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La carrera a la Casa Blanca:

se acerca la meta

(Foto:Larry White/Pixabay)

Las campañas políticas, inevitablemente, se centran más en los relatos que en las ideas. El 24 de julio de 2024, el presidente de los Estados Unidos, Joseph R. Biden, contó una de las historias más importantes de su larga carrera política: al dirigirse a los estadounidenses para explicar los motivos por los cuales se retiraba de la carrera por la reelección presidencial, narró la historia de su compromiso personal con el servicio público y su veneración por el cargo político que ocupaba. Ese discurso, pronunciado por él sentado detrás del escritorio presidencial en el Despacho Oval de la Casa Blanca, inevitablemente evocó una narrativa que tiene implicaciones aún más amplias: la que concierne a la propia idea de América[1].

En los Estados Unidos, hay una sensación generalizada de que la política estadounidense está en crisis. Uno de los mayores indicadores de esto es, probablemente, el declive de la fe en el «sueño americano»[2]. El discurso de Biden estaba impregnado precisamente del «sueño americano», es decir, de la idea de que en los Estados Unidos cualquier individuo es capaz de alcanzar el éxito social y económico. A menudo, esto se asocia con la «excepcionalidad americana», la idea de que Estados Unidos tiene un papel distintivo en el mundo. En el discurso de Biden, América es «la idea más poderosa en la historia del mundo», una «causa sagrada» que «es más grande que cada uno de nosotros». Esta se expresa como una fe en la Declaración de Independencia: «Todos somos creados iguales, dotados por nuestro Creador de ciertos derechos inalienables: la vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad». El Presidente dijo: «Eso es lo especial de América: somos una nación de promesas y posibilidades, de soñadores y de hombres de acción, de estadounidenses comunes que hacen cosas extraordinarias».

Según Biden, los votantes en noviembre próximo se enfrentarán precisamente a la cuestión de su voluntad de defender los elementos cruciales de esta misión: «¿Todavía creemos en la honestidad, la dignidad, el respeto, la libertad, la justicia y la democracia?». De hecho, aunque las reacciones al discurso de Biden, como era previsible, reflejaron las líneas y divisiones partidistas, la pregunta más crítica fue la que planteó indirectamente el presidente saliente: ¿todavía creen los estadounidenses en el «sueño americano»? La respuesta es decisiva. Si bien es cierto que este sueño forma parte de la historia común de la sociedad estadounidense, en la práctica se está desintegrando.

Los dos principales partidos políticos solían apoyar el «sueño americano», pero las cosas han cambiado. Desde los años sesenta, los demócratas, al alinearse con una política más progresista, han señalado profundas imperfecciones en el orden constitucional de los Estados Unidos. La verdadera promesa de América, sostienen muchos, nunca ha sido siquiera esbozada en una sociedad que, por diseño constitucional, excluye y oprime sistemáticamente a las mujeres, a las minorías raciales y étnicas, y a otros grupos. Esta crítica, que recuerda las preocupaciones de Marx y Rousseau, según los cuales el contrato social es una justificación de las élites económicas y políticas para apropiarse del Estado, no podía sino fortalecerse ante el temor de que Donald Trump y el Partido Republicano estuvieran desvirtuando las reglas liberales e invirtiendo los logros políticos y sociales de los siglos XIX y XX. La adhesión de Biden al «sueño americano» no parece estar en sintonía con gran parte de su partido.

El Partido Republicano, o Grand Old Party (GOP), que al igual que el Partido Demócrata ha revisado sus líneas ideológicas desde los años sesenta, ha acogido históricamente la convicción de que América es sinónimo de progreso socioeconómico y oportunidades, ya sea apoyando la visión protestante de los Estados Unidos como una «Ciudad sobre una colina», o bien abrazando el liberalismo económico. Pero detrás del ascenso de Trump, quien ganó la nominación de 2016 imponiéndose sobre varios candidatos republicanos más tradicionales, hay un miedo generalizado de que la globalización y la economía postindustrial hayan dejado atrás a muchos estadounidenses; que el país se esté alejando de sus raíces cristianas hasta llegar a mirarlas con hostilidad; que muchas personas se sientan profundamente infelices, como lo demostró, por ejemplo, la crisis de los opioides. Desde la campaña de 2016, Trump ha sostenido que estos factores, al menos en parte, han sido causados por el propio Partido Republicano, que, al hacer concesiones con el liberalismo y el capital global, habría traicionado a millones de estadounidenses e incluso la misma idea del «sueño americano».

