Viajes

«Unidad y esperanza»

El 45º viaje apostólico del Papa Francisco

El Papa Francisco durante la celebración de la Misa en el estadio Gelora Bung Karno de Yakarta (© Vatican Media)

Del 2 al 13 de septiembre de 2024 se llevó a cabo el 45º viaje apostólico del Papa Francisco. El Pontífice visitó cuatro países del Sudeste Asiático y Oceanía, muy diferentes entre sí: Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Leste y Singapur. Este ha sido, hasta ahora, el viaje apostólico más largo de Francisco, casi un año después de su último viaje a Marsella, el 22 y 23 de septiembre de 2023. Se era consciente de que la duración del viaje, la lejanía de los países visitados, el clima tropical y el exigente programa serían una dura prueba para la resistencia del Papa. Acogido en todas partes con entusiasmo y un gran sentido de comunión eclesial, el Pontífice mostró una energía física y espiritual que le permitió superar esta prueba de manera sobresaliente. Basta recordar los encuentros con los jóvenes, en los que a menudo ignoraba el texto escrito previamente para hablar de manera improvisada y entablar un diálogo directo con los que lo escuchaban. De este modo, las Iglesias locales que recibieron al Papa, en su variedad de situaciones, se sintieron confirmadas en la fe y pudieron manifestar su sincero afecto al sucesor de Pedro.

Indonesia: «Fe, fraternidad, compasión»

Junto con su séquito y unos 80 periodistas, el Papa Francisco partió del aeropuerto de Fiumicino en un vuelo especial de ITA Airways en la tarde del 2 de septiembre, llegando a Yakarta tras unas 13 horas de vuelo, al final de la mañana del día siguiente. Indonesia es el país musulmán más grande del mundo, ya que el 87 % de sus 275.774.000 habitantes son musulmanes. Los católicos son solo el 3 % de la población. Yakarta, la capital, tiene 11 millones de habitantes, y su nombre en javanés significa «victoriosa y próspera». Los comerciantes portugueses de Malaca – hoy Malasia – fueron los primeros europeos en llegar allí, en 1513. Posteriormente, desde 1596, se establecieron los neerlandeses, que prevalecieron sobre sus rivales ingleses. En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, se declaró la independencia de Indonesia, y Yakarta se desarrolló como una gran metrópoli, con los mismos problemas de muchas otras ciudades grandes: fuertes contrastes entre barrios muy ricos y otros muy pobres, altos niveles de contaminación y congestión del tráfico.

Tras algunas horas de descanso en la Nunciatura Apostólica, la ceremonia de bienvenida al Papa tuvo lugar en el palacio presidencial la mañana del 4 de septiembre. El presidente de la República, Joko Widodo, recibió al Papa Francisco, y tuvo con él un encuentro privado, precedido de honores militares y la presentación de las delegaciones. Luego, siempre en el complejo del palacio presidencial, el Papa se reunió con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático. Después del saludo del Presidente, pronunció un discurso en el que manifestó su aprecio por el respeto mutuo que mantiene unido y orgulloso al pueblo indonesio, caracterizado por la diversidad cultural, étnica, lingüística y religiosa presente en las miles de islas que conforman el país. El Pontífice se refirió a la sabiduría expresada en el lema nacional «unidos en la diversidad» como un tesoro y la mayor riqueza de la nación indonesia. Se trata de «la conciencia de participar en una historia compartida, en la que cada uno aporta su contribución y donde es fundamental la solidaridad de cada parte hacia el conjunto»[1]. Francisco también hizo referencia al deseo de la Iglesia de incrementar el diálogo interreligioso, necesario para consolidar «un clima de respeto y confianza mutuos, indispensables para afrontar los desafíos comunes, entre los cuales está el de combatir el extremismo y la intolerancia», y subrayó que el lema de su visita «Fe, fraternidad, compasión» se ajusta muy bien a los principios expresados en el Preámbulo de la Constitución de Indonesia, de unidad en la diversidad, justicia social y bendición divina. En este contexto, «la Iglesia Católica se pone al servicio del bien común y desea fortalecer la colaboración con las instituciones públicas y otros actores de la sociedad civil».

