Personajes

El primer globalismo: de Marco Polo a Matteo Ricci

Mosaico de Marco Polo (Palazzo Doria-Tursi, Génova), Salviati/Wikipedia

El prólogo de Los viajes de Marco Polo, redactado por Rustichello de Pisa tras haber transcrito la narración de Marco Polo, es un documento de gran valor histórico: revela los marcos de percepción a través de los cuales Marco Polo (de quien este año se conmemoran 700 años de su muerte) y sus contemporáneos entendían sus viajes. Puede considerarse como un testimonio de lo que aquí denominaremos el «primer globalismo». Si se compara su retórica con la que aparece en documentos posteriores, es posible delinear los cambios que llevaron a concebir la Tierra como un «sistema», una realidad global e interconectada. Otro gran viajero italiano, Matteo Ricci, atestigua la conclusión de esta etapa en la larga historia de los intercambios globales.

En el proceso de comparar las visiones del mundo de Marco Polo y Matteo Ricci, haremos dos paradas: primero, mencionaremos algo sobre la visión del mundo de san Francisco Javier, inmediato predecesor de Ricci en el Lejano Oriente; luego, compararemos el prólogo de Rustichello con el Prefacio escrito en 1556 por François Gruget Lochois para su traducción al francés de una de las versiones latinas del relato de Polo y Rustichello. El «globalismo» no comenzó con la «globalización» y, hasta hoy, la percepción del mundo como sistema, una red de lugares, culturas y economías, continúa evolucionando[1]. Comprender los modelos mentales a través de los cuales el sistema-mundo fue percibido en el pasado nos permite discernir y describir con cierta distancia crítica los marcos específicos de percepción y conocimiento propios de nuestra época.

Marco Polo y la novela de la Tierra

Comencemos con el prólogo de Los viajes, tal como fue escrito por Rustichello de Pisa: «Señores emperadores, reyes, duques y marqueses, condes, hijosdalgos y burgueses y gentes que deseáis saber las diferentes generaciones humanas y las diversidades de las regiones del mundo, tomad este libro y mandad que os lo lean, y encontraréis en él todas las grandes maravillas y curiosidades de la gran Armenia y de la Persia, de los tártaros y de la India y varias otras provincias; así os lo expondrá nuestro libro y os lo explicará clara y ordenadamente como lo cuenta Marco Polo, sabio y noble ciudadano de Venecia, tal como lo vieron sus mortales ojos. Hay cosas, sin embargo, que no vio, mas las escuchó de otros hombres sinceros y veraces. Por lo cual referimos las cosas vistas por vistas y las oídas por oídas para que nuestro libro resulte verídico, sin tretas ni engaños. Y todo hombre que leyere y entendiere este libro debe creer en él, pues todas estas cosas son verdad, y os certifico que desde que Dios nuestro Señor plasmó con sus manos a Adán y Eva, nuestros primeros padres, hasta hoy día, no hubo cristiano ni pagano ni tártaro ni indio ni hombre alguno de ninguna generación que tanto supiere ni buscare como el dicho mi señor Marcos averiguó y supo; por eso os digo que sería gran desventura no quedaran escritas todas las grandes maravillas que vio y oyó para que las gentes que no las vieron ni conocieron tengan de ellas razón en este libro. Y os repito que para enterarse de ello vivió en estas diferentes regiones y provincias más de veintiséis años. Y ello fue que, estando encarcelado en Génova, hizo exponer todas estas cosas a maese Rustichello de Pisa, que se hallaba también en la misma prisión en el año 1298 del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo»[2].

Una lectura atenta del texto justifica algunas observaciones. En primer lugar, como han señalado Sharon Kinoshita y muchos otros antes que ella, la frase inicial es prácticamente idéntica a la del romance artúrico de Rustichello de Pisa, Méliadus, que continúa así: «Encontraréis todas las grandes aventuras que ocurrieron a los caballeros andantes desde los tiempos del rey Uther Pendragon hasta los tiempos del rey Arturo, su hijo, y de los compañeros de la Mesa Redonda»[3]. Por lo tanto, Los viajes de Marco Polo se presenta como una novela.

