Pastoral

La educación de los refugiados: un camino hacia la vida

Imagen generada por IA / YIN Renlong – La Civiltà Cattolica

Los refugiados y los desplazados son personas y comunidades que se han visto obligadas a emigrar debido a persecuciones, injusticias, catástrofes naturales y guerras, al igual que los migrantes en situación de vulnerabilidad, cuya pobreza –y, de hecho, desesperación– los obliga a buscar un lugar donde ellos, y sobre todo sus hijos, puedan vivir plenamente. En todas estas circunstancias, a pesar de las situaciones críticas y los obstáculos, la educación puede marcar la diferencia: puede preparar a las personas para trabajar por un futuro mejor para sí mismas, sus familias, su gente, para las sociedades en las que finalmente se establecerán, e incluso para aquellas de las que provienen[1].

Pertenezco a una familia de migrantes-refugiados: tenía dos años y medio cuando huimos de Checoslovaquia y llegamos a Canadá. Sé por experiencia que, cuando se pierde una patria, nunca se tendrá otra. Aunque se encuentre algo que se asemeje a un hogar, siempre permanecerá ese residuo de realidad que se niega a situarse en el presente, ese residuo que es para siempre la pérdida de la cultura, de la lengua, de las redes de relaciones, de los modos de interactuar con la naturaleza. Es, en definitiva, la pérdida del mundo en el que cada uno de nosotros comprende por primera vez que es una criatura de Dios. Entre el rechazo a la asimilación y el deseo de una integración significativa, es la educación la que nos ofrece la posibilidad de recuperar un poco de lo que se perdió con el abandono forzado de nuestras comunidades de origen y de ganar lo que es nuevo.

En este largo proceso de curación de las heridas causadas por la violencia directa y estructural, que caracterizan la migración forzada, y de aprendizaje de cómo forjar una esperanza vital en medio de una serie siempre creciente de motivos de desesperación, la educación es determinante. Es al mismo tiempo un objetivo y un medio, una meta y un camino hacia la vida, porque, más allá de su poder de transformación social más inmediato, responde también a una cualidad fundamental del ser humano, es decir, al deseo de aprender, de conocer, de trascenderse a sí mismo en la contemplación de las grandes preguntas sobre la vida y el mundo que necesitan respuestas.

Cuando pensamos en la educación con y para las comunidades de migrantes y refugiados, debemos recordar siempre que, esencialmente, ella toca el misterio de la persona humana en su centro, en ese terreno sagrado que supera cualquier uso práctico o utilitarista de la educación, por muy importante y necesario que este pueda ser para la supervivencia, la estabilidad y el progreso en la sociedad. Si fundamos nuestra concepción de la educación en este horizonte más amplio de la naturaleza humana orientada hacia preguntas infinitas y respuestas infinitas, hacia una infinita capacidad de aprender y de conocer, y hacia la verdad de que cada uno de nosotros es una pregunta viviente para sí mismo, podremos garantizar mejor que la educación entre las comunidades de migrantes y refugiados no se convierta en algo estrictamente instrumental, que no se reduzca a un “aprendo para ganar”, sino que esté siempre orientada hacia la plenitud del misterio del ser humano.

La encíclica Laudato si’ (LS)[2] afirma que hoy vivimos en un mundo en el que el paradigma tecnocrático se ha globalizado, en el que el mundo y la vida se reducen simplemente a un problema que debe resolverse con la tecnología o la ciencia, y en el que un sujeto, «progresivamente, en el proceso lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera» (LS 106). El papa Francisco nos recuerda que estamos ante «un gran desafío cultural, espiritual y educativo» (LS 202). No debemos permitir que los puentes educativos que construimos no hagan más que favorecer ese mismo paradigma tecnocrático que, en definitiva, transforma a la persona humana en un problema que hay que resolver y ya no en un misterio por descubrir. La manera en que concebimos la educación con y para las comunidades de migrantes y refugiados no es una excepción.

