El 4 de agosto de 2024, el papa Francisco publicó una carta sobre el papel de la literatura en la formación, ya presentada por nuestra revista[1]. En cambio, el 21 de noviembre de 2024 se hizo pública una nueva carta, esta vez «sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia»[2]. También en este documento, el Pontífice muestra su preocupación por la formación, especialmente de los nuevos sacerdotes y de otros agentes pastorales, al reconocer en el estudio de la historia de la Iglesia una herramienta capaz de ayudar, en particular a los sacerdotes, «a interpretar mejor la realidad social». La intención formativa del Papa quedó subrayada por el hecho de que las dos primeras intervenciones durante la conferencia de prensa de presentación del documento fueron realizadas por el cardenal Lazzaro You Heung-sik y por S.E. monseñor Andrés Gabriel Ferrada Moreira, prefecto y secretario, respectivamente, del Dicasterio para el Clero. A estas intervenciones siguieron las del profesor Andrea Riccardi y la profesora Emanuela Prinzivalli, quienes ofrecieron una perspectiva más histórica.
Al inicio de la carta, el papa Francisco reconoce que el itinerario formativo de los candidatos al sacerdocio ya incluye «una adecuada atención al estudio de la historia de la Iglesia»[3]. Sin embargo, lo que el Pontífice desea enfatizar va más allá del «conocimiento profundo y puntual de los momentos más importantes de estos pasados veinte siglos de cristianismo». Se trata, más bien, de promover «una real sensibilidad histórica» y «una clara familiaridad con la dimensión histórica propia del ser humano», es decir, la capacidad de nutrir el vínculo con las generaciones que nos preceden. Dicha sensibilidad, subraya el Papa, «ayuda a cada uno a tener un sentido de la proporción, un sentido de medida y una capacidad de comprensión de la realidad, sin abstracciones peligrosas y desencarnadas, tal como es y no como la imaginamos o nos gustaría que fuera». Además, Francisco añade que el estudio de la historia nos protege «de una concepción demasiado angelical de la Iglesia, de una Iglesia que no es real porque no tiene manchas ni arrugas». Por ello, a la historia se le confía la tarea de ayudar a «ver la Iglesia real, para poder amar a la que verdaderamente existe, y que ha aprendido y continúa aprendiendo de sus errores y de sus caídas». En este sentido, solo una Iglesia que se reconoce también en sus «momentos más oscuros, se reconoce a sí misma y es capaz de comprender las manchas y las heridas del mundo en el que vive, y si tratará de curarlo y de hacerlo crecer, lo hará de la misma manera que intenta sanarse y crecer, aunque muchas veces no lo consiga».
La importancia de conectarnos con la historia
Aunque el papa Francisco tiene en mente la formación de los candidatos al sacerdocio, no quiere que se olvide que todos «tenemos hoy necesidad de renovar nuestra sensibilidad histórica». Dicha sensibilidad constituye una defensa contra las ideologías, que encuentran un terreno fértil en quienes carecen de raíces y desprecian la historia, ignorando o rechazando «la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones». La comprensión de la realidad – prosigue el Pontífice – requiere una perspectiva diacrónica, «ahí donde la tendencia predominante es apoyarse en lecturas de los fenómenos que los equiparan en la sincronía, es decir, en una especie de presente sin pasado», lo que a menudo constituye «una forma de ceguera que nos empuja a preocuparnos y desperdiciar energías en un mundo que no existe, planteándonos falsos problemas y dirigiéndonos hacia soluciones inadecuadas».
Es claro el llamado de atención del papa Francisco ante quienes desprecian o manipulan la memoria con la pretensión de ajustarla a los intereses de las ideologías dominantes: «Frente a la supresión del pasado y de la historia o de los relatos históricos “tendenciosos”, el trabajo de los historiadores, así como su conocimiento y amplia difusión, pueden frenar las mistificaciones, los revisionismos interesados y ese uso público particularmente comprometido con la justificación de las guerras, persecuciones, producción, venta, consumo de armas y muchos otros males». Por ello –concluye el Pontífice –, los historiadores y el fruto de sus investigaciones «son decisivos y pueden representar uno de los antídotos para enfrentar este régimen mortal de odio basado en la ignorancia y los prejuicios»[4].