¿A qué género literario pertenece esta novela? Surgida en lenguas extremadamente cercanas a la versión original de la narración escrita de Marco Polo (francés-italiano), la novela épica posee las siguientes características: 1) Relata una búsqueda emprendida por diversos héroes, entre los cuales predomina uno que, al final, se acerca o se apropia del objeto último de la búsqueda (el Santo Grial); 2) Entrelaza constantemente historias diferentes; 3) Se basa en eventos y coincidencias maravillosas; 4) Conduce a sus numerosos personajes a peregrinar por todo el mundo y revela la dimensión mágica y maravillosa de los territorios que recorren. El apogeo de la novela épica como género, así como su completa deconstrucción, se encuentran en Don Quijote.

En la época contemporánea, el escritor británico David Lodge propuso a sus lectores una «novela académica» en la que los congresos científicos que se suceden en diferentes países y continentes reemplazan a los torneos caballerescos. El título de la novela académica de Lodge es elocuente: Small World[4]. Y, en efecto, el mundo de la novela es un lugar donde, más allá de los contrastes, las diferencias y las maravillas, los mismos personajes son irresistiblemente llevados a encontrarse repetidamente, atrapados por una suerte de fuerza magnética que trasciende las distancias y las contingencias. Esta visión del mundo es muy similar a la que nos introduce la lectura de Los viajes. Al fin y al cabo, independientemente de la época y la cultura a la que pertenezcamos, percibimos el «mundo real» a través de esquemas y arquetipos, y la narración de Rustichello pone al descubierto la matriz perceptiva-conceptual a través de la cual los viajeros de la Edad Media experimentaban sus viajes.

¿Cuál es la naturaleza de la búsqueda que convierte a Marco Polo en un buscador incansable, en un héroe? No es exactamente la Belleza, el Amor terrenal o divino. La princesa de Marco se llama Conocimiento, el conocimiento del mundo: «Desde que Dios nuestro Señor plasmó con sus manos a Adán y Eva, nuestros primeros padres, hasta hoy día, no hubo cristiano ni pagano ni tártaro ni indio ni hombre alguno de ninguna generación que tanto supiere ni buscare como el dicho mi señor Marcos averiguó y supo». La búsqueda se centra en el conocimiento, en el descubrimiento de las diversas partes del mundo y de sus grandes maravillas. Es una búsqueda del conocimiento de esa maravilla llamada «el mundo».

¿Y qué convierte a Marco Polo en el nuevo Adán? Volvamos, pues, al narrador bíblico: «Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo» (Gn 2,19-20).

Los viajes de Marco Polo es un relato que busca enumerar los diversos elementos y partes que componen el mundo: un relato en el que el protagonista asigna el nombre apropiado a cada uno de esos elementos y criaturas. El título del relato, tal como se registra en la versión franco-véneta, la original, es Le devisement du monde. Devisement es una palabra rica y compleja. Significa, en primer lugar, «separación, división, diferencia». Por tanto, el título remite a una composición literaria que recapitula las distintas y variadas partes que juntas conforman el mundo. Además, la palabra devisement se refiere al acto mismo de organizar elementos diversos en un todo. También puede aludir a la intención y al modo de lograr aquello a lo que se aspira. Finalmente, y este es el significado más evidente en nuestro caso – aunque no excluye los otros –, se aplica a un relato o a una conversación. Esto es lo que hacen nuestras novelas: narrar el mundo, conversar sobre el mundo.

