El 11 de febrero de 2025, el Papa Francisco dirigió una carta a los obispos de los Estados Unidos en la que los alienta en su compromiso con la «protección y defensa de quienes son considerados menos valiosos, menos importantes o menos humanos».
En la carta, el Santo Padre define la situación actual en los Estados Unidos como una «importante crisis» y critica el «programa de deportaciones masivas» iniciado por la administración Trump. El Papa deplora cualquier plan que «identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad». Cita como ejemplo de migrantes a la Sagrada Familia, y al mismo Cristo, quien en su Encarnación también vivió «la experiencia difícil de ser expulsado de su propia tierra a causa de un inminente riesgo de vida, y de la experiencia de tener que refugiarse en una sociedad y en una cultura ajenas a las propias. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, también eligió vivir el drama de la inmigración».
El Santo Padre afirma el derecho y el deber de las naciones de promover «la maduración de una política que regule la migración ordenada y legal», lo cual es una enseñanza constante de la Iglesia, y que incluye «mantener a sus comunidades a salvo de aquellos que han cometido crímenes violentos o graves mientras están en el país o antes de llegar». Sin embargo, dicha maduración «no puede construirse a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros. […] Un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados».
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Los obispos de EE.UU. han acogido calurosamente la carta. El presidente de la Conferencia Episcopal Estadounidense, el arzobispo Timothy Broglio, ordinario militar para los Estados Unidos, agradeció al Santo Padre su «apoyo orante» y le aseguró que los obispos continuarán exhortando «a la nación a construir un sistema de inmigración más humano, que proteja a nuestras comunidades al mismo tiempo que salvaguarda la dignidad de todos».
La inmigración ha sido durante décadas un tema controvertido en la política estadounidense, hasta el punto de que los diversos Congresos que se han sucedido con el tiempo nunca han logrado promulgar una reforma efectiva en la materia y, en la práctica, han dejado el asunto a las órdenes ejecutivas de los presidentes. Los obispos católicos de Minnesota, en una declaración del 7 de febrero que ha suscitado mucho consenso, afirmaron: «Lamentablemente, el sistema de inmigración de nuestra nación está roto. Los candidatos electos de los dos principales partidos políticos no han logrado superar el cálculo político y colaborar para alcanzar una solución basada en el respeto a los migrantes y el bien común de la nación».
En este contexto, el presidente Trump fue elegido poniendo la inmigración en el centro de su programa y gozando de un amplio apoyo público a las deportaciones masivas. Entre los católicos estadounidenses, la cuestión se ha vuelto particularmente controvertida, y el vicepresidente católico, J.D. Vance, defendiendo los planes de inmigración de la administración, ha acusado a los obispos estadounidenses de proteger sus intereses financieros.
Como recientemente declaró a Associated Press el cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, «todo lo que podemos esperar es que la gente, el pueblo de Dios y las personas de buena voluntad, ayuden y protejan a esas personas vulnerables que, de un día para otro, se han vuelto más vulnerables todavía»[5].
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