Luego, haciendo referencia a lo escrito en la encíclica Fratelli tutti (nn. 116 y 164-165), Francisco reafirma que una comprensión e interpretación rigurosas del pasado son indispensables para la «transformación del mundo actual más allá de las deformaciones ideológicas».
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La memoria de la verdad íntegra
A propósito de la «verdad íntegra», el papa Francisco recuerda que en la genealogía de Jesús, presentada al inicio del Evangelio de Mateo, «nada se ha simplificado, suprimido o inventado». Si esto ha sido así en la historia de la salvación, lo mismo debe aplicarse a la historia de la Iglesia, donde es necesario reconocer insuficiencias, carencias e infidelidades. «No debemos invitar a olvidar», concluye el Papa, y añade, citando nuevamente Fratelli tutti (n. 249): «Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. […] No me refiero sólo a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad».
Junto con la memoria, la búsqueda de la verdad histórica es necesaria para que la Iglesia pueda iniciar y colaborar en procesos de reconciliación y paz social. En estos contextos, como también se recuerda en Fratelli tutti (n. 226), «sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos».
El estudio de la historia de la Iglesia
Para subrayar aún más la importancia del estudio de la historia de la Iglesia, el papa Francisco dedica la última parte de su carta a lo que él llama «pequeñas observaciones». La primera de ellas señala el riesgo de enfoques meramente cronológicos o apologéticos, que reducen la historia de la Iglesia a un simple «soporte de la historia de la teología o de la espiritualidad en los siglos pasados». Este enfoque llevaría a «un modo de estudiar y, en consecuencia, de enseñar la historia de la Iglesia que no promueve la sensibilidad a la dimensión histórica» que el Pontífice busca fomentar. De hecho, la historia es un intento de comprensión del pasado a través del análisis de los contextos, las motivaciones y la atención a la relación entre causas y efectos. No se trata de una fría narración de una sucesión de hechos.
La segunda observación invita a superar, en la enseñanza de la historia de la Iglesia, «una presencia todavía secundaria en relación con una teología, que a menudo se muestra incapaz de entrar realmente en diálogo con la realidad viva y existencial de los hombres y mujeres de nuestro tiempo». Como bien señala el papa Francisco, la historia de la Iglesia, aunque se enseñe en el ámbito de los estudios teológicos, «no puede estar desconectada de la historia de la sociedad». En este sentido, solo podemos alegrarnos por el reconocimiento de la autonomía de la historia de la Iglesia con respecto a la teología. Aunque su importancia para los estudios teológicos sea fundamental – como el Pontífice reafirmará más adelante en el documento –, sigue siendo parte de la ciencia histórica, con la cual comparte la metodología y cuyo objeto de estudio es, sin duda, un aspecto relevante de la vida social.
La tercera observación es nuevamente de carácter metodológico y subraya la importancia de una adecuada formación en el uso de las fuentes, promoviendo la lectura – con herramientas apropiadas – de los textos fundamentales de la historia del cristianismo, entre ellos los del cristianismo antiguo, como la Carta a Diogneto, la Didaché o los Hechos de los mártires.
La cuarta observación enfatiza que el estudio de la historia de la Iglesia requiere «rigor y precisión», pero también «pasión y compromiso», propios de quienes, «comprometidos en la evangelización, no eligieron un lugar neutral y aséptico, porque aman a la Iglesia y la acogen como Madre, tal como ella es».
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Relacionado con esto, la quinta observación aborda «el vínculo entre la historia de la Iglesia y la eclesiología. La investigación histórica tiene una contribución indispensable que ofrecer al desarrollo de una eclesiología verdaderamente histórica y mistérica».
Al introducir la sexta y penúltima observación, el papa Francisco confiesa que esta, en particular, le preocupa profundamente. Se refiere a «la eliminación de las huellas de quienes no han podido hacer oír su voz a lo largo de los siglos, hecho que dificulta una reconstrucción histórica fiel». Por ello, el Pontífice se pregunta: «¿no es quizás un lugar de investigación privilegiado, para el historiador de la Iglesia, el poder sacar a la luz en la medida de lo posible el rostro popular de los últimos y reconstruir la historia de sus derrotas y opresiones sufridas, pero también la de sus riquezas humanas y espirituales, ofreciendo herramientas para comprender los actuales fenómenos de marginalidad y exclusión?».