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Más allá de la elusiva figura del escribano, en el prólogo de Rustichello se mencionan tres personajes: Marco, Adán y Jesús. Recordemos que, en términos paulinos, Jesús es «el nuevo Adán». ¿La figura de Marco adquiere entonces matices cristológicos? Afirmarlo parece demasiado atrevido. Pero la narración nos invita a observar una dimensión temporal inscrita en la espacial (esta última predomina en toda la obra). Adán conoce el mundo a partir del jardín del Edén y luego fuera de sus límites. Jesús actúa desde el interior del mundo romano. Cabe señalar que «romano» es el mundo que define constantemente la cultura que encarna la familia Polo y la parte del mundo que los viajeros representan en la narración de Rustichello, de la misma manera que «tártaros», en el mismo texto, es el término que define al otro frente al «romano»: mongoles, árabes y persas. Los viajeros experimentan y narran el mundo en su totalidad (o al menos así les parece a ellos y al lector).

No nos detendremos en el trasfondo religioso, a veces ambiguo, de la obra, que incluye relatos de las relaciones de los viajeros (y presumiblemente de Kublai) con el papado, así como menciones a proyectos misioneros. Nos limitaremos a recordar la estrecha relación desarrollada entre Marco Polo y la Orden dominicana: el papel desempeñado por esta desde el principio, mediante la elaboración de una versión latina de Los viajes, está bien documentado[5]. En resumen, el Prólogo puede estar cargado de algunas connotaciones escatológicas, de reminiscencias del espíritu de Joaquín de Fiore (1135-1202), quien influyó, en el mismo periodo, en la Divina Comedia. Siguiendo un discurso típico de su tiempo, el Prólogo puede sugerir sutilmente que hay tres Edades a través de las cuales el mundo se hace Uno: la Edad de Adán, la Edad de Jesús y la Edad de Marco, siendo esta última testimonio de la universalidad del Espíritu.

Esto significa también que «medieval» y «global» no son términos antinómicos. Observa Kinoshita: «Perder de vista la especificidad de la Edad Media significa perder de vista también la especificidad de la Modernidad. Desvincular el estudio de los textos medievales de la obsesión decimonónica por el nacionalismo y la expansión colonial hace visibles aspectos del periodo premoderno, que a su vez cuestionan la construcción superficial de la Modernidad frente a un Otro medieval inerte. […] Este trabajo histórico da consistencia a nuestra comprensión de lo que el orientalismo nos ha enseñado: que “Europa” y “Occidente” no son entidades geográficas predeterminadas, sino construcciones ideológicas con sus historias profundamente complicadas de conquista, colonización y aculturación»[6].

En otras palabras, la lectura de Los viajes de Marco Polo otorga profundidad y complejidad a la variedad de visiones encapsuladas en la palabra «globalismo».

Francisco Javier, entre dos tiempos y dos mundos

Francisco Javier murió el 3 de diciembre de 1552 en la isla de Shangchuan, a las puertas de Cantón, justo en el umbral de esa China que nunca llegaría a pisar. Al término de 12 años atravesando el desierto de los océanos y tierras desconocidas, soñaba con China como la última Tierra Prometida, después de haber pasado por una serie de naciones y culturas que conoció con peligro y de las que se despidió con dolor. Poco a poco, llegó a intuir la extraordinaria influencia de la civilización china sobre toda Asia, y la puerta que soñaba con abrir allí le habría permitido conquistar un continente aún más grande.

En Francisco Javier siempre hubo un exceso: el de la propia exploración, el exceso de un mundo desconocido, al que había sido enviado y que exploraba en todas direcciones. A diferencia de los israelitas enviados en misión por Moisés (cf. Nm 13), el explorador no temía a los «gigantes» que encontraba en el camino; al contrario, animaba a sus hermanos a unirse a él para enfrentarlos juntos. Los escritos de Javier tienen un fuerte sabor experiencial: «Y para que sepáis cuán apartados corporalmente estamos unos de otros, es que, cuando en virtud de la santa obediencia nos mandáis de Roma a los que estamos en Maluco, o a los que fuéremos a Japón, no podéis tener respuesta de lo que nos mandáis en menos de tres años y nueve meses»[7].