Este horizonte más amplio de la educación como fin y medio del misterio del ser humano, fundado en las disciplinas humanísticas, no debe convertirse en privilegio de unos pocos. En todo el mundo se observa una pérdida creciente de tales disciplinas como parte esencial de la educación. Cada vez con más frecuencia, lo que antes se llamaban “artes liberales”, esos modos de pensar que orientan a la persona hacia la libertad de pensamiento y acción, están desapareciendo en favor de formas de conocimiento técnicas y utilitarias. Al responder a las necesidades educativas de las comunidades de migrantes y refugiados, puede haber la tentación de desarrollar únicamente programas que respondan a preocupaciones inmediatas. En cambio, debemos mantener abiertas las posibilidades a largo plazo, es decir, un horizonte educativo más amplio que permita a los estudiantes encontrarse con la gran literatura mundial, los modos de pensar filosóficos, las tradiciones religiosas, la música, el arte o el teatro, las culturas medievales, el conocimiento y la sabiduría antiguos, y una variedad de visiones del mundo que puedan, en definitiva, enriquecer a la persona en su totalidad y a la comunidad a la que pertenece. Las comunidades desplazadas por la fuerza, los pobres y todos aquellos que habitualmente no están en el centro de atención de nuestras instituciones educativas merecen, en efecto, la mejor formación: una formación que eduque el intelecto, el corazón y el espíritu, que atraiga a la persona humana hacia el misterio de los otros y del totalmente Otro.

Para los padres refugiados, la educación es a menudo la máxima aspiración que tienen para sus hijos, y por lo general los niños son motivados y alentados a obtener excelentes resultados. Por lo tanto, cuando imaginamos trayectorias educativas para estudiantes migrantes o refugiados, debemos procurar incluir a los padres y a las comunidades en el mismo diseño del acceso a la educación. La investigación muestra que la crisis de aislamiento que se vive en el Norte global, pero que se está extendiendo a un número cada vez mayor de sociedades, inhibe el progreso de los estudiantes dentro de un programa educativo, llevando al abandono escolar. En cambio, «los niños y adolescentes que tienen relaciones positivas con sus compañeros, padres y profesores obtienen mejores resultados académicos»[3]. En el centro del aprendizaje hay una comunidad que brinda una cierta comprensión, capaz de romper los modelos de aislamiento impuestos por las fuerzas excluyentes de la sociedad.

El aprendizaje requiere confianza. Los estudiantes necesitan suficiente cercanía para sumergirse en el presente, sin la ansiedad agobiante de un futuro incierto ni las heridas no sanadas del pasado. Uno de los desafíos de la educación para migrantes y refugiados radica en que se lleva a cabo dentro de relaciones sociales heridas. Los programas educativos deben diseñar procesos que se centren en las infraestructuras sociales, construyendo y fortaleciendo los lazos comunitarios, tanto dentro de una institución educativa determinada como fuera de ella. Nuestras instituciones deben convertirse en centros de diversidad cultural, lingüística y religiosa, en los que los objetivos de la propia institución ayuden a los estudiantes y a sus familias a comenzar a descubrirse a sí mismos, sus esperanzas y aspiraciones. El objetivo de la educación es siempre comunitario, porque es en la comunidad donde encontramos el camino hacia nuestra vocación personal en la vida. «La vocación no es una profesión. Ciertamente no es un “trabajo” y mucho menos un “empleo»; más bien, es aquello que “se mueve dentro de nosotros, nos llama para que lo escuchemos, para que lo sigamos. Nos invita a casa”»[4]. La educación es el camino hacia la vida, para descubrir la vocación, para construir un hogar, incluso en medio de las consecuencias del desplazamiento forzado.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

Los cuatro verbos que el papa Francisco suele usar cuando habla de migrantes y refugiados –«acoger», «proteger», «promover», «integrar»– son válidos también para las instituciones educativas[5]. Cada institución debe conjugar estos verbos en función de su realidad local y preguntarse si están presentes o ausentes, y de qué manera. Podría plantearse preguntas como estas: «¿Mi institución acoge a migrantes y refugiados? ¿Es evidente que son bienvenidos? ¿Mi institución facilita su admisión o la hace extremadamente difícil? Una vez admitidos, ¿qué estructuras de protección garantizan su dignidad y seguridad, independientemente de su estatus legal? ¿Reconocemos las diferencias y las afirmamos como un bien y un don? ¿Promovemos su pleno potencial dentro de las diversas dimensiones culturales y religiosas que forman parte de su humanidad?».