Estos factores hoy compiten por explicar qué está en juego en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2024. Pero, con demasiada frecuencia, la narrativa propuesta es apocalíptica: la idea de que Estados Unidos enfrentará una catástrofe, un mañana desastroso, a menos que un único líder logre evitar su destrucción.

Cuestiones en juego

Dentro de estas narrativas, obviamente, es posible distinguir y analizar los diferentes argumentos y las cuestiones en juego. Son muchos los temas que importan, pero su relevancia varía según cómo se aborden en las discordantes narrativas sobre el pasado, el presente y el futuro de América. Y quizás, en dichas narrativas, algunas cuestiones que en teoría son importantes podrían quedar relegadas a un papel insignificante. Además, una atención analítica a los temas y las políticas puede oscurecer lo obvio, es decir, que no siempre son las cuestiones políticas sustanciales las que deciden las elecciones estadounidenses, sino el miedo y la ansiedad.

Para los votantes de todas las convicciones ideológicas, la economía es importante. La idea de que esta es la cuestión más crítica para quienes votan en cualquier elección es un lugar común en la política estadounidense, expresado de manera memorable en 1992 por el estratega de la campaña de Bill Clinton, James Carville: «¡Es la economía, estúpido!». En 2024, la economía es importante y se sitúa en el contexto de la recuperación del Covid-19 y la inflación, así como de las preocupaciones más amplias sobre la movilidad socioeconómica.

La administración de Biden ha estado asediada por la inflación, especialmente por el costo de los bienes de primera necesidad, como los alimentos. La vivienda y la atención médica siguen siendo caras, hasta el punto de que para muchos estadounidenses estas necesidades esenciales son casi bienes de lujo. Aunque la inflación ha comenzado a disminuir en los últimos trimestres, algunos comentaristas han sugerido una discrepancia entre la realidad y la percepción: la economía está mejorando, pero los votantes no lo notan. Como escribió recientemente el P. Sale en un artículo, «con Biden el mercado laboral ha crecido, el desempleo ha disminuido, y los salarios de la clase media han aumentado. Incluso la inflación […] ha disminuido sin generar una recesión. Los demócratas esperan que los votantes se den cuenta de estos cambios»[3]. Sin embargo, hasta agosto de 2024, el crecimiento del empleo seguía siendo débil. Dado que las elecciones se celebrarán el 5 de noviembre, queda poco tiempo para que los votantes asimilen nuevas o adicionales narrativas sobre el estado de la economía estadounidense. Y todas estas consideraciones dependen implícitamente de la respuesta a una pregunta poco común en las elecciones presidenciales: ¿cuánto control tiene el presidente de los Estados Unidos sobre la economía?

Parte del desafío de la recuperación económica coincidió con la recuperación del Covid-19. La pandemia o, más precisamente, las múltiples y diversas respuestas a ella, tuvieron un impacto innegablemente fuerte en la economía estadounidense. Sin embargo, es difícil estructurar un debate común sobre este tema, ya que los estadounidenses estuvieron divididos sobre la corrección y efectividad de los confinamientos, las vacunas y otras medidas de salud y seguridad pública adoptadas durante esa emergencia.

La cuestión económica revela un tema fundamental de la política estadounidense: el apocalipticismo. Ambos candidatos sostienen que las elecciones de 2024 son únicas, que la victoria del oponente significaría el fin del país. Sin embargo, esta narrativa apocalíptica choca con el hecho de que los votantes estadounidenses llevan años escuchándola, sin que, al parecer, el Anticristo anunciado haya llegado.

