Vida de la Iglesia

Misión en Japón, entre testimonio y diálogo

Entrevista a Maria Angela De Giorgi, mmx

Maria Angela De Giorgi, mmx (en primer plano, en la parte inferior izquierda) en el Centro de Shinmeizan (foto: shinmeizan.com)

Maria Angela De Giorgi es una misionera javeriana italiana que vive en Japón desde hace 39 años. Aceptó responder a las preguntas de La Civiltà Cattolica, revelándonos una realidad que fascina a Occidente, aunque al mismo tiempo es desconocida y misteriosa para este. Compartiendo sus propias experiencias y reflexiones, De Giorgi nos introduce, con conocimiento y sensibilidad, a la sociedad japonesa, hablándonos de las tensiones que se pueden encontrar entre la modernidad y la tradición, entre el gran desarrollo tecnológico y la sensibilidad hacia la belleza y la naturaleza, en una época de profundos cambios. Se presta especial atención a la situación religiosa en Japón, un país caracterizado por una «religiosidad originaria», en la que lo divino y lo humano son un continuo, como una savia vital, que sin embargo se ha secado debido a la creciente industrialización, tecnologización y urbanización, que fomentan la secularización y el alejamiento de la religión. También destaca cómo la cultura japonesa percibe «lo “religioso” principalmente como un hecho estético, intuitivo y emocional» y no tanto como «una decisión personal que implique adherencia a verdades determinadas o que conlleve un compromiso ético preciso». En este contexto, la Iglesia católica – claramente minoritaria – tiene una presencia educativa y social significativa y lleva a cabo su misión entre el testimonio y el diálogo.

Agradecemos a la doctora De Giorgi por la disponibilidad que mostró de inmediato y compartimos con gusto con los lectores nuestra enriquecedora y estimulante conversación.

Dra. De Giorgi, ante todo, muchas gracias por aceptar contar su historia a «La Civiltà Cattolica». Después de sus estudios universitarios en Milán, usted ingresó en la Congregación de las Misioneras de María-Javerianas y, desde hace muchos años, vive en Japón. ¿Podría contarnos brevemente su trayectoria de vida? ¿De dónde viene y hacia dónde va?

Cuantos más años pasan, más me doy cuenta de que mi trayectoria de vida ha sido un «don» constante de la Providencia, que me ha guiado por caminos imprevistos y singulares. Recibí mi primera formación cristiana en los oratorios, muy activos en ese entonces, de la diócesis de Milán, donde nací y crecí. Cuando era adolescente, me uní a un grupo juvenil dirigido por los Misioneros Combonianos presentes en la zona. La perspectiva de servir en la misión me fascinaba y soñaba con ir a África como laica.

Después de terminar la escuela secundaria, me inscribí en la Universidad Católica de Milán. Mi gran pasión era la arqueología, pero pensando en la misión, opté por la antropología cultural y en 1972 me fui al Congo – entonces Zaire – para hacer investigaciones en terreno para preparar mi tesis. Mientras tanto, había conocido «por casualidad» a las Misioneras de María Javerianas de Parma, una congregación exclusivamente misionera, cuyo estilo de vida parecía responder exactamente a mis expectativas: misión ad gentes, ad extra, ad vitam, religiosas, pero con vestimenta laica.

Completados mis estudios universitarios, ingresé a las Misioneras Javerianas. Tras la primera formación en Parma, esperaba con impaciencia ser enviada en misión, soñando, por supuesto, con África. Para mi sorpresa, se me pidió ir a Japón. Acepté esta decisión de mis superiores con inquietud, pero también con confianza. «El Señor ciertamente tiene sus planes», me dije. Y así ha sido, porque nunca habría imaginado recorrer el camino que poco a poco se ha abierto ante mí.

¿Cuáles han sido las grandes etapas – si es que podemos hablar de etapas – de estos largos años suyos en Japón?

Estoy en Japón desde 1985, ya hace 39 años. Después de dos años de estudio del idioma japonés en Kobe (cerca de Osaka), en 1987 fui enviada a la provincia de Kumamoto, en la isla sureña de Kyūshū, para prestar mi servicio misionero en el naciente Centro de espiritualidad y diálogo interreligioso Shinmeizan[1], fundado por mi hermano javeriano, el p. Franco Sottocornola. Desde el principio, Shinmeizan quiso ser una respuesta a los llamados de los obispos asiáticos. Ellos – especialmente en la Segunda Asamblea General de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia (FABC), que tuvo lugar en 1978 – habían auspiciado la creación de centros de espiritualidad adecuados al contexto asiático y en diálogo con las religiones locales.

