Vida de la Iglesia

Misioneros en el ambiente digital

Pensar la sinodalidad en los tiempos de las redes sociales

© iStock

Desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco llama a la Iglesia a una «salida misionera». Esta dinámica impulsa a la comunidad eclesial a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio»[1]. Por lo tanto, entre una Iglesia accidentada que sale a la calle y una Iglesia enferma de autorreferencialidad, Francisco no duda en preferir la primera. «Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza»[2].

Hoy, en las reflexiones y debates en torno al Sínodo sobre la sinodalidad, la misión de la Iglesia en los entornos digitales ha adquirido una relevancia aún más significativa frente al desafío de «caminar juntos» en la misión, en comunión y con participación. El tema aflora en varios momentos del proceso sinodal iniciado en 2021, en sus diversas fases y en los distintos documentos redactados desde entonces por la Secretaría General del Sínodo.

En las fases diocesana y continental de este proceso destaca el proyecto piloto «La Iglesia te escucha»[3], que se propone promover la reflexión sinodal en las principales redes y plataformas digitales, con la intención de llegar al mayor número de personas posible. Por su alcance, ha sido llamado «Sínodo digital» en los documentos posteriores. Al concluir la fase de la Iglesia universal, el Informe de Síntesis (IdS) de la primera sesión de la Asamblea General del Sínodo[4] destaca el tema «Misioneros en el ambiente digital» como título de uno de los 20 capítulos en los que se divide la síntesis de los debates sinodales llevados a cabo hasta entonces. Y «La misión en el ambiente digital» es también el tema de uno de los 10 grupos de trabajo establecidos por el papa Francisco en preparación para la segunda sesión de la Asamblea General, que se celebrará en octubre de 2024, y señalados por el mismo Pontífice entre las «numerosas e importantes cuestiones teológicas, todas relacionadas en distinta medida con la renovación sinodal de la Iglesia y no faltas de repercusiones jurídicas y pastorales»[5].

En este contexto, queremos profundizar en las reflexiones y desentrañar las cuestiones aún abiertas, que están presentes en los dos últimos documentos del proceso sinodal, donde se ponen de manifiesto, de manera madura y articulada, los límites y las potencialidades de la «misión en los ambientes digitales». Así lo hacen el Informe de Síntesis y el esquema de trabajo preparado por la Secretaría General del Sínodo para los 10 grupos de estudio en el período que transcurre entre las dos sesiones de la Asamblea General. Con esto, queremos aportar nuestro grano de arena al debate, a la luz del sueño del Papa de una «opción misionera capaz de transformar todo», para que la pastoral «en todas sus instancias sea más expansiva y abierta» (EG 27).

Cultura digital e Iglesia sinodal

En general, el Informe de Síntesis presenta «los principales elementos que han salido en el diálogo, en la oración y en los diferentes puntos de vista expuestos» durante la primera sesión de la Asamblea sinodal, en octubre de 2023. Destaca los frutos de la reflexión «sobre los signos característicos de una Iglesia Sinodal y sobre las dinámicas de comunión, misión y participación que la caracterizan» (IdS, Introducción).

Uno de estos signos, presentado en la tercera parte de la relación y centrado en el desafío de «Tejer lazos, construir comunidad», destaca los aspectos que conciernen «al intercambio entre las Iglesias y al diálogo con el mundo» (ibid). Este signo está constituido por los «Misioneros en el ambiente digital», que da título al capítulo 17 del documento. En él, se reafirma la convergencia entre los miembros sinodales sobre el hecho de que la cultura digital es un «cambio fundamental» en la percepción y en la experiencia contemporáneas de uno mismo, en la relación con los demás y con el mundo, y también con Dios. Se reconoce, por tanto, que la cultura digital «no es tanto un área distinta de la misión, cuanto una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia en la cultura contemporánea» y «por eso tiene un significado especial en una Iglesia sinodal» (ibid; cursivas nuestras).