En una sociedad de masas, es inevitable que a veces los ciudadanos se sientan impotentes ante los problemas y clamen por un salvador capaz de soluciones drásticas. Al mismo tiempo, la distinción entre amigo y enemigo en una política altamente polarizada ofrece fuertes incentivos para presentar los desafíos de la vida política en los términos más extremos. Si todo es una «amenaza existencial», entonces no puede haber gradualidad, pragmatismo ni reflexión serena, sino solo una guerra abierta contra aquellos que impiden la salvación. Todo lo demás es traición. Mientras tanto, la retórica apocalíptica exime a las élites políticas de las prerrogativas normales de la política: el compromiso y la negociación.

A la izquierda, el marco apocalíptico se centra en el medio ambiente y el cambio climático; en la democracia y el liberalismo; en el género, la sexualidad y el aborto. En la Convención Nacional Demócrata, que se celebró en Chicago a finales de agosto de 2024, numerosos oradores advirtieron a los participantes que, si Trump fuera reelegido, haría todo lo posible por imponer una prohibición federal del aborto. Esta afirmación es errónea, ya que Trump, de hecho, ha intentado sacar el aborto del debate electoral. Pero muestra el poder de la política apocalíptica, tan fuerte que incluso desarma la verdad. Y tal vez también demuestre cómo los partidos están secuestrados por el apocalipticismo.

En cuanto al Partido Republicano, muchos enmarcan la amenaza apocalíptica que se cierne sobre Estados Unidos en una serie de temas relacionados con la inmigración y la seguridad nacional, el crimen, el terrorismo y la Wokeness. Trump, por ejemplo, ha descrito repetidamente a los inmigrantes en Estados Unidos como una banda de criminales que presionan en la frontera sur para saquear el país. Mientras tanto, en julio de 2024, el número de inmigrantes que cruzan la frontera cayó a mínimos históricos, en parte debido a las nuevas políticas de la administración Biden que limitan los casos de asilo y a medidas similares emitidas por México.

Cuando los comentaristas señalan que en las elecciones de 2024 la política parece marginal, en realidad están dando crédito a las narrativas del miedo: estas son unas elecciones decisivas para el futuro de la democracia estadounidense. Como dijo Biden al inicio de la Convención, «es una lucha por el alma misma de América».

Contornos institucionales

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Las instituciones políticas que definen los contornos de esta elección son bien conocidas, pero la naturaleza de los cambios que están experimentando es controvertida. Sin embargo, pocos dudan de que el contexto de dichos cambios está reduciendo profundamente la confianza de los ciudadanos en todas las instituciones de los Estados Unidos. Este colapso de la confianza pone el foco sobre las élites y su influencia en la sociedad estadounidense.

Los partidos políticos están de manera clamorosa en el centro de atención de las próximas elecciones presidenciales. La notable influencia de Trump sobre el Partido Republicano y la exclusión de Biden del ticket electoral del Partido Demócrata plantean la cuestión del papel de los miembros de la base dentro de sus respectivos partidos.

En cierto sentido, el sistema de partidos políticos en Estados Unidos es extraordinariamente estable: los demócratas y los republicanos han dominado la política estadounidense a nivel local, estatal y nacional durante más de 170 años, y desde 1852 se han alternado en la presidencia de los EE. UU. Aunque no se mencionan en ninguna parte de la Constitución estadounidense, desempeñan un papel decisivo en la forma en que se presentan los candidatos a cargos públicos, en cómo se disputan las elecciones, en la configuración de los programas políticos y en el funcionamiento de las instituciones políticas. Durante gran parte de la historia de los Estados Unidos, la política estadounidense ha estado definida por períodos alternos de hegemonía de los partidos sobre el Congreso y la presidencia.

Sin embargo, a partir del realineamiento conceptual de estos dos partidos en los años sesenta—después del cual ambos salieron mucho más diversificados ideológicamente—ni uno ni otro ha sido capaz de forjar una alianza lo suficientemente amplia y duradera con los votantes como para dominar la política estadounidense a largo plazo. De hecho, en esta campaña electoral estamos viendo las consecuencias de la relativa inestabilidad de un sistema en el que la presidencia ha cambiado de manos cada cuatro u ocho años y los equilibrios de poder en la Cámara de Representantes y el Senado se han invertido regularmente. El resultado ha sido un «gobierno dividido»: ninguno de los dos partidos ha podido asegurar la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso durante más de dos años consecutivos. Evidentemente, ambos partidos desearían asegurarse el poder a largo plazo, pero no lo logran, por razones que dividen a los académicos.

