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Un puente indispensable para el diálogo con la cultura

La carta del Papa Francisco sobre la literatura

Un pequeño ratón de biblioteca, Eduard Swoboda (1902)

¿Puede la literatura alimentar y sostener la vida cristiana? Esta pregunta constituye el eje de las reflexiones que atraviesan la Carta sobre el papel de la literatura en la formación (PLF)[1], que el papa Francisco publicó el pasado 4 de agosto. Al leerla, descubrimos que la respuesta no concierne solo a sacerdotes y otros agentes pastorales, a quienes se dirigen explícitamente muchos de sus pasajes, sino a todos los cristianos. En este breve artículo presentaremos de manera sintética sus contenidos, destacando los pasajes que nos han parecido más significativos.

Si tuviéramos que elegir un punto de partida, un «lema» que recoja una de las sugerencias más relevantes de este texto breve pero densísimo, podríamos comenzar afirmando que la literatura constituye un viaje interior personal, fecundo en la medida en que es libre y ajeno a toda forma de imposición, y que «abre nuevos espacios interiores» (PLF 2). Es un lugar de descanso y consuelo que «nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien» (ibíd.), y nos acompaña no solo en los momentos de soledad, sino también en los de desaliento: el cansancio, la ira y la desilusión son mares de emociones turbulentas que un buen libro puede ayudar a atravesar.

Leer es un gesto activo

Contrariamente a lo que ciertos prejuicios pueden hacer creer, recuerda el Pontífice, la lectura está lejos de ser un acto pasivo. Lector y obra se encuentran y dialogan entre sí, se enriquecen mutuamente, cada uno ofreciendo al otro lo que tiene y posee. En la lectura hay una «figura» de lo que, para san Ignacio de Loyola, es el amor: un intercambio recíproco de lo que se es y se posee. Una página de novela o de poesía no es un todo acabado, autosuficiente e impermeable a nuevos enriquecimientos, sino una realidad que «llama» a la colaboración y que es susceptible de completarse. El lector «integra» la obra con su propia imaginación, con sus capacidades y deseos. Al mismo tiempo, en dirección inversa, la historia personal del lector, única y particular en cada caso, es un tesoro de experiencias que el escritor ilumina con su obra.

La urgencia de Francisco para que la literatura forme parte de los itinerarios de formación sacerdotal en los seminarios es evidente. La literatura no es una mera forma de entretenimiento «tolerable» ni una experiencia cultural «menor» en comparación con los estudios teológicos y filosóficos, sino que posee un valor intrínseco: es la puerta de acceso «al corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano» (PLF 4). La intención del Pontífice es clara y contundente: «Con este mensaje, quisiera proponer un cambio radical acerca de la atención que debe darse a la literatura en el contexto de la formación de los candidatos al sacerdocio» (PLF 5).

Los grandes anhelos de la existencia humana son materia viva de la literatura. El Papa escribe que lo aprendió durante sus años de enseñanza en el colegio de Santa Fe, en Argentina, cuando, siendo un joven jesuita en formación, le pidieron que enseñara literatura a los alumnos mayores del liceo. Al valorar la curiosidad de los estudiantes por la literatura contemporánea, lograba despertar en ellos el interés por las grandes obras del pasado. Porque, en el fondo, se trata de «sed» y búsqueda. Es especialmente llamativa su reflexión al respecto: «En definitiva, el corazón sigue buscando, y cada uno encuentra su propio camino en la literatura» (PLF 7). La exploración literaria, por tanto, como un espacio de libertad personal. El Papa está tan convencido de este elemento ineludible, tanto psicológico como espiritual, que poco después escribe en su carta: «A mí, por ejemplo, me encantan los artistas trágicos […]. Por supuesto, no les pido que lean lo mismo que yo he leído. Cada cual encontrará aquellos libros que digan algo a su propia vida y se conviertan en verdaderos compañeros de viaje. No hay nada más contraproducente que leer algo por obligación, haciendo un esfuerzo considerable sólo porque otros han dicho que es imprescindible» (ibíd.).