Después de la ceremonia oficial de bienvenida, Francisco se reunió en privado con un grupo de aproximadamente 200 jesuitas presentes en el país. Por la tarde, se dirigió a la catedral de Nuestra Señora de la Asunción, diseñada por el jesuita holandés Antonius Dijkmans y consagrada en 1901. Allí tuvo lugar el encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y catequistas. Tras escuchar el saludo del Presidente de la Conferencia Episcopal y varios testimonios, el Papa tomó la palabra. Pidió a la catequista, que acababa de terminar su intervención, que se quedara un momento a su lado, agradeció a los catequistas y destacó su papel: «son los catequistas los que van “siempre al frente”, son la fuerza de la Iglesia», afirmó. Luego recordó el lema «Fe, fraternidad, compasión», deteniéndose en cada una de las tres palabras. Hablando de la «fe», pidió a todos una mirada agradecida ante el «maravilloso territorio indonesio» con sus «abundantes recursos naturales»: «Mirar todo esto con humildes ojos de hijos nos ayuda a creer, a reconocernos pequeños y amados, y a cultivar sentimientos de gratitud y responsabilidad». En cuanto a la segunda palabra, «fraternidad», Francisco la reconoció como «un valor estimado en la tradición de la Iglesia indonesia, que se manifiesta en la apertura con la que esta se relaciona con las diferentes realidades que la componen y la rodean, tanto en el ámbito cultural, étnico, social y religioso». Al respecto, quiso reiterar que el anuncio del Evangelio no significa imponer o contraponer la propia fe a la de los demás, «no significa hacer proselitismo, significa, más bien, dar y compartir la alegría del encuentro con Cristo, siempre con gran respeto y afecto fraterno por cada persona». En cuanto a la tercera palabra, «compasión», el Pontífice explicó que «significa sufrir, padecer, acompañar en sus sentimientos al que está sufriendo, abrazarlo y estar con él. Y no sólo eso, significa además abrazar sus sueños y sus deseos de redención y de justicia».

Tras concluir el encuentro en la catedral, el Papa fue recibido en la contigua Casa de la Juventud Graha Pemuda, fundada en 1914 como centro de formación juvenil, misión que sigue desempeñando hasta hoy. Allí se reunió con los responsables de Scholas Occurrentes y los participantes del proyecto «Scholas Aldeas». El regreso del Pontífice a la Nunciatura Apostólica fue la ocasión para su primer «baño de multitudes» en este viaje, ya que miles de personas lo esperaban para saludarlo a lo largo del camino.