Un desarrollo crucial en el sistema de partidos ha sido el impacto de las primarias, una de las reformas radicales apoyadas por el movimiento progresista a principios del siglo XX, aunque no se institucionalizaron completamente hasta los años setenta. Un desafío de las primarias es que parecen conceder la decisión del proceso de nominación a una minoría de votantes, favoreciendo a los activistas y extremistas de cada partido. Como consecuencia, los candidatos políticos tienden a concentrarse no tanto en buscar una amplia coalición de votantes, sino en satisfacer a un segmento restringido de militantes.

De los tres poderes del gobierno nacional, el más controvertido en estas elecciones es el de la Corte Suprema. De hecho, muchos analistas consideran que el Congreso es ineficaz y débil, habiendo abdicado en gran medida el papel central que le asigna la Constitución. Por otro lado, la presidencia se ha vuelto demasiado fuerte, concentrando mucho poder a expensas del Congreso. Paralelamente a estos cambios, la burocracia del poder ejecutivo y la maquinaria administrativa han crecido enormemente desde el siglo XX hasta hoy, tanto que se les ha denominado el «cuarto poder».

La legitimidad de la Corte Suprema ha sido una cuestión fundamental en las elecciones de 2024. Parte de su crisis de legitimidad está vinculada a su composición dividida: de sus nueve jueces actuales, que tienen cargos vitalicios, tres fueron nominados por presidentes demócratas y seis por republicanos; en particular, el presidente Trump nombró tantos como Obama y Biden juntos. En respuesta a esto, el presidente Biden, en agosto de 2024, propuso limitar su mandato a 15 años. Aunque es probable que la propuesta no se materialice, el mero hecho de que se haya planteado muestra que este tema es motivo de preocupación para los activistas del partido.

En términos más generales, las decisiones de la Corte Suprema han indignado a muchos estadounidenses de izquierda, especialmente el reciente revocamiento del fallo Roe v. Wade, en el caso Dobbs v. Jackson Women’s Health Organization (2022), y la decisión en el caso Trump v. United States (2024), que otorgó una amplia inmunidad al presidente por sus acciones oficiales en el cargo. Sin embargo, estos casos reflejan una historia más amplia de insatisfacción de la izquierda con las decisiones de la Corte Suprema en otros temas, como el control de armas, la reforma del financiamiento de campañas, el ambientalismo y la regulación de las empresas.

En los años sesenta y setenta, la Corte fue a menudo elogiada por apoyar la agenda política de la izquierda en varias cuestiones, y, por otro lado, criticada por la derecha por su «activismo judicial» o «exceso judicial». Esta última crítica plantea la filosofía jurídica del «originalismo», que promete limitar ese exceso de poder judicial. Pero ahora es la izquierda la que acusa a la Corte de exceso antidemocrático. Por eso, las críticas a la Corte han sido un tema central en la campaña de Biden, y ahora en la de Harris.

Estas amplias y variadas preocupaciones sobre las instituciones políticas fundamentales de los Estados Unidos a menudo plantean preguntas sobre el valor duradero de la Constitución, como lo ilustra un diálogo entre dos académicos en el podcast del National Constitution Center[4]. En esta conversación, Aziz Rana del Boston College y Yuval Levin del American Enterprise Institute aclaran la distinción entre los dos enfoques principales sobre la Constitución: existe una perspectiva «madisoniana», que sostiene la importancia central de la Constitución tal como fue teorizada por James Madison, pero que teme que ciertos aspectos ya no sean adecuados en el contexto actual; y una perspectiva «wilsoniana», que considera necesaria una reforma sustancial para que la Constitución siga siendo relevante hoy en día.