La educación católica debe ofrecer una formación de calidad accesible a los refugiados, a los migrantes forzados, a las personas y comunidades desplazadas. Esto ayudará a la Iglesia a cumplir su tarea de promover el desarrollo humano integral de todo el pueblo de Dios, asegurando que nadie quede excluido[6]. Con las palabras de Jesús, se trata de ofrecerles «vida y vida en abundancia» (Jn 10,10) o, usando la expresión de los jesuitas, se trata de ayudarlos a «convertirse en hombres y mujeres para los demás», personas comprometidas con los otros.

Una educación centrada en el don de sí para los demás se aplica a todos los estudiantes, incluidos los migrantes y refugiados. Recientemente, en un contexto universitario católico, el papa Francisco preguntó: «¿Para quién estudiar? […] ¿Para uno mismo? ¿Para rendir cuentas a otros? Estudiamos para ser capaces de educar y servir a los demás, ante todo con el servicio de la competencia y la autoridad. Antes de preguntarnos si estudiar sirve para algo, preocupémonos de servir a alguien. Una buena pregunta que un estudiante universitario puede hacerse: ¿a quién sirvo yo, a mí mismo? ¿O tengo el corazón abierto a otro servicio? Entonces, el título universitario certifica una capacidad para el bien común. Estudio para mí, para trabajar, para ser útil, para el bien común. ¡Y esto debe estar muy equilibrado, muy equilibrado!»[7].

Las observaciones del papa Francisco nos invitan a reflexionar más profundamente sobre una educación concebida a largo plazo y centrada en los demás, más allá de su obvia utilidad inmediata. Esta puede alentar la búsqueda de la verdad y de significados personales y trascendentes en la vida de cada estudiante. Además de mejorar la vida del individuo, la educación también tiene un impacto en familias y comunidades enteras, como partes de la infraestructura social educativa.

Me viene a la mente la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, donde pasé un tiempo después de que algunos de mis hermanos jesuitas fueran asesinados en 1989. Allí, los responsables utilizaban la expresión proyección social para describir la manera en que una universidad, con sus conocimientos y competencias, debe proyectarse para influir en la realidad nacional, en el verdadero estado de una sociedad con sus injusticias, estructuras de exclusión, violencia, corrupción y todo aquello que no favorece la libertad, la solidaridad y el respeto de los derechos humanos. Ellos imaginaban y trabajaban por una comunidad universitaria cuyo centro estaba fuera de ella misma[8].

Las palabras del papa Francisco también invitan a los estudiantes a discernir y comprender su educación como preparación para servir a una humanidad herida, tocando las heridas de la historia[9]. Es a través de una educación centrada en el otro que los estudiantes pueden contrarrestar el paradigma tecnocrático predominante, que busca dominar, en lugar de liberar, a otras personas, a las estructuras sociales y al mundo creado.

El Papa subraya, en la tarea de la universidad, el vínculo entre verdad y libertad: «El estudio tiene sentido cuando busca la verdad, no lo olviden. Y buscándola se comprende que estamos hechos para encontrarla. La verdad se hace encontrar; es acogedora, disponible, generosa. Si renunciamos a buscar juntos la verdad, el estudio se convierte en un instrumento de poder, de control sobre los demás. Y les confieso que me entristece cuando encuentro, en cualquier parte del mundo, universidades que sólo buscan preparar a los estudiantes para lucrar o para tener poder. Es demasiado individualista, sin comunidad. El alma mater es la comunidad universitaria, la universidad, es la que nos ayuda a construir la sociedad, a crear fraternidad. No sirve el estudio sin esa unión, no sirve, sino que domina. En cambio, la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32)»[10].

