimelec y llevarán a la derrota tanto de él como de los siquemitas. La sangre derramada es la causa del conflicto entre Abimelec y los señores de Siquem, y más adelante será el motivo de la ruina definitiva del primer rey (cf. Jue 9,56), en una especie de justicia poética por el asesinato de sus propios hermanos[8].

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A este resumen le sigue el relato de una serie de traiciones, dobleces y complots, que conducen todos al desastre.

Los señores siquemitas son los primeros en traicionar a Abimelec, tendiéndole emboscadas (cf. Jue 9,25) y luego maldiciéndolo (cf. Jue 9,27). Posteriormente, Zebul, gobernador de la ciudad, enfadado con Gaal por haber sido ofendido por él, traiciona a Gaal y a sus hermanos, sus aliados, entregándolos con engaño a Abimelec, que los derrota en batalla junto con los siquemitas (cf. vv. 30-41). Finalmente, poco después, Abimelec destruirá la misma ciudad de Siquem. Se trata de un epílogo dramático. Los señores de Siquem se refugian en la cripta del templo de El-Berit, de donde anteriormente habían sacado dinero para financiar las ambiciones de Abimelec (cf. Jue 9,4), y, paradójicamente, son quemados vivos por el hijo de la concubina de Gedeón: «Cada uno de sus hombres cortó una rama y todos fueron detrás de Abimelec. Después cubrieron la cripta con las ramas y les prendieron fuego. Así murieron también los habitantes de Migdal Siquem, unos mil hombres y mujeres» (Jue 9,49).

El final del primer rey

Las batallas de Abimelec no terminan con la destrucción de Siquem; el relato continúa con el asedio de Tebes: «Abimelec se adelantó para atacar la torre y llego hasta la puerta con la intención de prenderle fuego. Pero una mujer le arrojó una rueda de molino sobre la cabeza y le partió el cráneo. Él llamó en seguida a su escudero y le dijo: “Desenvaina tu espada y mátame, para que no se pueda decir que me mató una mujer”. Entonces el escudero lo atravesó con su espada y él murió» (Jue 9,52-54).

También en esta ocasión Abimelec, como una zarza espinosa, intenta utilizar el fuego para matar a sus enemigos atrincherados en la torre, pero desde arriba una mujer arroja la parte superior de la piedra de molino sobre la cabeza del rey, que queda gravemente herido. El Deuteronomio indica esta parte de la piedra de molino como un objeto no embargable, porque sería como tomar en prenda la vida misma de alguien, condenándolo al hambre (cf. Dt 24,6)[9]. Ahora, sin embargo, la parte superior de la piedra de molino se convierte en un instrumento de muerte para Gedeón y de vida para aquellos que se habían refugiado en la torre. Además, así como sobre una sola piedra fueron asesinados los hijos de Gedeón, ahora una sola piedra hiere mortalmente a Abimelec.

En este punto, el rey pide a su escudero que lo mate para no tener que morir ignominiosamente a manos de una mujer[10]. Ironía del destino, este último deseo de Abimelec quedará frustrado, porque en el relato bíblico será recordado y mencionado por el rey David precisamente por haber sido asesinado por una mujer[11].

Al concluir la historia del primer rey, el narrador afirma: «Dios hizo recaer sobre Abimelec el crimen que había cometido contra su padre, cuando mató a sus setenta hermanos. Y también hizo que toda la maldad de la gente de Siquem recayera sobre ellos mismos. Así se cumplió la maldición que Jotam, hijo de Jerobaal, había pronunciado contra ellos» (Jue 9,56-57).

La palabra profética pronunciada por Jotam se realiza. Dios no deja impune el mal cometido por Abimelec contra la herencia paterna con el asesinato de 70 hermanos. El mal causado por el rey y los siquemitas se vuelve contra ellos mismos, en una enésima lucha fratricida, porque los señores de Siquem habían reconocido en Abimelec a un hermano suyo (cf. Jue 9,3.18). No por casualidad el término «hermano» resulta ser la palabra clave de toda la narración, reiterándose hasta 12 veces[12]. Se trata, por tanto, del relato de una fraternidad que se pervierte y se transforma dramáticamente en fratricidio, todos contra todos.