Como afirma la Asamblea sinodal, «no podemos evangelizar la cultura digital sin haberla comprendido antes» (IdS 17d). Para caminar juntos no solo como Iglesia, sino también con la sociedad en general, es necesario tener en cuenta los macroprocesos contemporáneos, como la mediatización y la digitalización, que dan nuevo significado no solo a la noción de socius, sino también a las de sacrus y de religio[6]. Tales procesos instan tanto a la institución eclesiástica como a los fieles comunes a resignificar sus prácticas religiosas para los ambientes online, activando lógicas mediático-digitales de percepción y de expresión de sus propias creencias y tradiciones. Esto, a su vez, da lugar a una verdadera «mediamorfosis de la fe»[7]. La Iglesia, por tanto, no puede concebirse simplemente como una «observadora partícipe» de estos fenómenos, porque está permeada e impregnada por diversos flujos socio-digitales que abren nuevos significados incluso respecto a la idea misma de comunión, participación y misión, temas centrales en los actuales debates eclesiales.

El Informe de Síntesis reconoce que el proceso sinodal, incluida la iniciativa del «Sínodo digital», ha mostrado «la potencialidad del ambiente digital en clave misionera, la creatividad y generosidad de quienes se comprometen en ello» (IdS 17e). Según la síntesis sinodal, existen muchas iniciativas en línea de gran valor y utilidad vinculadas a la Iglesia, que ofrecen catequesis y formación para profundizar en la fe.

Por otro lado, también hay otras prácticas digitales que abordan las cuestiones relacionadas con la fe de manera superficial, polarizada e incluso cargada de odio. Por lo tanto, se lee en el texto, «como Iglesia y como misioneros digitales tenemos el deber de preguntarnos cómo garantizar que nuestra presencia online constituya una experiencia de crecimiento para aquellos con quienes nos comunicamos» (IdS 17g). Además, considerando los límites y riesgos de los ambientes digitales (como el acoso, la desinformación, la explotación sexual y la adicción), «es urgente reflexionar sobre cómo la comunidad cristiana pueda apoyar a las familias para garantizar que el espacio online sea no sólo seguro, sino también espiritualmente vivificante» (IdS 17f; cursivas nuestras).

El informe afirma también que «las iniciativas apostólicas online tienen un alcance y un radio de acción que se extiende más allá de los tradicionales confines territoriales» (IdS 17h). Ante esto, el Sínodo reconoce que el desafío eclesial radica en cómo dichas iniciativas «pueden ser reguladas y a qué autoridad eclesiástica competa la vigilancia». Es una cuestión seria, como veremos más adelante, y es por ello que una concepción meramente geográfico-espacial de las prácticas digitales —entendidas como un «continente» aparte, «allí afuera» — no tiene sentido y es perjudicial para la acción evangelizadora. De hecho, tales prácticas y redes atraviesan e ignoran cualquier «frontera territorial» eclesiástica, tradicionalmente entendida.

En este escenario, el Informe de Síntesis propone que las Iglesias aseguren el reconocimiento, la formación y el acompañamiento de los misioneros digitales ya activos, facilitando el encuentro entre ellos, y también que se creen redes de colaboración entre influencers en general, no solo católicos, que puedan colaborar en temas compartidos, como aquellos que promueven la dignidad de la persona humana, la justicia y el cuidado de la casa común[8]. Esta propuesta formativa y de articulación es realmente necesaria y cada vez más urgente, pero también, como veremos, igualmente desafiante.

El desafío de una «misión en el entorno digital»

La Secretaría General del Sínodo publicó, en marzo de 2024, una guía de trabajo para los 10 grupos de estudio establecidos por el papa Francisco en preparación para la segunda sesión de la Asamblea General. Entre las cuestiones relevantes sobre la vida y la misión de la Iglesia en la perspectiva sinodal se incluye «la misión en el entorno digital». Basándose en el capítulo 17 del Informe de Síntesis, el documento invita al grupo de estudio a «investigar las implicaciones a nivel teológico, pastoral, espiritual, canónico e identificar los requisitos a nivel estructural, organizativo e institucional para llevar a cabo la misión digital»[9]. Por lo tanto, plantea algunas cuestiones específicas, sobre las que queremos discutir para estimular el debate sin ofrecer respuestas prefabricadas.