Rana y Levin coinciden en que el orden político de Estados Unidos ha cambiado significativamente desde la promulgación de la Constitución en 1789, pero no están de acuerdo sobre el valor de esos cambios. Para Rana, los cambios son positivos, aunque insuficientes. Para Levin, esos cambios malinterpretan el diseño fundamental de la Constitución y obstaculizan su aplicación efectiva. Entre los puntos críticos del desacuerdo se encuentran la relación entre el Congreso, la presidencia y la burocracia, así como el papel de las primarias y del Colegio Electoral en la elección presidencial.

En un período de disminución de la confianza en las instituciones, la pregunta para la sociedad estadounidense es similar a la que plantea el libro de Levin, A Time to Build, publicado en 2020: ¿Es este el momento de construir? ¿O es el momento de demoler? Y si es el momento de demoler, ¿qué reemplazará lo que existe ahora?

Kamala Harris, candidata demócrata a la presidencia

El 22 de agosto de 2024, Kamala Devi Harris aceptó la nominación demócrata como candidata para las elecciones presidenciales de 2024. Su nominación fue el resultado de una serie de eventos inesperados. El retiro de Biden de la carrera fue impactante. Su desastroso desempeño en el debate del 21 de junio de 2024 contra Trump puso en el centro de la campaña la cuestión de su idoneidad para el cargo. Ya en 2020, muchos demócratas temían que no estaría en condiciones de postularse para la reelección en 2024, pero esta preocupación se pospuso en ese momento, dado que lo primordial era ganar en 2020. Tal vez algunos esperaban que Biden se retirara de la política y preparara un sucesor que pudiera reemplazarlo como candidato del partido, pero resultó evidente que Biden estaba decidido a mantenerse en el poder tanto tiempo como fuera posible. Una vez que se retiró en julio de 2024, las figuras clave del Partido Demócrata rápidamente se unieron en torno a Harris, quien ahora enfrenta la tarea de presentarse ante los votantes en plena campaña contra Trump.

Harris es la primera mujer vicepresidenta de los Estados Unidos, tras haber sido senadora por California y fiscal general en el mismo estado. Es abogada de profesión, y su trayectoria ha sido moldeada por su servicio público, por su imagen como fiscal estricta y por su identidad racial mixta, que se erige como un símbolo de muchas de las complejas realidades sociales de los Estados Unidos actuales, así como de la persistencia del «sueño americano». Estas características han llevado con frecuencia a comparaciones con Barack Obama, quien ha sido un apoyo crucial en momentos clave de su carrera política.

Kamala Harris en su segundo intento presidencial

Kamala Harris ya había sido candidata a la presidencia en las elecciones de 2020. Aunque suspendió su campaña en diciembre de 2019, su participación generó interés y elevó su perfil a nivel nacional. En agosto de 2020, Biden la anunció como su compañera de fórmula. Algunos consideraban improbable su nominación como vicepresidenta debido a los enfrentamientos que tuvo con Biden en los debates presidenciales. Sin embargo, en marzo de 2020, Harris ofreció su apoyo a Biden, y muchos creen que su inclusión en la fórmula ayudó a reflejar las bases demográficas del Partido Demócrata y a atraer a los progresistas que desconfiaban del enfoque relativamente centrista de Biden. Biden, por su parte, había prometido elegir a una mujer como vicepresidenta.

Durante su mandato, Harris enfrentó índices de aprobación bajos, en parte debido a que los vicepresidentes suelen ser encargados de tareas políticamente impopulares, como la gestión de los problemas en la frontera entre Estados Unidos y México. Tradicionalmente, el vicepresidente está cerca de la presidencia, pero lejos de ejercer poder real, y la experiencia de Harris no fue la excepción.

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Para su candidatura presidencial en 2024, Harris eligió como compañero de fórmula al gobernador de Minnesota, Tim Walz. Veterano militar y exprofesor, Walz llamó la atención nacional con comentarios mordaces sobre Trump y Vance, destacando su efectividad en la campaña. Harris se sintió impresionada por su capacidad, así como por su falta de ambición para llegar a ser presidente. Ideológicamente, Walz es progresista, al menos tanto como Harris, y proviene de un estado que es una apuesta segura para los demócratas. En una contienda política marcada por la personalidad de Trump, Walz aporta la figura de un «padre» efectivo entre los votantes de izquierda, similar al carisma popular y accesible de Biden.