El desafío era grande, pero sentía que el Señor me guiaba. Tenía muchísimo que aprender. Inmediatamente me sumergí en el estudio de la religiosidad japonesa, tanto sintoísta como budista, participando en la vida de la pequeña comunidad intercongregacional de Shinmeizan. Situado en una colina con una hermosa vista del mar Ariake y rodeado de bosques, el Centro quiso, desde el principio, ser un lugar que hablara a la sensibilidad japonesa, reconociendo en la naturaleza y su belleza la presencia de lo divino. Desde su creación, la misión ha sido promover el diálogo interreligioso en sus diversas dimensiones: diálogo de la vida, diálogo de las obras, diálogo de los expertos y diálogo de la experiencia religiosa, tal como lo sugería el documento Diálogo y misión, publicado en 1984 por el entonces Secretariado para los no cristianos[2].

En 1994, en preparación para las celebraciones del centenario del nacimiento de nuestra cofundadora, la venerable Celestina Bòttego, fui llamada de vuelta a Italia para un servicio temporal. Dejar la misión en ese momento me costó mucho, pero una vez más me encomendé a la Providencia, que – como pronto me di cuenta – tenía nuevas sorpresas reservadas para mí. Ese período en Italia, de hecho, también fue la oportunidad, inesperada, de retomar los estudios teológicos en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde en 1999 terminé mi doctorado en teología bajo la dirección del p. Karl Josef Becker, quien luego fue nombrado cardenal, con una disertación sobre el concepto de «gracia» y de «fe» en el budismo japonés de la Tierra Pura[3] y en san Pablo.

A mi regreso a Japón, en agosto de 1999, retomé con mayor determinación el camino del diálogo interreligioso. Para enfrentar los nuevos desafíos que iban surgiendo, en Shinmeizan organizamos cuatro congresos internacionales sobre la teología del diálogo y sus implicaciones. A estos congresos – que se realizaron en Japón (2003), Indonesia (2004), India (2005) y Filipinas (2007) – asistieron teólogos de diferentes e incluso opuestas corrientes teológicas, provenientes de Japón, Filipinas, Indonesia, Hong Kong, India, Taiwán, Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia. Fue una experiencia muy enriquecedora y estimulante.

Mientras tanto, sus responsabilidades se habían extendido con diversos nombramientos, siempre en el ámbito del diálogo interreligioso…

Sí, desde 2004 hasta 2017 fui primero miembro y luego consultora de la Subcomisión para el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Japonesa. Más recientemente, en 2020, fui nombrada consultora del Dicasterio Vaticano para el Diálogo Interreligioso. En este cargo, también participo en la Networking for Women («Red de mujeres»), iniciada por el mismo Dicasterio como fruto del Congreso que se celebró en Roma en enero de 2023 sobre el tema «Mujeres que construyen una cultura de encuentro interreligioso». Actualmente, en las reuniones mensuales en línea de la red participan representantes del hinduismo, taoísmo, confucianismo, budismo, zoroastrismo, sijismo, sintoísmo (omoto), judaísmo, cristianismo e islam. Además, en 2023, mons. Josep M. Abella, obispo de Fukuoka, me encargó del diálogo interreligioso para la diócesis bajo su responsabilidad, un servicio que estoy aprendiendo a desempeñar.

Pensando en su ya larga misión en Japón, ¿se siente ahora más italiana o japonesa? ¿En qué aspectos?

Estos largos años en Japón, el País del Sol Naciente, que considero mi segunda patria, ciertamente han dejado una huella profunda en mí. Cuando vuelvo a Italia, a menudo me dicen: «¡Se nota que vives en Japón desde hace mucho tiempo! ¡Ya eres medio japonesa!». De manera similar, en Japón a veces me dicen: «¡Eres realmente italiana!». No sabría decir exactamente en qué medida estas dos identidades se han fusionado en mí, pero sé que he recibido muchísimo del pueblo japonés. La convivencia en comunidad con personas japonesas ha moldeado en mí una nueva forma de pensar, de afrontar situaciones y, sobre todo, de vivir las relaciones humanas.

Para aquellos que no conocen la sociedad japonesa, ¿cómo la describiría? ¿Cuáles son sus principales características? ¿Y qué tensiones se pueden notar entre modernidad y tradición, entre el gran desarrollo tecnológico y la sensibilidad hacia la belleza y la naturaleza?

No cabe duda de que la sociedad japonesa actual está atravesando un momento de profundo cambio. No es fácil resumir en pocas palabras el agitado proceso social y cultural en curso. El «presente» de cada pueblo, de hecho, al igual que el de cada persona, está profundamente arraigado en su «pasado». Para comprender verdaderamente al pueblo japonés de hoy, es necesario conocer la historia y los acontecimientos que han forjado su cultura, y en particular su psicología social ancestral, modelada por la llamada Constitución de los 17 artículos (año 604). Esta Constitución, atribuida al príncipe Shotoku (574-622 d.C.), establece como ley fundamental de convivencia el concepto de Wa, es decir, la armonía social en sus diversas dimensiones.