La verdad, en su sentido más amplio, es una cualidad del ser en justa relación con la realidad: la propia, la de los demás y la del mundo. Ahora bien, en lo que respecta a los estudiantes desplazados por la fuerza, la búsqueda de la verdad es una gran responsabilidad y, en última instancia, un camino de liberación que impacta a toda la comunidad educativa. Una comunidad de estudiantes se enriquece inequívocamente con la presencia de migrantes y refugiados que entrelazan la verdad de su realidad, de su mundo, con el tejido más amplio de la comunidad universitaria. Unos y otros se enriquecen con el encuentro educativo y con la búsqueda comunitaria de una verdad compartida.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

Sin embargo, cuando se trata de acceder a oportunidades educativas, los migrantes y refugiados deben enfrentar numerosos obstáculos. Los países que ya tienen dificultades para ofrecer educación a sus poblaciones residentes podrían no contar con los recursos ni la capacidad para brindar el apoyo necesario a migrantes y refugiados. Además, a estos a menudo se les niegan la libertad de movimiento y el acceso a la educación y formación a precios accesibles, y quienes ya poseen un buen nivel educativo encuentran muchas dificultades para que se reconozcan sus títulos y cualificaciones.

Teniendo en cuenta estos desafíos, todos los esfuerzos para mejorar la educación de refugiados y migrantes deberían comenzar por escuchar a los propios desplazados. El objetivo es proporcionar una guía práctica sólida para la investigación educativa, la política y la acción pastoral. Desde una perspectiva eclesial, es importante unir la reflexión científica y teológica e implicar a las instituciones educativas junto con la Iglesia local en el desarrollo de los programas. Por ejemplo, deberían promoverse cursos de formación para agentes pastorales que luego puedan involucrarse en iniciativas orientadas a acompañar a refugiados y migrantes.

Hoy vemos que la brecha educativa entre los refugiados y sus coetáneos de la comunidad de acogida puede ser amplia, especialmente en lo que respecta a los niveles educativos más altos. En 2023, solo el 7% de los refugiados en todo el mundo tenía acceso a la educación y formación postsecundaria[11]. Estas oportunidades de aprendizaje y formación son esenciales para su éxito. Las oportunidades de trabajar, ganarse la vida y ser autosuficientes son, para los refugiados, la forma más eficaz de reconstruir sus vidas[12]. La educación, en todos sus niveles, puede ofrecer a los niños, adolescentes y jóvenes refugiados oportunidades de participación en la comunidad local, e incluso una cierta integración inicial.

Como afirma el informe del Jesuit Refugee Service de 2022, la educación postsecundaria ayuda a lograr una subsistencia que no dependa de la ayuda humanitaria. Permite a los migrantes y refugiados desplazados por la fuerza obtener autonomía económica y un mejor nivel de vida, independientemente de dónde se encuentren o del tiempo que permanezcan desplazados, y favorece una mejor inclusión socioeconómica en sus comunidades de acogida. Esto es un factor importante, dado que el 76% de los refugiados ha estado en el exilio durante al menos cinco años consecutivos[13].

Una contribución concreta y fundamental que las universidades católicas pueden ofrecer para empoderar a los refugiados y migrantes y para afrontar los desafíos antes mencionados es el reconocimiento mutuo de los títulos académicos. Las cualificaciones académicas y profesionales de los refugiados y migrantes a menudo necesitan ser actualizadas y mejoradas, y los programas y cursos de las universidades católicas deberían ser capaces de ofrecer ese apoyo.