La primera cuestión es «¿Qué puede aprender una iglesia sinodal misionera de una mayor inmersión en el entorno digital?». Creemos que el fenómeno digital representa un desafío positivo para la Iglesia, tanto porque la lleva a repensar sus propios lenguajes para facilitar el diálogo con la cultura contemporánea, como porque la induce a dialogar con públicos diversos, con muchas personas con las que quizás no está acostumbrada a interactuar. Por lo tanto, la noción fundamental nos parece la de ser una Iglesia en (una sociedad en) red, una experiencia crucial para la práctica de la sinodalidad. En una red, el poder de acción se distribuye entre todos los puntos, incluso si está centralizada en un único polo: todos interactúan. Y la red nunca es algo ya hecho y dado, sino que implica un continuo trabajo de construcción (net-work), a través de las interrelaciones entre sus diferentes partes, que modelan su forma. Incluso la metáfora de la vid y los sarmientos presentada por Jesús (cf. Jn 15) y la del cuerpo y los miembros usada por Pablo (cf. Ef 4) señalan esta identidad reticular de la Iglesia, «que está fundada en la comunión y la alteridad. Como cristianos, todos nos reconocemos miembros del único cuerpo del que Cristo es la cabeza [y] la perspectiva de inclusión que aprendemos de Cristo nos hace descubrir la alteridad de un modo nuevo […]: para ser yo mismo, necesito al otro»[10].

En este sentido, las redes digitales pueden facilitar o potenciar las redes humanas. El papa Francisco también reconoce que «el uso de las redes sociales es complementario al encuentro en carne y hueso […] y sigue siendo un recurso para la comunión»[11]. No existe una dicotomía o separación entre estas experiencias de vida: «El dualismo entre real y virtual no describe adecuadamente la realidad y la experiencia de todos nosotros», como afirma IdS 17a. Por lo tanto, «la Iglesia en la época de las redes sociales está llamada a una tarea de este tipo, adoptando las formas adecuadas, pero comprendiéndose también (y por tanto ciertamente no solo) como un lugar de conexión significativa de la persona, capaz de proporcionar la base para la construcción de relaciones de comunión en una sociedad fragmentada»[12].

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La segunda pregunta de la Secretaría General del Sínodo es: «¿Con qué criterios podemos evaluar las numerosas experiencias que han tenido lugar durante la pandemia, a fin de identificar cuáles pueden ser “los beneficios permanentes para la misión de la Iglesia en el ambiente digital”?»[13]. Si hablamos de la misión de la Iglesia, no nos referimos a algo que sea comparable a lo que hacen otros individuos, grupos o instituciones en general en los entornos digitales. Nosotros, la Iglesia, no somos una empresa, una marca comercial, un partido político, una ONG. La Iglesia no es un sujeto cualquiera en el campo de la comunicación, y su misión no es comparable a la de cualquier otra institución. Como dijo Francisco en un tweet de 2018, «nosotros los cristianos no tenemos un producto que vender, sino una vida que comunicar»[14], la vida que experimentamos en comunidad, como hijas e hijos de Dios, miembros del Cuerpo de Cristo.

Por lo tanto, los criterios para evaluar la misión de la Iglesia en el entorno digital no deben derivarse del ámbito empresarial, político, publicitario, del marketing o del entretenimiento. Las métricas digitales como el alcance, la participación, los clics y las visualizaciones pueden ser criterios muy importantes para cualquier otra institución social, pero dicen poco a la Iglesia desde el punto de vista de su misión. Para la Iglesia los números no cuentan, porque la «matemática de Dios» es diferente: «¡se multiplica solamente si se divide!»[15]. Jesús nunca se preguntó: «¿Cuántos hombres siguen al Hijo del hombre?», sino más bien: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?» (Mt 16,13).

Es necesario entonces volver a los Evangelios para encontrar los criterios coherentes con la misión cristiana. Como afirma el decreto conciliar Ad gentes (AG), «la misión continúa y desarrolla a lo largo de la historia la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección» (AG 5; cursivas nuestras). Estos son los criterios cruciales. Además, para hablar de misión hoy, es necesario volver también a la Evangelii gaudium. Con palabras de Francisco, la misión de la Iglesia —ayer, hoy y siempre— es «hacer presente en el mundo el Reino de Dios» (EG 176). Y este Reino es como un grano de mostaza o la levadura escondida en la masa (cf. Lc 13,18-21), es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17). Sus frutos no son medibles, ni previsibles, ni cuantificables, ni controlables según los estándares humanos.

Los criterios eclesiales, en este sentido, deben ser diferentes, nuevos e innovadores como la misma Buena Noticia. Y, en esencia, en su praxis evangelizadora, la experiencia católica se alimenta de una tríada fundamental, que también sirve como guía para la misión en los entornos digitales: la Sagrada Escritura, la gran Tradición de la Iglesia (y no los simples «tradicionalismos») y el Magisterio de todos los tiempos.