El relato es preciso, y Francisco Javier incluso señala que este lapso de tiempo puede extenderse considerablemente si intervienen tormentas u otros factores imponderables. Si bien inicialmente es la distancia física la que lo separa de sus primeros compañeros jesuitas, esta adquiere un valor metafórico. Javier, al mencionarla, también expresa su incapacidad de compartir plenamente la naturaleza de lo que descubre, el desasosiego interior que experimenta, las dimensiones del mundo y la extrañeza de Dios. Porque es precisamente el descubrimiento existencial de estas dimensiones lo que nos permite comprender mejor la radicalidad de esta extrañeza divina.

La reducción de las distancias que caracteriza la época contemporánea no tiene solo efectos positivos: hay una pedagogía de la distancia cuando esta se siente, se experimenta y se recorre realmente. De hecho, hoy en día vivimos atajos, pasos repentinos de un universo a otro, y estos atajos a menudo nos llevan a subestimar la alteridad cultural, las diferencias o las oposiciones entre memorias colectivas, que siguen siendo constitutivas del mundo real. La comunicación ocurre en secuencias rápidas, y lo que gana en facilidad lo pierde en profundidad. Al mismo tiempo, la homogenización de las diferencias es un obstáculo para el descentramiento de las convicciones y la fe. Para experimentar de una manera nueva la extrañeza de Dios, debemos recorrer caminos distintos al físico. De hecho, este sentido del valor de la mediación geográfica quizás explique el renacimiento del peregrinaje.

La creciente distancia entre Javier y sus compañeros refleja la intensidad de lo que él estaba experimentando. Hoy en día, la distancia ya no es principalmente geográfica, pero en términos culturales y religiosos sigue existiendo y requiere ser recorrida y experimentada exactamente como antes. No se mide, ante todo, en kilómetros, sino en mediaciones. Paradójicamente, la multiplicación de los intercambios no ha hecho más que aumentar la distancia en términos de incomprensiones, resentimientos y memorias contrapuestas acumuladas a lo largo del tiempo. La única solución, entonces, es empezar de nuevo y experimentar, paso a paso, las alegrías y los dolores que acompañan cada avance. Enmarcando este itinerario hay una perspectiva escatológica: «Todos me dicen que desde China se puede ir a Jerusalén. Si esto fuera así como dicen, yo lo escribiré a Vuestra santa Caridad, y cuántas leguas hay y cuánto tiempo lleva llegar»[8].

Justo cuando Francisco Javier estaba a punto de zarpar hacia China, el sueño de Jerusalén, tan querido por los primeros compañeros jesuitas, se le presentó de repente… Si es posible llegar desde China a Jerusalén, ¡entonces también la Tierra Prometida es redonda y la misión está cumplida! El lector moderno podría sonreír al leer que «todos» aseguran a Javier que el camino es posible, y con razón podría ver en ello un eco de los sueños del Apóstol. Es cierto, por supuesto, que el camino existe, y es, más o menos, todo el trayecto de la Ruta de la Seda que se perfila en este atajo. Pero, en tiempos de Javier, las vicisitudes políticas hacían impracticable esa ruta. A finales del siglo XVI y principios del XVII, Bento de Góis, un hermano jesuita que trabajaba en la India, fue encargado de intentar el recorrido a través de Asia Central para comprobar si era posible evitar el largo y peligroso viaje por mar. Con grandes dificultades, llegó a la frontera china y, antes de morir, tuvo tiempo de aconsejar al emisario de Matteo Ricci que no repitiera la aventura. Mejor soportar los tifones que confiar en las caravanas…

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La mención de Jerusalén convierte también a Pekín en el correlato de la Ciudad Santa, la etapa final antes del cumplimiento de la misión. Francisco Javier había oído hablar de la sabiduría y la ciencia chinas y había aprendido a reconocer en ellas la fuente de lo que más había admirado en Japón, así como el punto de resistencia que debía superar si quería convencer a Asia de la verdad del mensaje que llevaba. De este modo, China adquiere una cualidad casi mítica. Pekín es la Jerusalén de Asia. ¿No dice acaso mucho sobre la definitiva comunicabilidad entre todas las religiones y culturas del mundo la afirmación de que un camino conecta ambas capitales? ¿No nos invita acaso a esperar una Pentecostés universal?