Con este fin, como señala el Papa, «la interdisciplinariedad, la cooperación internacional y el compartir los recursos son elementos importantes para que la universalidad se traduzca en proyectos solidarios y fructuosos en favor del hombre, de todos los hombres y también del contexto en el que crecen y viven». Francisco continúa recordando que una universidad está, por naturaleza, destinada a ser universal y, sin embargo, debe estar arraigada en el contexto local: «Con vuestra apertura universal (precisamente universitas), podéis lograr que la Universidad Católica sea el lugar donde las soluciones para el progreso civil y cultural de las personas y de la humanidad, caracterizado por la solidaridad, se persigan con constancia y profesionalidad, considerando lo que es contingente sin perder de vista lo que tiene un valor más general. Los problemas, viejos y nuevos, deben ser estudiados en su especificidad e inmediatez, pero siempre desde una perspectiva personal y global»[14].

La educación católica debe estar al servicio de todas las personas, independientemente de su procedencia religiosa. Pero esto plantea una pregunta importante: ¿cómo deberían nuestras escuelas asegurar la formación religiosa y espiritual que los migrantes y refugiados católicos merecen? ¿Cómo ofrecerla, donde sea posible, junto con la Iglesia local?

En su primera intención de oración mensual del Año Jubilar 2025, el papa Francisco nos pidió orar «para que los migrantes, los refugiados y las personas afectadas por la guerra vean siempre respetado su derecho a la educación, necesaria para construir un mundo mejor»[15].

Si bien es cierto que las personas y comunidades desplazadas por la fuerza han emigrado por desesperación, por otra parte, el lema del Año Jubilar 2025 invita a todos a ser «peregrinos de esperanza». Los «refugiados y desarraigados» avanzan entre la desesperación y la esperanza. La educación católica debe avanzar con ellos, bajo la guía del Espíritu de Dios. El camino de la educación es un camino hacia la vida.

  1. Este texto proviene de una contribución a la conferencia organizada por el Refugee and Migrant Education Network cuyo título era «Refugee and Migrant Education: Pathways for Hope, Understanding, and Meaningful Integration», Pontificia Università Urbaniana, Roma, 7 de noviembre de 2024.

  2. Francisco, Laudato si’, 24 de mayo de 2015. https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

  3. «Our Epidemic of Loneliness and Isolation: The U.S. Surgeon General’s Advisory on the Healing Effects of Social Connection and Community», 2023, 34.

  4. J. P. Lederach, The Moral Imagination, New York, Oxford Academic, 2005, 167.

  5. Cf. Francisco, Mensaje para la 104ª Jornada mundial del migrante y del refugiado, 14 de enero de 2018 (https://tinyurl.com/zy8dphja).

  6. Cf. Id., Constitución apostólica Praedicate Evangelium, 19 de marzo de 2022.

  7. Id., Encuentro con los estudiantes universitarios, Universidad Católica de Lovaina, 28 de septiembre de 2024 (https://tinyurl.com/27rnx8sv).

  8. Cf. M. Czerny, «L’Università come coscienza critica», en F. Lazzari (ed.), 1989. L’eccidio di San Salvador. Quando l’Università è coscienza critica, Trieste, MGS Press, 2010, 108-110.

  9. Cf. Francisco, Discorso all’Università Gregoriana, 5 de noviembre de 2024 (https://tinyurl.com/3jm2662p).

  10. Id., Encuentro con los estudiantes universitarios, cit.

  11. Cf. The UN Refugee Agency, Refugee Education: Five Years on from the Launch of the 2030 Refugee Education Strategy, 2024.

  12. Cf. JRS USA, A Path Forward: Building a Future for Refugee Students Through Post-Secondary Education, 2022.

  13. Ibid.

  14. Francisco, Discurso a los participantes del Foro “Nuevas fronteras para líderes universitarios”, 4 de noviembre de 2019, https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/november/documents/papa-francesco_20191104_dirigenti-universita.html

  15. Video del Santo Padre para el mes de enero difundido a través de la Red mundial de oración del Papa, 2 de enero de 2025 (www.youtube.com/watch?v=1LHzCLG4wLE).

Cardenal Michael Czerny
Es Subsecretario de la Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Anteriormente, ocupó puestos de responsabilidad en los jesuitas, entre ellos la dirección del Secretariado para la Justicia Social en la Curia General Jesuita y de la African Jesuit AIDS Network.

    Comments are closed.