Otro elemento clave de la psicología social del pueblo japonés es su religiosidad originaria, cuya fuente principal es el Shinto, la «Vía de los dioses». En la cultura japonesa, el mundo divino y el mundo humano forman un continuum: las deidades no solo simbolizan la naturaleza, sino que, de alguna manera, la habitan. Esta percepción de la «presencia» divina alimenta en los japoneses el sentimiento estético-religioso hacia la naturaleza, de la cual se sienten parte viva y cuya belleza saben apreciar de manera especial. El florecimiento de los cerezos en primavera se anuncia como una noticia nacional en la radio y la televisión, al igual que, en otoño, el cambio de color de los momiji, los típicos arces japoneses.

Lamentablemente, la ola de industrialización, tecnologización y, más recientemente, urbanización, amenaza con secar esta savia vital de la sensibilidad japonesa, que, sin embargo, sigue viva en las zonas rurales. En cuanto a la urbanización, cabe señalar que la mitad de los 126 millones de habitantes de Japón vive en las dos grandes megalópolis de Tokio y Osaka.

Otra característica sociocultural singular del pueblo japonés es la «reticencia», entendida como el «arte» de la comunicación: hablar callando, escuchar intuyendo, comprenderse más allá de las palabras. Es un «arte» íntimamente ligado a la experiencia del «silencio», que tiene una expresión particularmente elevada en la tradición zen, y del cual el arte de la caligrafía (shodō) y el arte de la disposición de las flores cortadas (ikebana) representan, por así decirlo, su versión visual, donde el espacio, los intervalos y el vacío desempeñan un papel expresivo fundamental en la comprensión de la imagen.

Japón ha experimentado la terrible realidad de la bomba atómica. ¿Cómo se vive hoy la memoria de los eventos del 6 y 9 de agosto de 1945? ¿Existen heridas que aún tienen impacto?

Sí, la memoria del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki sigue trágicamente viva en todos los japoneses. A medida que los últimos sobrevivientes del evento van desapareciendo, crece la necesidad de «custodiar» cada vez más celosamente esta memoria para transmitirla a las nuevas generaciones como un recordatorio: «¡Nunca más!».

Cada año, el 6 de agosto en Hiroshima y el 9 de agosto en Nagasaki, se realizan celebraciones oficiales en las que participan no solo representantes políticos y religiosos de diversas tradiciones, sino también estudiantes y ciudadanos comunes. He tenido varias veces la oportunidad de participar en estas celebraciones, y lo que siempre me ha impactado profundamente es la gran dignidad con la que el pueblo japonés revive y mantiene viva la memoria de este terrible evento. La herida es profunda, pero precisamente por ello no pide venganza, sino un compromiso firme para que una tragedia similar nunca se repita.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

Recuerdo con particular emoción las palabras que el papa Francisco pronunció en Hiroshima, en el epicentro, durante su visita a Japón en noviembre de 2019: «Hago memoria aquí de todas las víctimas, me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital. He sentido el deber de venir a este lugar como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz. He venido a este lugar lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos»[4]. Estuve presente en ese evento y puedo testificar la conmoción palpable de todos los asistentes y el eco profundo que las palabras del Papa tuvieron luego en todo el país.

Volvamos ahora la mirada a las relaciones entre Japón y Occidente. Diría que parece existir un encanto mutuo. Se nota, por ejemplo, en los rostros de los turistas japoneses en Roma y en el creciente número de turistas occidentales en Japón. ¿Cómo se explica este interés recíproco?

Sí, creo que se puede hablar de una «fascinación mutua» entre Japón y Occidente, que ha pasado por diferentes fases a lo largo de los siglos. El Japón moderno ha estado ciertamente atraído por el desarrollo económico y, posteriormente, por las técnicas de producción y comunicación de Occidente, un desarrollo del cual se ha convertido, a su vez, en protagonista. Por otro lado, Japón ha ejercido y sigue ejerciendo un encanto sobre Occidente a través de sus símbolos legendarios y casi míticos, como el monte Fuji, los samuráis, el arte de los arreglos florales (ikebana) y la ceremonia del té (sado) – que son verdaderas cumbres de la estética japonesa –, y sobre todo, a través de su peculiar y refinada psicología del sentimiento, maravillosamente descrita por sus escritores. Esta dimensión parece tocar de manera especial las fibras más sensibles de una civilización globalizada como la occidental actual, despertando en el inconsciente colectivo la nostalgia por los valores y símbolos estéticos y culturales de su pasado.

El turismo es hoy en día la oportunidad que más fomenta este encuentro, pero muchos japoneses también viajan a Europa, especialmente a Italia, por estudios e investigaciones, por ejemplo, en el campo de la música y el arte. No es fácil medir el interés mutuo ni hacer un balance de los intercambios turísticos y culturales, aunque ciertamente existen. Existen iniciativas valiosas como la Asociación Italia-Japón, cuyo objetivo es promover un conocimiento más profundo entre ambas culturas. Es deseable, sin embargo, que florezcan otras oportunidades de encuentro.