Finalmente, en la última observación, el Papa pide que se recupere «toda la experiencia del martirio, conscientes de que no hay historia de la Iglesia sin martirio y que esta preciosa memoria nunca debe perderse». Y es que, en la historia de sus sufrimientos, como afirma la constitución conciliar Gaudium et spes (n. 44), «la Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios». Precisamente porque «allí donde la Iglesia no ha triunfado a los ojos del mundo es cuando ha alcanzado su mayor belleza».
En las palabras finales de la carta, el papa Francisco quiere reiterar, una vez más, la importancia de la seriedad en el estudio, y difícilmente podría ser más claro: «Recordemos que estamos hablando de estudio, no de parloteo, de lecturas superficiales, del “cortar y pegar” de resúmenes de Internet». Finalmente, retomando las palabras del discurso pronunciado ante los estudiantes y el mundo académico en Bolonia en 2017, escribe: «El estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida. […] Esta es vuestra gran tarea: responder a los estribillos paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la investigación, el conocimiento y el compartir».
***
El estudio de la historia de la Iglesia hace mucho tiempo que ha trascendido los muros de las instituciones eclesiásticas. Su investigación ha pasado por un proceso de «secularización», involucrando a estudiosos de diversas procedencias y adoptando plenamente la metodología propia de las ciencias históricas: una metodología que no solo presta atención a las fuentes documentales, sino también a las fuentes monumentales y artísticas, como la arquitectura, la pintura, la escultura y la música. Reconocer esta «secularización» de la historia de la Iglesia de ningún modo impide que los eclesiásticos sigan comprometidos con su estudio con seriedad y competencia. Por el contrario, dicho compromiso solo puede favorecer iniciativas de colaboración y profundización entre diversas corrientes historiográficas y enfoques de estudio, como ya ocurre hoy en día con numerosas iniciativas académicas en las que participan, en igualdad de condiciones, docentes e investigadores de universidades eclesiásticas, católicas y estatales.
La Carta sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia está dirigida, en primer lugar, a la formación de sacerdotes y otros agentes pastorales. No obstante, sus enseñanzas tienen gran relevancia para todos los cristianos, ya que todos necesitan herramientas que les ayuden «a interpretar mejor la realidad social» en una perspectiva no solo sincrónica, sino también diacrónica. El propósito es precisamente alcanzar, como se indica al inicio del documento, «un sentido de la proporción, un sentido de medida y una capacidad de comprensión de la realidad, sin abstracciones peligrosas y desencarnadas, tal como es y no como la imaginamos o nos gustaría que fuera».
Durante la conferencia de prensa de presentación del documento, el profesor Andrea Riccardi afirmó que «la pérdida del sentido histórico es un aspecto de la desculturización de las religiones»[5] y recordó que el Concilio Vaticano II, en cambio, marcó «un giro respecto a una desconfianza generalizada y consolidada hacia la historia». Profundizar en este cambio de perspectiva es tarea de la historia de la Iglesia, por lo que, además de la renovación en la enseñanza, la didáctica y la investigación, es deseable que – como subrayó el profesor Riccardi – «las importantes páginas del Papa no sean ignoradas, sino que representen – como decía Pietro Scoppola – el inicio “de un historicismo humanista, abierto a los valores de la trascendencia”». Eso es también lo que esperamos.
- Cf. D. Mattei, «Ponte indispensabile per il dialogo con la cultura. La lettera di papa Francesco sulla letteratura», en Civ. Catt. 2024 IV 186-191. ↑
- La carta puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2024/documents/20241121-lettera-storia-chiesa.html ↑
- Actualmente, el primer ciclo de los estudios de teología incluye entre dos y cuatro cursos semestrales de historia de la Iglesia, dependiendo de los programas académicos de las distintas Facultades de Teología. ↑
- Podemos pensar que fenómenos como el wokismo o la cancel culture pueden ser objeto de estas advertencias del Papa. En cuanto al wokismo, cf. N. Faria, «Il wokismo, un brusco risveglio», en Civ. Catt. 2024 III 62-75. ↑
- La intervención del profesor Riccardi puede consultarse en el siguiente enlace: https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2024/11/21/0914/01828.html ↑
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