¿Logrará Kamala Harris ganar las elecciones de noviembre? Según las encuestas, ya ha superado a Biden, lo que para muchos confirma que su nombramiento en lugar del presidente saliente fue una decisión acertada. Sin embargo, desde el año 2000, las elecciones presidenciales han sido muy disputadas, con una diferencia entre los candidatos de los dos principales partidos inferior al 5% del voto total – salvo la excepción del 7,2% de Barack Obama sobre John McCain en 2008 – y de 10% ya desde 1998. Este patrón genera dudas sobre si Harris será capaz de movilizar a los demócratas y persuadir a los pocos votantes que aún no han decidido su voto, especialmente en los estados clave del «muro azul», como Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que muchos consideran esenciales para su victoria. También se cuestiona si logrará superar los resultados que Biden obtuvo en 2020 entre los votantes hispanos y afroamericanos[5]. Hasta ahora, aunque su campaña no se ha centrado tanto en la política como la de Trump, sus primeros mensajes en torno al aborto y su oposición a Trump parecen haber sido eficaces.

Trump, candidato republicano a la presidencia

Donald John Trump aceptó la nominación de su partido como candidato presidencial por tercera vez en julio de 2024, tras haber ganado una elección en 2016 y perdido la reelección en 2020. Su evolución de estrella de los realities y empresario a presidente republicano ha sido ampliamente discutida en los medios tanto de Estados Unidos como a nivel global, aunque las razones de su popularidad siguen siendo un tema de debate continuo. Aunque se ha hablado mucho sobre la personalidad de Trump, se ha prestado menos atención a los factores institucionales que le permitieron en 2016 hacerse con el control del Partido Republicano.

Al igual que en 2016, no estaba claro que Donald Trump aseguraría la nominación republicana para las elecciones de 2024. A principios de 2023, figuras como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, le presentaban una seria competencia. Sin embargo, los cuatro procesos penales contra Trump incrementaron su visibilidad y reforzaron su imagen entre los republicanos, quienes lo vieron nuevamente como su candidato. La campaña de Trump aprovechó una narrativa muy eficaz, centrada en la persecución, presentando a los demócratas como malvados y temerosos de su candidatura[6]. Esta narrativa no solo elevó su perfil, sino que también creó una sensación de inevitabilidad. A pesar de los desafíos, figuras como DeSantis y Nikki Haley no lograron presentar una oposición sólida. DeSantis tuvo una campaña débil, y Haley, que podía atraer a aquellos que querían evitar otra administración de Trump, representaba ese conservadurismo de la vieja guardia rechazado en las elecciones de 2016, cuando precisamente ganó Trump.

El 13 de julio de 2024, dos días antes de la Convención Nacional Republicana, un hombre armado intentó asesinar a Trump durante un mitin en Butler, Pensilvania. Trump fue herido en la oreja y trasladado rápidamente al hospital, aunque fue dado de alta el mismo día. Este incidente generó una investigación sobre las medidas de seguridad, un aumento del apoyo a Trump y un breve debate sobre la relación entre la violencia y la retórica política agresiva. Trump se convirtió en el primer presidente o expresidente de Estados Unidos en ser herido en un atentado desde Ronald Reagan en 1981. El último presidente asesinado fue John F. Kennedy en 1963.

En su discurso de aceptación en la Convención Republicana de Milwaukee, Trump comenzó con una actitud disciplinada y centrada, algo que sus consejeros consideran clave para atraer votantes indecisos. Sin embargo, su tono cambió hacia la segunda parte del discurso, donde habló sobre venganza y reivindicación, temas que, aunque apasionan a su base, tienden a alejar a otros votantes. En general, su discurso reflejó las turbulencias que ha enfrentado, así como la difícil tarea de equilibrar su estilo confrontacional con el intento de atraer a un electorado más amplio, en especial el de la Middle America a la que a menudo apela.