Occidente aún tiene mucho que descubrir y aprender de Japón, y viceversa. La próxima Expo Universal, que se celebrará en Osaka en 2025, podría ser una buena oportunidad.

El cristianismo fue introducido en Japón en el siglo XVI con la llegada de san Francisco Javier y posteriores oleadas de misioneros. A finales del siglo XVI y principios del XVII, los cristianos sufrieron violentas persecuciones y luego llegó la prohibición del cristianismo. Japón se reabrió a Occidente y a los misioneros solo en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Cuáles son las principales etapas de esta historia turbulenta? ¿Todavía hay memorias vivas del llamado «siglo cristiano»?

El capítulo de la historia del cristianismo en Japón es muy complejo y puede dividirse en tres etapas principales. La primera, el llamado «siglo cristiano», se sitúa en el contexto de los primeros contactos de Japón con Occidente, inaugurados con la llegada de san Francisco Javier el 15 de agosto de 1549. El celo de los primeros misioneros de la Compañía de Jesús y la sabiduría de su método de adaptación, propuesto de manera autorizada por el visitador P. Alessandro Valignano, encontraron una respuesta sorprendentemente generosa en el pueblo japonés, incluyendo algunos daimyō, los gobernadores locales. La figura excepcional de Justo Takayama Ukon (1552-1615), un daimyō cristiano y mártir beatificado en 2017, es un ejemplo brillante de esta época[5]. Desafortunadamente, este «período de oro» de la primera evangelización fue comprometido tanto por dificultades locales como por los intereses comerciales, políticos y militares de los países occidentales de los que procedían los misioneros.

La persecución, que comenzó bajo Hideyoshi (en el poder entre 1585 y 1598) y fue luego sistemáticamente llevada a cabo por Tokugawa Ieyasu (1598-1616), encontró a una comunidad cristiana madura y heroica, que no solo supo dar testimonio de la fe a través de cientos y miles de mártires, sino que también logró sobrevivir en secreto durante 250 años, hasta el fin de las persecuciones en 1873. El redescubrimiento en Nagasaki, en 1865, de los llamados «cristianos ocultos» constituye uno de los episodios más extraordinarios de la historia no solo de la Iglesia japonesa, sino también de la Iglesia universal[6].

La «segunda evangelización» comenzó precisamente con el «redescubrimiento» de los «cristianos ocultos» de Nagasaki y su encuentro con los misioneros de las Misiones Extranjeras de París, que llegaron a Japón tras la reapertura del país a Occidente. Esta reanudación fue lenta y difícil, pero meticulosa y constante, aunque necesariamente limitada y condicionada por un entorno que llevaba consigo las secuelas de dos siglos y medio de persecución, durante los cuales el cristianismo había sido sistemáticamente marginado.

La llamada «tercera evangelización» comenzó después de la Segunda Guerra Mundial. La nueva Constitución, promulgada en 1946, garantizó la plena libertad religiosa. Como resultado, la presencia cristiana, tanto católica como protestante, se volvió más visible y extendida, especialmente a través de una amplia red de instituciones educativas y de asistencia social.

En el contexto del actual intercambio económico y cultural con Occidente, también la actitud hacia el cristianismo, aunque todavía sea percibido en gran medida como una religión extranjera, se ha vuelto más positiva y acogedora. Sin embargo, la memoria colectiva oficial del «siglo cristiano», expresada en los textos escolares y en la investigación histórica, sigue siendo algo reservada. En el ámbito cristiano, sin embargo, dicha investigación ha sido y sigue siendo sistemática y significativa, manteniendo viva y fuerte la memoria de ese período.

¿Qué papel juega hoy la religión en Japón? ¿Y el cristianismo en particular? ¿Cómo se ve a la Iglesia Católica? Se suele decir que el impacto de la Iglesia en Japón – gracias a las instituciones, sobre todo educativas – es mayor que el que se puede deducir de lo que indican las estadísticas. ¿Es así?

El panorama religioso en Japón no solo es complejo y heterogéneo, sino que presenta singulares anomalías. Si, por ejemplo, se pregunta a las personas comunes, sobre todo a los jóvenes, a qué religión pertenecen, la mayoría responderá que no lo sabe o que no tiene ninguna. Por otro lado, las estadísticas del Ministerio de Cultura muestran que el número de pertenecientes a las diversas tradiciones religiosas supera en muchos millones la población real. De manera similar, la mayoría de las familias japonesas declara tener en casa tanto el kamidana, el pequeño altar sintoísta, como el butsudan, el altar budista. Tampoco debe subestimarse el relevante fenómeno social de los millones de personas (más del 70% de la población) que inician el nuevo año con una peregrinación al templo. Todo esto ocurre en una sociedad fuertemente secularizada y caracterizada, por una parte, por el fenómeno del shūkyōbanare – «alejamiento de la religión» – y, por la otra, por la proliferación de las llamadas «nuevas religiones» y «nuevas-nuevas religiones».