El día siguiente, el 5 de septiembre, comenzó para Francisco con el encuentro interreligioso en la mezquita Istiqlal, inaugurada en 1978, la más grande de todo el Sudeste Asiático y con capacidad para albergar hasta 120.000 personas. El complejo se encuentra justo frente a la catedral católica, para subrayar el deseo de una tierra en la que todas las religiones coexistan en paz y armonía. Los dos edificios, separados por una calle, ahora están conectados por un túnel subterráneo, llamado «túnel de la amistad», construido en 2021 para facilitar los desplazamientos de un edificio a otro y promover la convivencia religiosa. El Pontífice fue recibido en el exterior de la mezquita por el Gran Imán Nasaruddin Umar, quien lo acompañó a la entrada del «túnel de la amistad». Luego, ambos llegaron a la gran carpa donde tuvo lugar el encuentro interreligioso, en presencia de otros líderes religiosos. Después de una danza tradicional musulmana, se cantó un pasaje del Corán y se leyó un fragmento del Evangelio. A continuación, el Gran Imán saludó al Papa, y se leyó y firmó la Joint Declaration of Istiqlal 2024. Francisco entonces pronunció su discurso. Recordó, como ejemplo de respeto mutuo y diálogo, el hecho de que la mezquita Istiqlal fue diseñada por un arquitecto cristiano, y se refirió al «túnel de la amistad» como un «signo elocuente» que muestra la posibilidad de «construir sociedades abiertas, fundadas en el respeto mutuo y en el amor recíproco, capaces de aislar las rigideces, los fundamentalismos y los extremismos». Basándose en esta imagen de «signo elocuente», el Papa invitó a mirar siempre en profundidad, porque, «percibiendo lo que fluye en lo más íntimo de nuestra vida, el deseo de plenitud que vive en lo más profundo de nuestro corazón, descubrimos que todos somos hermanos, todos peregrinos, todos en camino hacia Dios, más allá de lo que nos diferencias». De esta mirada en profundidad, se pasa al cuidado de los lazos de amistad, atención y reciprocidad, «que nos permiten trabajar juntos […] en la defensa de la dignidad humana, en la lucha contra la pobreza, en la promoción de la paz». Finalmente, Francisco pidió a los indonesios que no pierdan el don de la armonía, transmitiéndolo a los más jóvenes, sin ceder «al atractivo del integrismo y la violencia». En varios momentos del encuentro, el Papa y el Gran Imán intercambiaron gestos de amistad, que – como podemos imaginar – subrayaban tanto la calidad de su relación personal como el deseo de alejar cualquier fundamentalismo y radicalismo.

En esa misma mañana del 5 de septiembre, el Papa visitó la sede de la Conferencia Episcopal de Indonesia, donde se reunió, de manera privada, con un grupo de enfermos, personas con discapacidad y pobres, asistidos por diversas organizaciones caritativas de la Iglesia. Por la tarde, tuvo lugar la celebración eucarística en el estadio del complejo deportivo Gelora Bung Karno. En un ambiente marcado por el recogimiento y el silencio, asistieron alrededor de 60.000 fieles, mientras que otros 40.000 aproximadamente siguieron la celebración a través de pantallas instaladas en un estadio contiguo. En su homilía, el Papa Francisco animó a lanzar «las redes del Evangelio en medio del mar del mundo», aceptando el riesgo de propagar el amor que Jesús nos enseñó y vivió primero, repitiendo: «No se cansen de zarpar, no se cansen de echar las redes, no se cansen de soñar y de seguir construyendo una civilización de paz. Atrévanse siempre a soñar en la fraternidad, que es un verdadero tesoro entre ustedes». Al final de la celebración, la multitud – respondiendo también a la invitación del Papa a «hacer lío» – manifestó ruidosamente su alegría y gratitud al despedirse de Francisco.

Papúa Nueva Guinea: «Rezar»

El 6 de septiembre, el Papa Francisco partió de Yakarta en un vuelo especial de la aerolínea indonesia Garuda y, tras unas seis horas, aterrizó, ya entrada la noche, en Port Moresby, la capital de Papúa Nueva Guinea, un territorio que se independizó en 1975, después de haber sido administrado por Australia. Miembro de la Commonwealth y monarquía constitucional, este país tiene como jefe de Estado al soberano del Reino Unido. Cuenta con una superficie de 462.840 km² y 8.241.000 habitantes. Los protestantes constituyen el 64% de la población, mientras que los católicos representan el 31%.