Una Pentecostés todavía en proceso, pero que quizá comenzó poco después de la muerte de Francisco Javier. En 1582, un joven misionero italiano llamado Matteo Ricci (1552-1610) llegó a Macao. Al despertar los sueños y las esperanzas de sus sucesores, Javier, desde las costas de Sancian, había descubierto, efectivamente, un camino que llevaría de Pekín a Jerusalén…

Matteo Ricci: cartografía, geometría y teología

En este punto, y para situar mejor a Ricci en su contexto histórico e intelectual, volvamos a la narración de Marco Polo y su impacto póstumo. Como ha señalado acertadamente Mark Cruse, «dado que era una amalgama enciclopédica de culturas textuales euroasiáticas, Los viajes era un texto infinitamente adaptable. En consecuencia, no existe una versión definitiva, sino más bien un corpus definido por variantes, en el que cada testimonio es único e importante»[9]. Entre estas variantes se encuentra el Novus Orbis – impreso en 1532 primero en Basilea y luego en París –, que es una recopilación de diarios de viaje compilada por Simon Grynaeus y Johann Huttich. Los viajes ocupa un lugar destacado en esta obra. Su texto en latín sirvió como base para la traducción al francés que consideramos aquí: la edición parisina de 1556 de Los viajes, es decir, La description géographique des provinces & villes plus fameuses de l’Inde orientale («La descripción geográfica de las regiones y ciudades más famosas de la India oriental»). El traductor fue François Gruget Lochois, quien también es el autor del prefacio que abre el libro y que sustituye el prólogo escrito por Rustichello[10].

Es el contraste entre estos dos textos lo que aquí nos llama la atención. A continuación, presentamos nuestra traducción de la Prefacio del Novus Orbis: «Aunque este mundo habitable y todo lo que contiene es bien pequeño si lo comparamos con la inmensidad de los cuerpos celestes, sin embargo, en el gran espectáculo de la naturaleza se nos presenta ampliamente, como en una tabla viviente, con pruebas irrefutables de la excelencia del Gran Creador, quien, deseando beneficiar a su criatura, no ha omitido nada en su obra que no esté lleno de majestad, dignidad y grandeza. En efecto, dondequiera que se dirija la mirada o se entretenga la mente, siempre se encuentran cosas nuevas dignas de admiración, con ciertas diferencias que impiden que el hombre se aburra, se disguste o se canse del placer que puede extraer de ellas. ¿No presenciamos acaso cada día cambios en las estrellas y los planetas? Uno nace, otro desaparece; los días y las noches varían según las estaciones, el calor y el frío tienen efectos diferentes en momentos distintos; los años se renuevan con tal variedad que es imposible compararlos o juzgar uno a partir de otro. Países, regiones y provincias son tan diferentes entre sí – ya sea por la calidad y la naturaleza de la tierra, por las costumbres y condiciones de sus habitantes, por las especies y formas de los animales, o por la disposición o la temperatura del aire –, que, al trasladarse de un lugar a otro, siempre se encuentran cosas nuevas y extrañas. Y sin embargo, debido a la tosquedad o la ignorancia de los hombres, son pocos los que se dejan maravillar por estos efectos de la naturaleza, y aún menos los que reconocen la sublimidad y el poder soberano del Creador de quien proceden tales maravillas. Pues bien, para curar esta enfermedad, la divina providencia les ofrece – como un remedio de gran eficacia – las disciplinas matemáticas, mediante las cuales el hombre no solo puede trasladarse y caminar en espíritu y meditación por todos los lugares del cielo (cosa que antes le era imposible), sino también recorrer y abarcar con sus ojos toda la circunferencia de la tierra y la amplitud de los mares, de modo que no quede lugar alguno que no le sea abierto y accesible. Por ello, con el fin de adquirir el conocimiento de las cosas admirables de este mundo, algunos se han dedicado con incansable esfuerzo a la lectura de los autores que han descrito, visto y oído la cosmografía y su práctica en mapas y globos geométricos, o figuras corográficas, de las cuales han obtenido cierta satisfacción para sus mentes».