Por esta razón, los conceptos de «religión» y de «religiosidad» deben entenderse a partir de concepciones y experiencias propias de la cultura japonesa, que, como ya he mencionado, percibe lo «religioso» no tanto como una decisión personal que implique la adhesión a verdades determinadas o un compromiso ético preciso, sino más bien como un hecho estético, intuitivo y emotivo.

En este desplazamiento sociocultural, el cristianismo está presente como «levadura en la masa», como una propuesta de salvación que, de manera oculta, silenciosa, pero viva y activa, opera a través del testimonio de vida de muchos cristianos y de una vasta red de iniciativas, sobre todo educativas. No es casual que la mayoría de los adultos que solicitan el bautismo declaren haber tomado esta decisión a partir de experiencias en instituciones educativas católicas: escuelas infantiles, escuelas de educación primaria y secundaria, y universidades.

Otro elemento nuevo y relevante para la vida de la Iglesia católica en Japón hoy es el considerable número de inmigrantes, entre los cuales hay muchos católicos provenientes de Filipinas, Vietnam y América Latina. Esta es una presencia que plantea nuevos desafíos pastorales, pero que también abre nuevas perspectivas para la evangelización.

No deben olvidarse tampoco las visitas del Papa Juan Pablo II en 1981 y la del Papa Francisco en 2019, que dejaron una profunda huella en la sociedad japonesa.

Frente a una realidad tan diversificada y compleja, ¿qué significa hoy ser misionero en Japón? ¿Cuál es el «estilo» propio – si es que existe – de la misión en este país?

Mi experiencia personal me ha enseñado que ser misionera en Japón significa, ante todo, ser testigos y, como tales, saber suscitar preguntas. Recuerdo un episodio que para mí ha quedado como emblemático. Todavía estaba en mi segundo año de estudio de la lengua japonesa, en Kobe. Para practicar el idioma, participaba en las actividades de la parroquia cercana. Un día, durante un encuentro de catequesis, un señor mayor, originario de Hiroshima, con gran sencillez y emoción, nos dijo que se había hecho cristiano por «haber visto al padre Arrupe», añadiendo: «Al verlo, me dije a mí mismo: no sé en qué cree ese hombre, pero quiero creer en lo que él cree». Es bien sabido cómo el p. Pedro Arrupe, presente en Hiroshima durante el bombardeo atómico, se prodigó heroicamente para ayudar a la población[7].

Esas palabras se grabaron profundamente en mí. Me hicieron más consciente de la fuerza y la elocuencia del testimonio. También posteriormente, en algunos casos de personas a las que he podido acompañar hasta el bautismo, he comprendido hasta qué punto el testimonio de vida es una «vía» privilegiada de anuncio, especialmente en una sociedad como la japonesa. Incluso en nuestro Centro de espiritualidad y diálogo interreligioso Shinmeizan, donde vienen personas de diversas tradiciones religiosas, algunos han tomado la decisión de hacerse cristianos precisamente porque se sintieron motivados a buscar nuevas respuestas a los eternos interrogantes de la existencia.

En la vida de la Iglesia en Japón y en su experiencia personal, el diálogo interreligioso es ciertamente importante. ¿Cómo se desarrolla ese diálogo en Japón? ¿Quiere contarnos algunas experiencias personales?

Desde el Concilio Vaticano II, el diálogo interreligioso en Japón, especialmente con el budismo, ha tenido una animada historia tanto en el plano académico como en el de la colaboración y la experiencia religiosa.

En el ámbito académico, varias instituciones han desempeñado un papel importante en la investigación interreligiosa a través de reuniones de estudio, seminarios, cursos, conferencias y publicaciones académicas. Podría mencionar el Oriens Institute for Religious Research de Tokio, fundado en 1959 por el P. Joseph Spae, de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María (también conocidos como Misioneros Scheut); el Institute of Oriental Religions de la Universidad de Sophia, de los jesuitas de Tokio, fundado en 1969 como resultado de la investigación iniciada por el P. Hugo M. Enomiya-Lassalle y el P. Heinrich Dumoulin sobre el budismo zen; y el Nanzan Institute for Religion and Culture de la Nanzan University de Nagoya, fundado en 1976.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

También existen diversas iniciativas en relación con el llamado «diálogo de las obras». Por ejemplo, la Iglesia católica colabora activamente con la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz (WCRP) – actual Religiones por la Paz (RFP) –, iniciada en 1970 por Nikkyo Niwano, fundador de la Rissho Kōsei Kai, y comprometida activamente en la promoción de la paz mundial.

Desde 1987, representantes de la Iglesia católica participan regularmente en la Cumbre Interreligiosa que se celebra anualmente en el monte Hiei (Kioto), sede del budismo Tendai. Esta cumbre, a la que asisten representantes de las religiones del mundo entero, se celebra en continuidad explícita y declarada con el encuentro interreligioso de oración por la paz convocado por San Juan Pablo II en Asís en 1986.