El documento de la Secretaría del Sínodo pregunta además: «¿Cómo puede integrarse la misión digital de forma más rutinaria en la vida de la Iglesia y en las estructuras eclesiales, profundizando las implicaciones de la nueva frontera digital misionera para la renovación de las estructuras parroquiales y diocesanas existentes?»[16]. La preocupación aquí es cómo adaptar la noción de «jurisdicción» a los entornos digitales, porque, como se afirma en el Informe de Síntesis de la primera sesión del Sínodo, las iniciativas apostólicas en línea tienen un alcance mucho mayor que los límites territoriales de las comunidades eclesiales. Por lo tanto, regular dichas iniciativas e instituir autoridades capaces de acompañarlas es una cuestión fundamental para la eclesiología contemporánea. Hay una transformación del modelo eclesial a partir de las prácticas digitales, por lo que la popularidad construida por los medios supera a la autoridad constituida institucionalmente. La teología no puede subestimar los efectos que la transversalidad de las redes digitales tiene sobre el tejido eclesial, especialmente en una Iglesia local. Tales prácticas digitales pueden efectivamente subvertir e incluso corromper procesos fundamentales de la experiencia del catolicismo, como la construcción de la identidad católica, la configuración de la comunidad eclesial y la guía de la autoridad eclesiástica.

Desde el punto de vista de la jurisdicción eclesiástica, es necesario invertir, en primer lugar, en la formación teológica de las personas y de las comunidades locales, para que sepan confrontarse con elementos exógenos que pueden perturbar e incluso dañar la vida, la identidad y las relaciones internas de la comunidad. Aquí, la personalización de la formación es crucial, para que el individuo tenga suficientes elementos teológicos para discernir lo que circula en la red. También es necesario reforzar mucho más los vínculos de la colegialidad. Hoy en día, las fronteras digitales no tienen controles ni aduanas de ningún tipo: es necesario, por lo tanto, repensar los procesos de diálogo y de acción común entre los obispos, así como con los superiores de los institutos religiosos y de las nuevas comunidades eclesiales, para que en las situaciones problemáticas puedan encontrar una solución colegial.

Estas medidas pueden ser más efectivas desde el punto de vista de los misioneros digitales clérigos, pero para los individuos y los grupos laicos la situación es aún más compleja. Por lo tanto, es necesario un amplio debate eclesial, con el fin de plantear estas cuestiones y reflexionar sinodalmente sobre ellas, ya que las soluciones no son simples. Aquí es necesario reforzar mucho más, mediante procesos formativos y experiencias espirituales, la identidad de cada persona y comunidad cristiana (parroquia, diócesis, etc.) a la luz del Evangelio, para que los elementos externos no desnaturalicen una determinada experiencia comunitaria de fe, sino que respeten su contexto sociocultural, su trayectoria histórica y su organización eclesial específica.

«Nativos digitales» y «modernización mediática»

El documento de la Secretaría del Sínodo reitera, resumiendo el Informe de Síntesis, que «los jóvenes, entre ellos los seminaristas, los sacerdotes jóvenes y los jóvenes consagrados y consagradas, que con frecuencia tienen de ella una experiencia profunda, son los más adecuados para llevar adelante la misión de la Iglesia en el ambiente digital»[17]. Aunque se reconoce que el fenómeno concierne a toda la sociedad, la Secretaría del Sínodo afirma que la acción en el mundo digital está marcada por una atención particular al mundo juvenil, porque «muchos jóvenes “han abandonado los espacios físicos de la Iglesia a los que intentamos invitarlos, y se han quedado en los espacios online”»[18].

Pero aquí es necesario plantear algunas preguntas preliminares: ¿una mayor presencia de la Iglesia en los entornos digitales garantizaría una renovada presencia de los jóvenes en la Iglesia? ¿El desafío concierne solo al entorno digital o también a los entornos tradicionales y «físicos» de la Iglesia? ¿No deberían también replantearse estos a la luz de aquellos, es decir, de los nuevos procesos comunicativos? ¿Qué sentido tendría una comunicación innovadora y contemporánea desde el punto de vista de los lenguajes y de los procesos digitales, si luego la práctica religiosa y la convivencia comunitaria en la Iglesia local se vivieran de maneras que ya no tienen sentido para los jóvenes de hoy, porque son incoherentes, superficiales o carentes de significado?