Trump ha nominado como su candidato a la vicepresidencia a JD Vance, un senador de Ohio convertido al catolicismo y asociado a las críticas «post-liberales» del conservadurismo estadounidense. Vance había hablado favorablemente de Trump después de haber hecho inicialmente comentarios negativos sobre él. Su debut como candidato no fue tranquilo, debido en parte a la reaparición de declaraciones pasadas, y sus índices de popularidad tras la Convención fueron bastante bajos. Aunque la candidatura de Vance puede atraer a los católicos conservadores y, en general, a aquellos que están comprometidos con la reforma del Partido Republicano, incluidos algunos representantes de Silicon Valley, queda por ver cuánta influencia podría tener en la agenda política de una segunda administración de Trump.

¿Cómo podría ganar Trump las elecciones de 2024? Buscará recuperar a los votantes que perdió en 2020, incluidos los hispanos, que recientemente han mostrado mayor apertura hacia el voto republicano. Mientras se adapta a la campaña contra Harris, en lugar de contra Biden, Trump también estará motivado a evitar ataques personales contra su oponente, dado su creciente nivel de popularidad. Además, deberá contrarrestar el enfoque de los demócratas en los derechos al aborto, sin perder a los conservadores sociales. Lo que podría beneficiarlo es centrar la atención de los votantes en la economía, considerando su insatisfacción con la administración Biden-Harris respecto a la inflación y los precios al consumidor.

Los católicos

¿Dónde se sitúan los católicos en las elecciones de 2024? Es importante señalar que el ticket de candidatos demócratas, por primera vez desde el año 2000, no incluye a un católico, aunque el compañero de fórmula de Harris para la vicepresidencia, Walz, fue bautizado como tal (y luego se convirtió en luterano). Por otro lado, es el primer ticket republicano con un católico desde 2012, cuando Paul Ryan fue el candidato republicano a la vicepresidencia.

Es difícil afirmar la existencia de un «voto católico» en Estados Unidos. Como han señalado los analistas, la experiencia católica en Estados Unidos siempre ha sido pluralista y dependiente del contexto histórico. Además, los católicos estadounidenses están políticamente polarizados al igual que el resto del país. Por ejemplo, estaban profundamente divididos en líneas partidistas al evaluar a Biden, a pesar de ser apenas el segundo presidente católico en la historia de Estados Unidos, y ahora están igualmente divididos en su reacción a Vance como candidato republicano a la vicepresidencia.

Esta polarización a menudo se extiende a la recepción de las enseñanzas de la Iglesia por parte de los católicos estadounidenses, quienes tienden a filtrar las declaraciones de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) o de su obispo local según su militancia ideológica. Si a esto se añade el bajo nivel de confianza que muchos católicos estadounidenses tienen en la «Iglesia institucional» debido a los escándalos de abusos sexuales clericales y, más en general, en un contexto de desconfianza hacia las instituciones, la Iglesia católica enfrenta muchas dificultades para difundir su pensamiento social entre sus miembros.

Sin duda, hay muchos votantes católicos en Estados Unidos, y están bien representados en los estados indecisos, donde pequeñas diferencias en los resultados de la votación pueden marcar la diferencia en el resultado final. Pero estos votantes no votan como un bloque monolítico. De hecho, se ha convertido en un lugar común en los medios de comunicación estadounidenses observar que el «voto hispano», que incluye a muchos católicos, no es un voto compacto y predecible para los demócratas[7].

Un aspecto poco explorado de la vida política católica es el papel de los medios de comunicación católicos, sobre todo cuando refuerzan mensajes partidistas o cuando promueven un auténtico diálogo entre fe y razón, entre identidades políticas y Evangelio. Uno se pregunta hasta qué punto mantienen un nivel periodístico elevado y profesional, aunque a menudo con recursos limitados, y al mismo tiempo, citando al Papa Francisco, si tienen en cuenta «lo que verdaderamente informa la vida de la Iglesia, es decir, sus fines religiosos y morales y sus cualidades espirituales características»[8].

De aquí a noviembre

Las elecciones presidenciales estadounidenses se celebrarán el 5 de noviembre de 2024, junto con otras elecciones a nivel nacional, estatal y local. ¿Qué consideraciones podemos hacer de aquí a entonces?