Por lo que se refiere al «diálogo de los intercambios espirituales», sólo quiero mencionar la iniciativa East-West Spiritual Exchange, una experiencia de hospitalidad mutua y de convivencia entre monjes cristianos y budistas zen, iniciada en 1979 por el jesuita P. Kakichi Kadowaki y el monje budista Omori Sogen, y que celebró su decimosexta edición, en Japón, del 21 de septiembre al 4 de octubre de 2023[8].

En el ámbito católico, es especialmente importante la actividad de la Subcomisión para el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Japonesa. Entre sus actividades destacan la publicación de una Antología de textos magisteriales sobre el diálogo interreligioso (2006) y un Directorio para la práctica del diálogo en la vida cotidiana de los fieles (2009), también traducido al inglés para las numerosas comunidades filipinas en Japón, y al portugués para las comunidades de Brasil (2010). Mención especial merecen también las charlas interreligiosas sobre temas de actualidad, promovidas por la Subcomisión de 2011 a 2018. Otra iniciativa importante es la amplia difusión del Mensaje que el Dicasterio para el Diálogo Interreligioso del Vaticano envía cada año a los sintoístas con ocasión del Año Nuevo, y a los budistas con ocasión de la fiesta Hana Matsuri.

En el contexto más amplio de las iniciativas locales en favor del diálogo interreligioso, las actividades del centro Shinmeizan se caracterizan por las visitas a los templos budistas y sintoístas de la zona, la acogida de invitados de diferentes orígenes religiosos y las jornadas de espiritualidad y estudio. Entre estas iniciativas, el encuentro bienal interreligioso de oración por la paz, organizado desde 1993, es un momento especialmente significativo y esperado por todos. Mi participación anual, en representación de Shinmeizan, en los encuentros internacionales organizados por la Comunidad de Sant’Egidio en Roma, y en la Cumbre de las Religiones en Kioto, también ha creado numerosos contactos y amistades interreligiosas, que están teniendo un impacto recíproco.

Además, he tenido encuentros especiales. No puedo olvidar, por ejemplo, a una madre angustiada por la muerte de su hijo muy pequeño que pereció en un accidente, que acudió a Shinmeizan en busca de una respuesta a su drama: «¿Dónde está mi hijo?». Influida por la mentalidad de la reencarnación, no podía resignarse a imaginar a su hijo «renacido» bajo otra forma. En su dolor devastador, encontró una luz de esperanza en el anuncio de la resurrección de Jesús y de nuestra futura resurrección revelada por él: un anuncio que, a través de un recorrido progresivo, la llevó a pedir y recibir el bautismo.

En la primera evangelización, en el siglo XVI, se produjo un importante intercambio cultural: los misioneros adoptaron muchas tradiciones y elementos de la cultura local, y la sociedad japonesa también incorporó elementos traídos por los europeos. El arte «Nanban», con sus características representaciones de europeos y sus barcos, es un magnífico ejemplo de este intercambio. ¿Ocurrió algo similar en la segunda y tercera evangelización? ¿Existe, en nuestros días, una expresión japonesa de la fe cristiana, ya sea a nivel artístico, arquitectónico, musical o literario?

Sí. También en el periodo de la segunda y tercera evangelización, no faltaron, ni faltan, elementos de interacción cultural mutua. En el plano arquitectónico, por ejemplo, es notable la influencia que el estilo neogótico tuvo en la arquitectura cristiana japonesa, y que en algunos aspectos sigue teniendo. Cuando, en 1863, los padres Furet y Petitjean, de las Misiones Extranjeras de París, llegaron a Nagasaki con la intención de construir una iglesia en honor de los 26 primeros mártires japoneses, edificaron la iglesia de Oura, cuyo estilo neogótico ha marcado, por así decirlo, la pauta. Por su valor histórico y cultural, esta iglesia fue designada «Tesoro Nacional» de Japón en 1933, y en 2018, junto con otros «Lugares cristianos ocultos de la zona de Nagasaki», fue inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Otros ejemplos significativos de este estilo neogótico, que sigue siendo apreciado y estudiado por su capacidad de representar una era de diálogo e integración entre Oriente y Occidente, son la catedral de Urakami de Nagasaki, reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, y la catedral de Santa María de Tokio. Aunque de estilo moderno, la catedral de Tokio, diseñada por Kenzō Tange y terminada en 1964, tiene innegables influencias neogóticas en su elegante estructura y el uso de la luz.

En cuanto a una particular expresión japonesa de la fe cristiana, durante la «segunda evangelización» se desarrolló la composición de cantos devocionales en bungotai, la lengua japonesa de la época, con un amplio repertorio de himnos, hoy en desuso, pero con un notable sabor musical y devocional, que aún ejerce cierta fascinación. Estos textos, con sus respectivas melodías, se recogieron en el clásico Katorikku Seika Shu («Cantos sagrados católicos»). Después del Concilio Vaticano II, a raíz de la reforma litúrgica, se creó un nuevo repertorio de himnos, especialmente de los Salmos, con una considerable riqueza de motivos musicales que pueden calificarse de «japoneses», aunque más modernos. Este nuevo repertorio se recogió en el volumen Tenrei Seika («Cantos litúrgicos»), que fomentó un alto nivel de participación en las celebraciones litúrgicas.