Un aspecto problemático es el concepto de «nativos digitales», que aparece también en IdS 17a. Este concepto alude a la convicción de que los niños, adolescentes y jóvenes contemporáneos estarían naturalmente inculturados digitalmente, ya que tendrían «mayor familiaridad» con las dinámicas digitales, como se menciona en el Informe. Sin embargo, debe reconocerse que la «cultura» es mucho más que el uso de dispositivos tecnológicos y el dominio de ciertas técnicas y/o lenguajes. Habitar la cultura digital no significa necesariamente comprenderla. Hay todo un universo simbólico de valores, significados y también prácticas que no surgen por acción espontánea o natural a través del mero uso de las tecnologías, sino que exigen procesos de aprendizaje e intercambio intergeneracional, especialmente desde la perspectiva de comunicar una «Tradición viva» (como afirma IdS 1f y 1o).

En cuanto a la presencia del clero y de los jóvenes consagrados en la cultura digital, hay que considerar que esta debe ser sustancial con un criterio aún mayor, ya que ellos representan más directamente a la institución a la que pertenecen. En sus perfiles, a través de sus publicaciones, debería haber una sinergia entre vida y misión, vida personal y vida institucional. Se espera de ellos que sean presencias positivas, que reflejen los valores del Evangelio y promuevan la comunión social y eclesial. Lamentablemente, hay también muchos seminaristas, jóvenes sacerdotes y jóvenes consagrados que, en su presencia en las redes digitales, adhieren a un tradicionalismo extremo y tienen dificultades para dialogar con la cultura y con la Iglesia contemporánea, en línea con el Concilio Vaticano II y con la enseñanza del papa Francisco.

Un ejemplo de la escasa adhesión, o incluso de la escasa sintonía con la realidad de la Iglesia actual por parte de los sacerdotes, se presenta en una reciente investigación realizada por la facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Gregoriana, dedicada al análisis de los perfiles de sacerdotes de varios países presentes en las plataformas digitales. En cuanto a la realidad brasileña, se ha constatado que durante el Sínodo especial para la Amazonía, celebrado en 2019 en Roma, que tocó directamente la realidad de la evangelización de los pueblos originarios en el país, en los perfiles de los sacerdotes analizados había sido casi inexistente la mención de la Asamblea sinodal[19].

Bajo la superficie de la presunta «modernización mediática» del catolicismo, a veces se esconde una «premodernidad teológico-eclesial», que manifiesta nostalgia por un pasado perdido e idealizado del catolicismo. Ciertamente, no es este el tipo de misión digital que la Iglesia quiere promover.

¿Misión o «influencia digital»?

Ciertamente hay casos de buenos evangelizadores en la red (y no necesariamente jóvenes), que dan prioridad al Evangelio y son fieles a la enseñanza de la Iglesia y del actual Pontífice. Sin embargo, como señala una reciente investigación llevada a cabo en Brasil sobre los «influencers digitales católicos»[20], a menudo basan sus prácticas digitales en la difusión de información y contenidos superficiales o incluso distorsionados respecto a la fe cristiana. Hay una «divergencia a veces velada, a veces abierta respecto al camino eclesial y pastoral de la Iglesia contemporánea o, en otros casos, hay un “silencio elocuente” respecto a la enseñanza de Francisco […]. De esta manera, las grandes cuestiones eclesiales son simplemente ignoradas, en favor de una fe más individualista y devocional, desconectada de los problemas socioculturales y eclesiales contemporáneos»[21].

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En los casos extremos, tales prácticas pueden llevar a la intolerancia y al odio intra/inter-religioso. Al proponer discursos agresivos y violentos contra personas o grupos específicos, estos influencers digitales alimentan hostilidad y divisiones dentro de las comunidades religiosas o entre ellas, a menudo solo en busca de más «clics» y mayor visibilidad, lo que se traduce en métricas digitales elevadas, generalmente muy rentables.