Los observadores electorales se centrarán en varias cosas. La primera se refiere a un posible segundo debate entre Harris y Trump: el primer debate, que tuvo lugar el 10 de septiembre, fue un éxito para Harris, aunque no está claro qué impacto puede tener entre los votantes indecisos. Es probable que el equipo electoral de Trump no quiera un segundo debate. Después, otros temas en los que se centrará la atención son la economía, en particular las cifras de inflación y del mercado laboral; los números de las encuestas en estados indecisos, como Pensilvania, Carolina del Norte y Nevada; y, por supuesto, la tan cacareada «sorpresa de octubre», es decir, aquellos acontecimientos inesperados que afectan a las elecciones. Como señaló Carlos Lozada, en julio ya se habían producido «muchas sorpresas de octubre», por lo que se teme lo que pueda ocurrir en un ciclo electoral profundamente complejo[9]. Aunque por definición «una sorpresa de octubre» es inesperada, una de esas posibilidades sería un gran avance en los esfuerzos del gobierno de Biden por poner fin a los conflictos de Ucrania o Gaza. Detrás de estas variables estará la cuestión de cuánto durará la renovada energía suscitada por Harris en la izquierda, y si Trump volverá a conseguir, como en 2016, más apoyos de los que pronostican las encuestas.

Por último, mientras comentaristas y analistas se centran en las cifras y la horse race («carrera de caballos») de las campañas, muchos estadounidenses de buena voluntad estarán atentos a señales que confirmen que las campañas no están sumidas en la ansiedad y el miedo, sino que en última instancia persiguen el bien común y que todos salgan beneficiados, lo que ayudaría a sostener el «sueño americano» como una aspiración verdaderamente universal.

  1. Cf. «Remarks by President Biden in Statement to the American People», 24 de julio de 2024 (www.whitehouse.gov/briefing-room/speeches-remarks/2024/07/24/remarks-by-president-biden-in-statement-to-the-american-people).
  2. Cf. G. Borelli, «Americans are split over the state of the American dream», Pew Research Center, 2 de julio de 2024 (www.pewresearch.org/short-reads/2024/07/02/americans-are-split-over-the-state-of-the-american-dream).
  3. G. Sale, «Elezioni Usa: Biden e Trump verso una nuova contesa elettorale», en Civ. Catt. 2024 I 430-440. Cf. F. de la Iglesia Viguiristi, «Situación actual y retos de la economía estadounidense», en La Civiltà Cattolica, 14 de junio de 2024, https://www.laciviltacattolica.es/2024/06/14/situacion-actual-y-retos-de-la-economia-estadounidense/
  4. Cf. «Can the Constitution Serve as a Document of National Unity?», en National Constitution Center (www.constitutioncenter.org/news-debate/podcasts/can-the-constitution-serve-as-a-document-of-national-unity), 13 de junio de 2024.
  5. Cf. D. Montanaro, «Harris’ momentum continues as she ties with Trump in these swing states», en npr (www.npr.org/2024/08/26/nx-s1-5088061/harris-trump-swing-states-electoral-map), 26 de agosto de 2024.
  6. Cf. R. Douthat, «Why the Manhattan Trial Is Probably Helping Trump», en The New York Times (www.nytimes.com/2024/05/18/opinion/trump-manhattan-trial-politics.html), 18 de mayo de 2024.
  7. Cf. P. Laffin, «Why Hispanic Voters Have Drifted Toward the GOP», en National Catholic Register (www.ncregister.com/news/hispanic-voters-gop-drift-2024-4nadu8st), 27 de agosto de 2024.
  8. Francisco», Discorso ai membri dell’Associazione internazionale dei giornalisti accreditati presso il Vaticano», 22 de enero de 2024 (www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2024/january/documents/20240122-giornalisti.html).
  9. Cf. www.nytimes.com/2024/08/23/opinion/kamala-harris-speech-democratic-convention.html
William McCormick
Es licenciado en ciencias políticas por la Universidad de Chicago, máster y doctorado en ciencias políticas por la Universidad de Texas en Austin, máster en filosofía por la Universidad de Fordham y máster en divinidad por el Regis College y la Universidad de Toronto. Actualmente es profesor asociado del Departamento de ciencias políticas de la Saint Louis University.

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