Siempre en el ámbito de la música, hay que mencionar la Elisabeth University of Music de Hiroshima, una de las universidades de música más conocidas de Japón. Fundada en 1947 como Escuela de Música por el jesuita P. Ernest Goossens, cuenta hoy con una larga tradición de excelencia que, también a través de eventos, conciertos y colaboraciones internacionales, ofrece oportunidades de intercambio cultural y académico a estudiantes y profesores de Japón y otros países.

En el plano literario, solo mencionaré los nombres de los escritores cristianos Endō Shūsaku (1923-96), Ayako Sono (1931-) y Takashi Paolo Nagai (1908-51). Sus obras han dejado una profunda huella en la literatura japonesa. De un modo muy personal, exploraron las complejas relaciones entre la fe cristiana, la cultura y la sociedad japonesa.

Hay otro ámbito en el que, especialmente en la «tercera evangelización», la interacción, el diálogo y el intercambio han sido especialmente fructíferos y valiosos. Me refiero al campo de la espiritualidad, en el que destacadas personalidades, como los jesuitas P. Enomiya-Lassalle (1898-1990) y P. Kakichi Kadowaki (1926-2017), el dominico P. Vincent Shigeto Oshida (1922-2003) y el carmelita P. Augustine Ichiro Okumura, iniciaron importantes vías de inculturación y diálogo entre el cristianismo y el budismo zen, que tuvieron un fuerte impacto también en Occidente, especialmente en lo que respecta a la práctica cristiana de la meditación zen.

Se podría decir mucho más sobre la interacción entre elementos tradicionales de la cultura japonesa, como el arte de las flores o ikebana, el arte de la caligrafía o shodō, la ceremonia del té o sadō – ahora también conocida en el extranjero – y el clima social actual, que tiende a asociar cada vez más a Japón con Occidente. Este análisis, sin embargo, requeriría un discurso mucho más amplio.

A diferencia de otros países asiáticos, como Corea del Sur o Vietnam, donde el catolicismo ha crecido en las últimas décadas, el número de católicos en Japón no aumenta. ¿Es esto así? ¿Hay causas?

Sí, desgraciadamente, desde hace unos veinte años se ha iniciado en Japón un proceso progresivo de disminución del número de fieles y catecúmenos, debido, en parte, al fenómeno general de la «desnatalidad» y a la consiguiente contracción demográfica del país, pero también al fenómeno del llamado shukyobanare («secularismo»), que he mencionado antes. Inducido por el vertiginoso proceso de secularización en curso, este fenómeno ha alejado a los fieles no sólo de la Iglesia católica, sino del mundo religioso en general. Añádase a esto el proceso igualmente vertiginoso de globalización, fomentado por la súbita difusión de los medios de comunicación social, que tiende a homogeneizar todas las culturas a partir de un único modelo inducido. Es el mundo de la juventud el que más sufre. A pesar de ello, la Iglesia católica en Japón sigue apostando fuertemente por la educación y la asistencia social, aunque, debido a la fuerte disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas, muchas obras van desapareciendo poco a poco.

Sin embargo, el testimonio de vida contemplativa sigue siendo significativo. Japón cuenta actualmente con una veintena de monasterios de clausura. Teniendo en cuenta el número total de católicos, el porcentaje es realmente significativo.

Usted también ha enseñado regularmente en la Pontificia Universidad Gregoriana, en la Facultad de Misionología. ¿Qué recuerdos tiene de sus alumnos? ¿Qué ha intentado transmitirles? ¿Y qué espera de las nuevas generaciones de laicos, religiosos, seminaristas, jóvenes sacerdotes que se preparan para desempeñar las tareas que les serán confiadas?

Sí, me fue concedido el gran regalo de enseñar en la Pontificia Universidad Gregoriana durante más de 10 años. Guardo muy buenos recuerdos de aquella época y de mis alumnos. Sigo en contacto con algunos de ellos. La Gregoriana es notoriamente una universidad internacional, con estudiantes de varios continentes. Yo misma tuve alumnos de Australia, Asia, África, Europa y América Latina. Es precisamente esta dimensión internacional la que ha resultado ser un gran regalo y una oportunidad pedagógica inestimable: conocerse, acogerse en su respectiva diversidad cultural, percibida como un don y una posibilidad de diálogo, es en lo que he intentado formar a los estudiantes, compartiendo con ellos mi experiencia y acogiendo con gratitud la suya.