***

En la historia de Abimelec, el mal termina por autodestruirse. El narrador es cuidadoso en indicar a Dios como la causa que acompaña todo el proceso que inexorablemente lleva al primer rey de Israel a la derrota final. En efecto, el Señor no ofrece ninguna investidura mediante su espíritu, a diferencia de lo que había hecho en otros lugares en el libro de los Jueces. El relato nos muestra, igualmente, cómo el mal se devora a sí mismo y es responsable de su propia ruina. Así como el fuego que sale de la zarza quema al mismo tiempo la maleza y los otros árboles, de esa manera el mal se autodestruye. Abimelec se consume dramáticamente a sí mismo y a quienes lo rodean. Para adquirir poder y convertirse en rey, primero mata a sus hermanos de sangre y luego, para consolidar su dominio, elimina a aquellos que se consideraban sus hermanos, es decir, los hermanos de su madre, sus aliados. Abimelec no es designado por Dios como juez para liberar al pueblo de Israel, sino que se hace proclamar rey por sus cómplices. La conquista del poder se convierte así en un mal a la enésima potencia, porque anula toda posible fraternidad.

La Biblia no tiene miedo de mostrar el mal y sus dramáticas consecuencias para inmunizar al lector, de manera que el horror que suscita en él lo aleje de seguir los pasos perversos de Abimelec, que conducen a la muerte. El poder y una corona no valen el precio del sacrificio de la fraternidad.

  1. Es otro nombre para designar a Gedeón.
  2. El término māšal se utiliza para indicar los dichos en ámbito sapiencial y podría traducirse literalmente como «comparación, parangón, proverbio o parábola».
  3. Como afirma Jesús: «¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?» (Mt 7,16; cf. Lc 6,44).
  4. Esta grave acusación de Jotam se confirma en las palabras del narrador, confiable y omnisciente, el cual, cuando habla del pecado del pueblo, utiliza la misma terminología, subrayando la ingratitud del pueblo hacia Gedeón y su familia: «[Los israelitas] no agradecieron a la casa de Jerobaal Gedeón todo el bien que él había hecho a Israel» (Jue 8,35).
  5. Abimelec, que había sido presentado como el hijo de la concubina de Gedeón (cf. Jue 8,31), ahora es definido, retórica y provocadoramente por Jotam, como «hijo de la esclava». Como afirma Tammi J. Schneider: «Es un giro irónico, pues Abimelec, cuyo nombre significa “mi padres es rey”, era, según sus hermanos, hijo de una esclava» (T. J. Schneider, Berit Olam: Judges, Collegeville, Liturgical Press, 2000, 143).
  6. Sobre este tema, cf. Y. Amit, «The Dual Causality Principle and its Effects on Biblical Literature», en Vetus Testamentum 37 (1987) 385-400; Id., «Dual Cau­sality – An Additional Aspect», en Id. (ed.), In Praise of Editing in the Hebrew Bible. Collected Essays in Retrospect, Sheffield, Sheffield Phoenix Press, 2012, 105-121.
  7. La Escritura sí tiene en cuenta el problema de las fuerzas malvadas presentes en el hombre y entre los hombres: «[El espíritu maligno (rûăḥ rā‘â) sería] una “mentalidad” (“una actitud mental”), no un demonio malvado ni tampoco la rûăḥ de Dios. La causa eficiente divina, expresada con el verbo “enviar”, […] ilustra simplemente un principio teológico general: Dios guía las acciones del hombre, de manera que su obra maligna recaiga sobre él» (S. Tengström, «rûăḥ», rn Grande Lessico dell’Antico Testamento, VIII, 290).
  8. Por «justicia poética» se entiende una convención narrativa mediante la cual el justo es recompensado, mientras que el malvado es castigado. Sobre la presencia de este fenómeno en el relato bíblico, cf. L. Ryken – J. C. Wilhoit – T. Longman III (edd.), Le im­magini bibliche. Simboli, figure retoriche e temi letterari della Bibbia, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2008, 673-675.
  9. Cf. T. J. Schneider, Berit Olam: Judges, cit., 148.
  10. Como había sucedido a Sísara, muerto a manos de Jael (cf. Jue 4,21).
  11. «¿Quién hirió mortalmente a Abimélec, hijo de Ierubaal? ¿No fue una mujer la que le arrojó una piedra de molino desde lo alto del muro, y así murió en Tébes?» (2 Sam 11,21).
  12. Cf. Jue 9,1.3.5.18.21.24.26.31.41.56.
Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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