Además, muchos influencers digitales de la fe eligen llevar a cabo una misión alone together[22]: hipotéticamente juntos y en comunión con la Iglesia, pero intencionalmente solos. Es decir, afirman compartir la misma fe, pero, en la práctica, buscan la independencia de las comunidades eclesiales, intensifican su autonomía respecto a las autoridades religiosas y crean sus propias «Iglesias» a su imagen y semejanza. En consecuencia, la importancia de la comunidad y de la comunión eclesial termina por desaparecer: el enfoque se convierte en el «yo» del influencer o el «yo» de quien lo sigue en las redes. Es una especie de «comunión solitaria», que excluye la diversidad de opiniones.

La perspectiva de un «nosotros» comunitario que no se centra en un solo «yo» individual ni se refiere exclusivamente a él es, por tanto, fuertemente contracultural en tiempos de redes digitales. La comunión cristiana es posible solo cuando hay apertura y reconocimiento mutuo de la dignidad cristiana y de la pertenencia eclesial de las personas involucradas. El «nosotros» eclesial implica una «común unión» con todo el pueblo de Dios, en su compleja diversidad, pero sobre todo con su magisterio: en particular, con la enseñanza del Papa y de los obispos, cuando hablan colegialmente, y con la del obispo local en la jurisdicción que le compete. Este «nosotros» se expresa sobre todo en el testimonio de fraternidad y de amor entre aquellos que se presentan públicamente como cristianos: «en el amor que se tengan los unos a los otros…» (Jn 13,35).

Dicho esto, «urge que aprendamos a actuar juntos, como comunidad y no como individuos: no tanto como “influencers individuales”, sino como “tejedores de comunión”, poniendo en común nuestros talentos y habilidades, compartiendo conocimientos y sugerencias»[23]. Quien desee contribuir a un camino de evangelización integral debe hacerlo en comunión y en comunidad, guiado por los criterios del Evangelio, de la Tradición y del Magisterio. Por lo tanto, los proyectos de misión digital colectiva son mucho más fieles al Evangelio que los individuales: el mismo Jesús envió a sus discípulos en misión «de dos en dos» (Lc 10,1).

La misión en el entorno digital como «anti/contra-influencia digital»

Hoy vivimos en una «situación post-eclesial»[24], en muchos lugares caracterizada por la pérdida de credibilidad de la Iglesia en un doble sentido: como una realidad que ya no inspira confianza en la sociedad y como una institución que a menudo ya no es capaz de generar en sus miembros comportamientos marcados por su propia experiencia cristiana. En general, bajo muchos aspectos, la influencia digital católica es un síntoma de esta situación eclesial y religiosa crítica y compleja.

De este modo, el cristianismo comienza a ser interpretado a través de las lentes del sensacionalismo, del folclore, de los medios, como un mero producto cultural, industrializado, masificado, superficial, frívolo y difundido en la red, consumible por cualquiera y de cualquier manera. Las especificidades del cristianismo se simplifican, diluyen y desvanecen a través de la extrema individualización y privatización de la práctica religiosa, cuando no llega a mercantilizarse. Aunque es pública, esta práctica busca satisfacer solo las necesidades espirituales y privadas del individuo, dejando de lado la perspectiva altruista, comunitaria y social de apertura a los demás, que en la fe cristiana es central. Con esto, la experiencia cristiana deja de ser eclesial, en sentido comunitario, para volverse individual, en sentido egocéntrico.

Paradójicamente, entonces, está claro que es posible ser un influencer digital de inspiración católica sin ser un evangelizador o un misionero digital. Un evangelizador digital, en cuanto discípulo-misionero de Jesús de Nazaret en la cultura contemporánea, está llamado a ser un «anti/contra-influencer digital»: si la influencia digital, como fenómeno sociocultural contemporáneo, exige el respeto de determinados estándares y prácticas prescritas a través del mercado de la comunicación y las empresas que poseen plataformas digitales (autorreferencialidad, visibilidad, compromiso, competencia, publicidad, monetización, polémica, polarización, etc.), un misionero digital, en cambio, actúa en la dirección opuesta y contracultural. En efecto, es seguidor de un Otro que rechazó la tentación de la fama, la riqueza y el poder (cf. Mt 4,1-11), que no sirvió a dos señores (cf. Mt 6,24), no consintió en la mercantilización de la casa del Padre (cf. Jn 2,13-22) y se hizo siervo de todos hasta lavar los pies de los discípulos (cf. Jn 13,1-11), permaneciendo fiel hasta la muerte, y muerte de cruz. Y «todo se invirtió en la Cruz. ¡No hubo “me gusta” y casi ningún “seguidor” en el momento de la mayor manifestación de la gloria de Dios! Todo parámetro humano de “éxito” se relativiza con la lógica del Evangelio»[25].