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Para el papa Francisco, la familiaridad con la literatura es un puente indispensable para dialogar con la cultura de nuestro tiempo, como ya afirmaba el Concilio Vaticano II en el pasaje citado en la carta: «La literatura y las artes […] buscan expresar la naturaleza propia del ser humano», y toda la cotidianidad, en sus momentos más sublimes y en los más humildes, se convierte en materia de relato y poesía. El Pontífice se pregunta: ¿cómo es posible llegar al centro de las nuevas y antiguas culturas si ignoramos la literatura, que es el cofre y la custodia de los símbolos, los mensajes, las pasiones y los temores de hombres y mujeres de todas las épocas? (cf. PLF 9). A lo largo de la historia, la Iglesia ha dialogado una y otra vez con la cultura literaria y filosófica de su tiempo.

En la Carta se mencionan Basilio de Cesarea y el célebre y fundamental discurso de san Pablo en el Areópago, recogido en los Hechos de los Apóstoles, en el que el Apóstol, precisamente para hacerse entender por los atenienses, fusiona en una sola cita los versos de dos poetas, Epiménides y Arato de Solos: «En él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: “Nosotros somos también de su linaje”» (Hch 17,28). El pastor, pero en realidad cualquier creyente que desee dialogar con su tiempo, debe, como Pablo, ser un spermalogos, no un «charlatán», sino, como indica la etimología de la palabra, un «recolector de semillas», aquellas que el Espíritu ya ha sembrado «en los acontecimientos, sensibilidades, deseos y tensiones profundas de los corazones y de los contextos sociales, culturales y espirituales» (PLF 12).

Leer ejercita la capacidad de escucha y diálogo

En su Carta, el papa Francisco también destaca otros efectos positivos de la lectura. Quien lee con regularidad amplía su vocabulario y afina sus capacidades narrativas, entendidas también como la facultad de contar la propia historia. Es un estímulo para la imaginación y la creatividad. Además, la lectura nos pone en contacto con una diversidad de situaciones que desafían nuestro juicio, convirtiéndose así en una escuela de discernimiento y elección. Clive Staples Lewis, citado por el Papa, afirmó: «Al leer buena literatura me convierto en un millar de hombres y sigo siendo yo mismo» (PLF 18). Marcel Proust, por su parte, escribió que las novelas desencadenan, en el espacio de una hora, «todas las dichas y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían, porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas» (ibíd.). Junto a Jorge Luis Borges, el Pontífice subraya el valor de la literatura como una educación en la escucha, capaz de sanar el corazón del autoaislamiento y de la «sordera espiritual». Sobre todo, la literatura mantiene el corazón vivo y tierno, preservando su capacidad de emocionarse. Un corazón insensible, ¿cómo podría maravillarse ante el misterio de Dios, la belleza de la creación o la diversidad de los seres humanos? (cf. PLF 20).

La afinidad entre sacerdote y poeta

Junto a Karl Rahner, el papa Francisco reflexiona sobre la afinidad entre el sacerdote y el poeta[2], pues ambos son artesanos de la palabra, la cual «se abre al infinito» y «llaman lo innominado, se alargan a lo inasible» (PLF 24). Para Rahner, «la palabra poética llama a la Palabra de Dios» (ibíd.). Si la Palabra, es decir, la persona de Jesucristo, es Dios, todas las palabras humanas que participan de ella de manera analógica llevan en sí la huella de una nostalgia intrínseca, aquella que habita en el corazón de los hombres y mujeres de todos los tiempos.

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El Papa insiste en el poder de activación que la lectura genera en el lector, que es al mismo tiempo sujeto y objeto de lo que lee. Al participar en una novela o en una obra poética, el lector «lee» y, a su vez, «es leído» por la obra, que en sí misma es cristiana no por ser «edificante», sino porque da vida al discernimiento interior, uno de los actos más relevantes de la vida espiritual para orientarse en el tiempo y en el mundo[3].