Prestemos atención a la asociación inicial entre el universo en su conjunto y nuestro mundo: el segundo es el microcosmos del primero. Precisamente de esta aproximación surge de inmediato la idea de «leyes fijas», que se desarrolla más adelante en el texto. En el mundo hay variedad, hay diferencias aparentemente infinitas, sostiene el autor, pero esta variedad oculta regularidades, que pueden descubrirse a través del estudio de «las disciplinas matemáticas, mediante las cuales el hombre no solo puede trasladarse y caminar en espíritu y meditación por todos los lugares del cielo […], sino también recorrer y abarcar con sus ojos toda la circunferencia de la tierra y la amplitud de los mares». Las narraciones de viajes, como la de Marco Polo, cumplen así dos propósitos. En primer lugar, recrean el espíritu con la descripción de los aspectos variados del mundo. En segundo lugar, proporcionan al viajero sedentario material a partir del cual deducir las leyes matemático-físicas que determinan las regularidades que sostienen la realidad. La universalidad tiene una naturaleza geométrica (en aquella época, el término «geometría» se aplicaba a todas las ramas de la matemática).

Este «optimismo de la razón», extendido a la descripción geográfica, al análisis físico de las leyes que gobiernan el mundo y a todos los ámbitos del saber, caracteriza el pensamiento de Matteo Ricci y su estrategia misionera. Del «globalismo novelesco» ejemplificado por Marco Polo, hemos pasado así a una forma de «globalismo geométrico».

Ricci no habrá sido un teólogo de profesión, pero algunas convicciones e intuiciones claramente cimentaron su enfoque. La revelación de la radical diferencia entre el mundo chino y aquel del que provenía no parece haber sido un desafío para su fe. Al contrario, resultó ser un formidable estímulo para buscar el terreno común de la humanidad. Aquí, Ricci utiliza las herramientas que su formación le proporciona: con su ciencia como cartógrafo, presenta a los chinos un mundo único, un mundo en el que el Imperio Chino es invitado a reconocerse como uno entre otros[11]. Como geómetra, traduce junto con Xu Guangqi Los elementos de geometría de Euclides, buscando los fundamentos de un lenguaje común, un metalenguaje, el de la racionalidad científica y técnica, que revela la naturaleza profunda del ser humano, dotado por Dios de la razón. Con sus conocimientos teológicos y dialécticos, intenta dar crédito a la idea de un Dios único a través de un diálogo ficticio entre dos sabios, uno chino y otro occidental. En esencia, Ricci quiere convencer a quienes encuentra de que su humanidad común, por un lado, y su común habitar en el mundo, por otro, son el terreno donde Dios debe ser buscado y encontrado.

Al mismo tiempo, quería que Europa conociera la riqueza de lo que estaba descubriendo en China, encontrando en esa riqueza una nueva razón para glorificar a un Dios cuya presencia parece fragmentada por la diversidad de lenguas y culturas. Para Ricci, la pasión por la universalidad se experimenta en el crisol de las diferencias, y el gesto de abrazar tanto «lo universal» como «la diferencia» resume su itinerario: un itinerario que se despliega con una tenacidad sorprendente. Esto es particularmente evidente en su dominio del lenguaje: Ricci llegará hasta el extremo de la diferencia lingüística. Sabía que la universalidad que quería comunicar encontraría su camino precisamente a través de las particularidades del lenguaje. Intuyó que la escritura china no era simplemente un instrumento de comunicación, sino que transmitía una visión del mundo, una cosmología vehiculada por una estructura lingüística.