Algunas propuestas «para proseguir el camino»

«Para proseguir el camino» es el título de la última página del Informe de Síntesis de la primera sesión de la Asamblea General del Sínodo. De cara a la segunda sesión, es necesario reflexionar sobre la idea de que «en una semilla que cae en la tierra, Jesús vio representado su destino. Aparentemente una nada destinada a marchitarse, y sin embargo habitada por un dinamismo de vida imparable, imprevisible, pascual» (IdS, Conclusión). Y leemos aún en el Informe de Síntesis: « Hoy, en una cultura de la lucha por la supremacía y de la obsesión por la visibilidad, la Iglesia está llamada a repetir las palabras de Jesús, y hacerlas revivir en toda su fuerza».

Para ayudar en esta reflexión basada en el desafío de la misión en los ambientes digitales, queremos señalar aquí algunos primados que deben destacar en la evangelización en los entornos digitales, inspirados en la Evangelii Gaudium, en favor del anuncio del Evangelio y del diálogo con la cultura y la sociedad[26].

En primer lugar, el primado del Evangelio: un evangelizador digital está llamado a beber de la fuente del Evangelio, para que su actuar en la red sea coherente con la experiencia del amor divino, testimoniándolo y colaborando en la construcción del reino de Dios. «En el mundo de hoy […] el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de parecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios» (EG 34). Por lo tanto, la misión debe partir del corazón del Evangelio: «En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (EG 36).

Un evangelizador digital está llamado no solo a hablar y a enseñar el amor, sino sobre todo a vivirlo y a ponerlo en práctica en su pleno sentido caritativo, sin desvincularse de la realidad concreta de la historia, de las angustias y desafíos de la humanidad, y del compromiso colectivo hacia el bien común. Solo así será verdaderamente difusor de la Buena Noticia. Este es el primado de la caridad.

Un primado debe ser reconocido también a la gracia. El evangelizador digital está llamado a renunciar a la autorreferencialidad, a las polémicas superficiales y al egocentrismo, a no exaltar su propia imagen y personalidad. Está llamado a dejarse conducir por el Espíritu que impulsa a la Iglesia a salir en misión, permitiendo que la persona de Jesucristo se convierta en protagonista del anuncio: «Es Dios quien hace que su reino venga a la tierra»[27]. La misión de la Iglesia –y también de los misioneros digitales– es la de asistir esta acción divina y, en lo posible, no obstaculizarla. En este sentido, es iluminadora la recomendación del «apóstol de Internet», el joven beato Carlo Acutis, quien afirmaba: «La conversión es un proceso de sustracción: menos yo para dejar espacio a Dios»[28].

En el camino de la Iglesia contemporánea, un evangelizador digital está también llamado a escuchar, a dialogar y a caminar junto a otros hermanos y hermanas en la fe, así como con aquellos que profesan otra creencia religiosa o ni siquiera se declaran religiosos. De esta forma, es posible construir juntos espacios de iniciativa y visibilidad para todos, para superar el individualismo y el clericalismo, y mostrar la fuerza de la comunidad. Es el primado de la sinodalidad.

Por último, en tiempos de radicalización ideológica, la unidad eclesial es una prioridad fundamental para la práctica y el testimonio cristiano en la red. Aunque las plataformas orientan determinados comportamientos basados en un mecanismo de nicho, que desprecia y desatiende aspectos no programables por algoritmos, un evangelizador digital está llamado a practicar la acogida y a vivir en armonía con todos, sin excluir, silenciar o hacer invisible a nadie, contribuyendo a la comunión eclesial y a la paz social. Es necesario, por tanto, combatir realmente la lógica de las redes que son incoherentes con la propuesta del Evangelio y que pueden provocar una suerte de «martirio digital», es decir, la cruz de los fracasos, esa sin likes, followers y gloria.

Después de más de 2000 años, entonces, el desafío sigue siendo el de echar las redes en aguas (mucho) más profundas (cf. Lc 5,4). Y, en el camino de la sinodalidad, hay aún muchos pasos por dar para que la misión correcta sea llevada a cabo en el Nombre correcto.

  1. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG) sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, 2013, n. 20.