Muy sugerente es la imagen que el Papa utiliza para expresar ese «algo más» en términos de concentración experiencial que la literatura suscita: el «telescopio», instrumento que sirve para mirar a lo lejos. Como el telescopio, las novelas y la poesía permiten relacionar nuestra simple experiencia cotidiana con la más amplia realidad humana. Leer sirve, «en pocas palabras, para hacer eficazmente experiencia de vida» (PLF 30). En efecto, existe un riesgo en nuestra vida: el de tener una mirada «reducida», que evita la complejidad. La exigencia de ser eficientes, productivos y adecuados puede restarle oxígeno a la fecundidad. Francisco recurre a la imagen evangélica de la semilla para expresar lo que entiende con este concepto: «Como nos recuerda Jesús en la parábola del sembrador, la semilla necesita caer en un terreno profundo para madurar fecundamente con el tiempo, sin ser sofocada por la superficialidad o por las espinas» (cf. Mt 13,18-23) (PLF 31). Solo la lentitud y la gratuidad del acto de leer pueden preservar el tiempo y el espacio de la escucha y la contemplación.

En uno de los pasajes más iluminadores, el papa Francisco escribe: «En este sentido, la literatura se vuelve un gimnasio en el que se entrena la mirada para buscar y explorar la verdad de las personas y de las situaciones como misterio, como una carga de un exceso de sentido, que sólo puede ser parcialmente manifestada en categorías, en esquemas explicativos, en dinámicas lineares de causa-efecto y medio-fin» (PLF 32). Además, retomando la imagen de la nutrición, que remite a la ruminatio de la tradición monástica de la lectio divina, el Pontífice sugiere otra metáfora: la de la digestión, es decir, la literatura como camino para asimilar la vida y sus significados.

La empatía y la pobreza que salva

Al concluir, el Papa retoma el hilo conductor de las diversas intuiciones y reflexiones contenidas en la carta. La literatura tiene una capacidad insustituible y desempeña un papel fundamental en el desarrollo de la empatía hacia la vida de los demás; es «un vehículo fundamental para esa capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los demás, sin la cual no existe la solidaridad ni se comparte» (PLF 34). Como afirma C. S. Lewis, leer es «ver a través de los ojos de los demás» (ibíd.); al captar la fragilidad ajena, podemos reflexionar mejor sobre la nuestra. La riqueza y la miseria de la experiencia humana que la literatura despliega ante los ojos del lector educan «su mirada a la lentitud de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio» (PLF 39). Retomando un tema que le es especialmente querido y que ha subrayado en numerosas ocasiones, Francisco afirma: «Es cierto que es necesario el juicio, pero nunca hay que olvidar su alcance limitado; en efecto, este nunca debe desembocar en una condena a muerte, en una eliminación, en la supresión de la humanidad en beneficio de una árida absolutización de la ley» (ibíd.).

Existe una pobreza que salva: la pobreza de la mirada evangélica, aquella que podemos encontrar en las páginas literarias que ayudan al lector a descentralizarse, a captar el sentido del límite, a desarrollar «la renuncia al dominio, cognitivo y crítico, en la experiencia, enseñándole una pobreza que es fuente de extraordinaria riqueza» (PLF 40).

En los párrafos finales, Francisco se dirige nuevamente de manera explícita a sacerdotes y seminaristas, subrayando el papel formativo de la literatura «en la dirección de un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad, de un reconocimiento fecundo del pluralismo de los lenguajes humanos, de una extensión de la propia sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran apertura espiritual para escuchar la Voz a través de tantas voces» (PLF 41). Porque la misteriosa afinidad entre sacerdote y poeta se expresa en la relación indisoluble entre la Palabra divina y la palabra humana, que es ministerio, es decir, servicio de escucha y compasión.

  1. Cf. Francisco, Carta sobre el papel de la literatura en la formación, Ciudad del Vaticano, 17 de julio de 2024. https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2024/documents/20240717-lettera-ruolo-letteratura-formazione.html
  2. Cf. A. Monda, «La ferialità della vita nei versi dei poeti», en L’Osservatore Romano, 8 de agosto de 2024, 4.
  3. Cf. A. Spadaro, «L’arte di scovare la fede nei libri», en il Fatto Quotidiano, 14 de agosto de 2024.
Diego Mattei
Sacerdote jesuita miembro del colegio de escritores de La Civiltà Cattolica. Ha sido Capellán universitario de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de la Sapienza, Roma. Sus textos, publicados en nuestra revista y en otros medios, versan preferentemente sobre literatura y espiritualidad.

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