El modelo de intercambio promovido por Ricci sigue siendo contemporáneo en más de un aspecto. En primer lugar, reconoce que toda la raza humana comparte preguntas comunes: la investigación científica, las preguntas sobre Dios y el mundo, las raíces de la moral social… A partir de ahí, también da por sentada la diversidad de recursos culturales que sustentan esas preguntas: el Canon chino se abre a un universo muy distinto del revelado por los textos bíblicos. Estos recursos se evalúan y se intercambian en un diálogo que forma el tejido del verdadero significado del Señor del Cielo. Finalmente, aunque las respuestas elaboradas testimonian la universalidad que nos une, estas siguen estando marcadas por el sello de la diferencia cultural. Los caminos recorridos por Marco Polo y Matteo Ricci unían Roma y Venecia con Pekín, pero los esquemas de percepción y comprensión a través de las cuales estos dos grandes viajeros italianos interpretaron sus viajes evolucionaron constantemente durante los 300 años transcurridos entre una empresa y otra.

  1. Cf. S. Kinoshita, «Reorientations: The Worlding of Marco Polo», en J. Ganim – S. Legassie (edd.), Cosmopolitanism and the Middle Ages, New York, Palgrave, 2013, 39-57; C. Gadrat-Ouerfelli, Lire Marco Polo au Moyen Age. Traduction, diffusion et réception du «Devisement du monde», Turnhout, Brepols, 2015.
  2. Los relatos de Marco Polo fueron originalmente transcritos por Rustichello en francés-véneto, con el título de Le devisement du monde, es decir, «La descripción del mundo», hacia el 1298. Posteriormente aparecieron traducciones en francés, toscano (al inicio del siglo XIV, con el título Il Milione), en veneciano y latín. En este artículo hacemos referencia a la traducción en inglés de Kinoshita, basada en la versión original franco-véneta: S. Kinoshita (ed.), The Description of the World: Marco Polo. Translated, with an Introduction and Annotations, Indianapolis, Hackett Publishing, 2016.
  3. Además del aparato crítico presente en la traducción de Kinoshita, cf. F. R. Psaki, «The Book’s Two Fathers: Marco Polo, Rustichello da Pisa, and “Le devisement du monde”», en Mediaevalia 32 (2011) 69-97.
  4. D. Lodge, Small World: An Academic Romance, Londres, Secker & Warburg, 1984
  5. Cf. C. Gadrat-Ouerfelli, «Marco Polo, the Book, and the Dominicans», en Digital Philology: A Journal of Medieval Cultures 11 (2022/2) 286-301.
  6. S. Kinoshita, «Deprovincializing the Middle Ages», en R. Wilson – C. L. Connery (edd.), The Worlding Project: Doing Cultural Studies in the Era of Globalization, Santa Cruz – Berkeley, New Pacific – North Atlantic, 2007, 75.
  7. Francisco Xavier, s., «Carta a sus compañeros residentes en Roma», Cochín, 20 de enero de 1548.
  8. Id., «Carta a Ignacio de Loyola», Goa, 9 de abril 1552.
  9. M. Cruse, «The Medieval and Early Modern Reception of Marco Polo’s “Description of the World”: An Introduction», en Digital Philology: A Journal of Medieval Cultures 11 (2022/2) 235.
  10. Cf. L. Pochmalicki, «Marco Polo in the “Novus Orbis”: The Reception and Circulation of the “Devisement du monde” in the Renaissance», ibid., 332-350.
  11. Cabe destacar que su mapa del mundo fue creado en colaboración con estudiosos y artesanos chinos, e incluye representaciones de las islas míticas de la tradición china.
Benoît Vermander
Es un jesuita, sinólogo, politólogo y pintor francés. Actualmente es profesor de ciencias religiosas en la Universidad Fudan, Shanghai, así como director académico del Centro de Diálogo Xu-Ricci dentro de esa Universidad. Ha sido director del Instituto Ricci de Taipei de 1996 a 2009 y redactor jefe de su revista electrónica. Es consultor del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Tiene un doctorado en ciencias políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, un máster en Sagrada Teología por la Universidad Católica de Fu Jen (Taiwán) y un doctorado en Sagrada Teología por las facultades jesuitas de Filosofía y Teología de París (Centro Sevres).

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