  2. Id., Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro, Mensaje para la XLVIII jornada mundial de la comunicación social 2014, 1º de junio de 2014.

  3. Cf. La Iglesia te escucha, informe del Sínodo sobre el tema digital realizado a 244 influencers de todo el mundo (www.vaticannews.va/pt/igreja/news/2022-09/a-igreja-te-escuta.html).

  4. Cf. Secretaría General del Sínodo de los Obispos, Una iglesia sinodal en misión, Informe de Síntesis de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 28 de octubre de 2023.

  5. Francisco, Carta del Santo Padre al cardinal Mario Grech, 14 de marzo de 2024.

  6. Cf. M. Sbardelotto, E o Verbo se fez rede. Religiosidades em reconstrução no ambiente digital, São Paulo, Paulinas, 2017.

  7. Cf. Id., «L’assemblea in rete e la mediamorfosi della fede», en Rivista di Pastorale Liturgica 50 (2012/6) 47-51.

  8. Cf. IdS 17l – 17m.

  9. Secretaría General del Sínodo, Grupos de Estudio sobre temas surgidos de la Primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos a profundizar en colaboración con los Dicasterios de la Curia Romana, 14 de marzo de 2024, n. 3.

  10. Francisco, Mensaje para la LIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales «“Somos miembros unos de otros” (Ef 4,25). De las comunidades en las redes sociales a la comunidad humana», 2 de junio de 2019.

  11. Ibid.

  12. A. Spadaro, Cyberteologia. Pensare il cristianesimo al tempo della rete, Milán, Vita e Pensiero, 2012, 65.

  13. Grupos de Estudio sobre temas surgidos de la Primera Sesión, n. 3. Cf. IdS 17j.

  14. x.com/Pontifex_it/status/1035127494481870849

  15. Francisco, Palabras en el almuerzo de solidaridad con pobres, refugiados y detenidos, Bolonia, Basílica de San Petronio, 1º de octubre de 2017.

  16. Grupos de Estudio sobre temas surgidos de la Primera Sesión, n. 3. Cf. IdS 17j.

  17. Grupos de Estudio sobre temas surgidos de la Primera Sesión, n. 3. Cf. IdS 17d.

  18. Ibid.; cf. IdS 17k.

  19. Cf. B. Franguelli, «The presence of priests in Social Networks: The case of Brazil», en P. Lah, Navigating Hyperspace: A Comparative Analysis of Priests’ Use of Facebook, Eugene, OR, Resource Publications, 2021.

  20. Cf. F. F. Medeiros et Al., Influenciadores digitais católicos: efeitos e perspectivas, São Paulo, Paulus Editora, 2024.

  21. Ibid., 23.

  22. Cf. S. Turkle, Insieme ma soli. Perché ci aspettiamo sempre più dalla tecnologia e sempre meno dagli altri, Turín, Einaudi, 2019.

  23. Dicastero para la Comunicación, Hacia una plena presencia. Reflexión pastoral sobre la interacción en las Redes Sociales, 28 de mayo de 2023, n. 76.

  24. A. Matteo, Pastorale 4.0. Eclissi dell’adulto e trasmissione della fede alle nuove generazioni, Milán, Àncora, 2020.

  25. Dicastero para la Comunicación, Hacia una plena presencia…, cit., n. 79.

  26. Cf. F. Medeiros et Al., Influenciadores digitais católicos: efeitos e perspectivas, cit.

  27. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 42.

  28. A. S. Acutis – P. Rodari, Il segreto di mio figlio. Perché Carlo Acutis è considerato un santo, Casale Monferrato (Al), Piemme, 2021.

Bruno Franguelli S.I. – Moisés Sbardelotto
Bruno Franguelli S.I. es un sacerdote jesuita, poeta, escritor y comunicador. Ha realizado misiones en la Amazonia peruana y fue vicerrector del Santuario Nacional de San José de Anchieta, en Espírito Santo, Brasil. Actualmente vive en Roma (Italia), donde es colaborador de Radio Vaticana. Entre sus publicaciones se cuenta el libro “Un poeta appassionato del Regno. La vita di San José de Anchieta” (Tau, 2016). Moisés Sbardelotto es un periodista, escritor y profesor especializado en Ciencias de la Comunicación. Actualmente, es profesor en la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais y coordina el Grupo de Reflexión sobre Comunicación de la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil.

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