A lo largo de estos años de docencia, también he tenido que hacer frente al impacto que el mundo de la informática está teniendo en el aprendizaje, en los métodos de investigación y, no menos importante, en las relaciones interpersonales. Sin negar las ventajas que se derivan del nuevo «continente digital», rezo y espero que las nuevas generaciones de laicos, religiosos, seminaristas y jóvenes sacerdotes que se preparan en nuestras universidades sepan cultivar ante todo auténticas relaciones humanas, sean capaces de una profunda empatía y testigos convencidos de la «fraternidad» que nace del encuentro vivo y vivificante con Jesucristo.

El Papa Francisco habla con frecuencia de la importancia de las mujeres en la vida de la Iglesia. En el Vaticano y en la Curia Romana ha nombrado a mujeres para puestos de gran responsabilidad. ¿Cómo entiende usted este papel de la mujer en la vida de la Iglesia?

Estoy profundamente agradecida al Papa Francisco por todo lo que ha hecho y está haciendo para potenciar el papel de la mujer dentro de la Iglesia. En coherencia con lo que dice en Evangelii gaudium (cf. nn. 103 y 104), tiene, de hecho, la firmeza de poner en práctica instancias que desde el Vaticano II han recorrido el magisterio sobre la mujer y su papel en la Iglesia, pero que aún estaban pendientes de concreción.

Hace años me pidieron una contribución sobre el tema «La “mujer” en el magisterio y los documentos de la Iglesia postconciliar»[9]. Fue una oportunidad verdaderamente privilegiada para mí, no sólo para aprender más sobre la rica enseñanza del magisterio reciente sobre este tema tan debatido, sino también para comprender mejor las valientes decisiones que el Papa Francisco está tomando para poner en práctica estas exigencias.

Personalmente, entiendo y vivo el papel de la mujer en la Iglesia como un «servicio» gozosamente prestado en complementariedad con el «servicio» que el hombre está llamado a prestar, según sus respectivas funciones. En efecto, la mujer, constituida por Dios en igual dignidad que el hombre, tiene una singularidad propia e irreductible que la hace complementaria de él, y viceversa. Como tal, la mujer está llamada a enriquecer la sociedad, las relaciones sociales, la vida misma de la Iglesia con su típico, inalienable e insustituible «genio femenino»[10], que, de modo singular, encuentra su peculiaridad en dar la vida. Las nuevas funciones de gran responsabilidad que se confían gradualmente a las mujeres en la Iglesia pueden y deben convertirse en una oportunidad de crecimiento común para el bien mismo de la Iglesia y del mundo.

No se trata de reivindicar derechos o aspirar a papeles, sino de abrir espacios en los que el «genio masculino» y el «genio femenino» se pongan al servicio del bien común en un enriquecimiento mutuo. Creo que la sociedad actual, a menudo desgarrada por los contrastes de género, necesita especialmente este testimonio de respeto mutuo y colaboración.

  1. Cf. www.shinmeizan.com

  2. Cf. Segretariato per i non cristiani, L’atteggiamento della Chiesa di fronte ai seguaci di altre religioni. Riflessioni e orientamenti su dialogo e missione, Pentecoste 1984.

  3. El budismo de la Tierra Pura es actualmente una de las escuelas de budismo dominantes en Asia Oriental

  4. Francisco, Discurso en el Memorial de la Paz, Hiroshima, 24 de noviembre de 2019.

  5. Cf. T. Witwer, «Justus Takayama Ukon. Grande missionario giapponese del Cinquecento», en Civ. Catt. 2017 I 175-184.

  6. Cf. R. De Luca, «La scoperta dei “cristiani nascosti” del Giappone», in Civ. Catt. 2019 IV 327-333.

  7. Cf. S. Decloux, «Pedro Arrupe, compagno di Gesù. A 50 anni dalla sua elezione a Generale dei gesuiti», en Civ. Catt. 2015 IV 267-281.

  8. Cf. T. García-Huidobro, «Kakichi Kadowaki. L’inculturazione del cristianesimo nella cultura giapponese», en Civ. Catt. 2018 III 415-425.

  9. Cf. M. Rodríguez (ed.), Donne e Chiesa: per un laboratorio di idee, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2021, 217-241.

  10. Juan Pablo II, s., Mulieris dignitatem, n. 31.

Nuno da Silva Gonçalves
Es el director de La Civiltà Cattolica desde octubre 2023. Se licenció en Filosofía y Letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Portuguesa de Braga en 1981, y luego en Teología (1988) e Historia de la Iglesia (1991) en la Pontificia Universidad Gregoriana. Obtuvo su doctorado en la misma universidad en 1995, con la tesis: «Os Jesuítas e a Missão de Cabo Verde (1604-1642)». Entre 2005 y 2011, fue Provincial de la Compañía de Jesús en Portugal. En 2011, fue nombrado Académico de Mérito de la Academia Portuguesa de Historia. El 21 de marzo de 2016, fue nombrado Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, cargo que ocupó hasta agosto 2022. Antes de asumir como director de nuestra revista, ya formaba parte del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica.

    Comments are closed.