La ceremonia de bienvenida se llevó a cabo en el aeropuerto a su llegada, mientras que la visita de cortesía al gobernador general, Sir Bob Bofeng Dadae, se realizó a la mañana siguiente, en la Government House. Esa misma mañana tuvo lugar el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el APEC Haus, con la presencia de jefes de gobierno de varios países del Pacífico. Tras las palabras de bienvenida del Gobernador General, el Papa pronunció su discurso, reconociendo estar fascinado por la extraordinaria diversidad cultural y humana del país, un archipiélago con cientos de islas donde se hablan más de 800 lenguas. Luego recordó la riqueza del país con los recursos de la tierra y del mar, añadiendo: «Estos bienes están destinados por Dios a toda la colectividad y, aunque para su explotación sea necesario recurrir a competencias más amplias y a grandes empresas internacionales, es justo que se tenga debidamente en cuenta en la distribución de los ingresos y la utilización de la mano de obra las necesidades de las poblaciones locales, de manera que se produzca una mejora efectiva de sus condiciones de vida». Era un llamado a «dar vida a un desarrollo sostenible y equitativo que promueva el bienestar de todos». Manifestando una atención particular al clima social del país, el Pontífice se refirió luego a las «agresiones tribales, que causan muchas víctimas, no permiten vivir en paz y obstaculizan el desarrollo». Hizo un llamado, por lo tanto, «al sentido de responsabilidad de todos para que se detenga la espiral de violencia» y, en lo que respecta al estatus de la isla de Bougainville, expresó su deseo de que se evite «el resurgimiento de antiguas tensiones». Francisco no dudó en hacer referencia también a los «valores del espíritu», que «influyen en gran medida en la construcción de la ciudad terrena y en todas las realidades temporales». En este contexto, recordó que el lema de su visita «lo dice todo en una sola palabra: “Pray – Rezar”», y afirmó que «un pueblo que reza tiene futuro, sacando fuerza y esperanza de lo alto». Concluyendo su discurso, reiteró que el Evangelio es para todos los pueblos y «es libre para fecundar cada cultura y hacer crecer en el mundo el Reino de Dios. El Evangelio se incultura y las culturas deben ser evangelizadas»: una frase que el Papa repitió en varias ocasiones durante las distintas etapas de su viaje apostólico.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

En la tarde del 7 de septiembre, Francisco se dirigió a la Caritas Technical Secondary School, donde se reunió con los niños de Callan Services, el mayor proveedor de servicios para niños y adultos con discapacidades en Papúa Nueva Guinea, y con los niños de Street Ministry, una organización establecida por la arquidiócesis de Port Moresby para brindar ayuda, educación y productos de primera necesidad a los niños que deambulan por las calles de la ciudad. Luego, el Papa fue al Santuario Salesiano de María Auxiliadora para el encuentro con los obispos de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón, los sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y catequistas. Tras escuchar varios testimonios, Francisco pronunció su discurso, en el cual habló de tres aspectos del camino cristiano y misionero: «la valentía de comenzar, la belleza de existir y la esperanza de crecer». Mencionó la importancia de empezar y volver a empezar, sin miedo, incluso cuando los comienzos no son fáciles o los primeros intentos fracasan, conscientes de que siempre estamos acompañados por el Señor, «que actúa en nosotros y con nosotros» y del cual somos instrumentos. El Papa también recomendó a los presentes prestar atención a las periferias del país: las «personas de los sectores más desfavorecidos de las poblaciones urbanas, así como a aquellas que viven en las zonas más remotas y abandonadas, donde a menudo falta lo indispensable». Además, pidió: «Y por favor, no olviden: ¡cercanía, cercanía! Ustedes saben que las tres actitudes más bellas son la cercanía, la compasión y la ternura». En otras palabras, la belleza de estar presente se manifiesta «en la lealtad y el amor con que nos esforzamos por crecer juntos cada día».

La mañana del 8 de septiembre, el Papa se dirigió al Estadio Sir John Guise para la celebración de la Misa, a la que asistieron alrededor de 23.000 fieles. Los trajes y cantos tradicionales embellecieron la liturgia, aportando color y vivacidad. También resaltaron la solemnidad del evento, cuando el ritmo de los instrumentos acompañó la procesión de entrada o la consagración, momentos en los cuales la asamblea fue invitada a la acogida y la adoración. En la homilía, Francisco comentó el episodio del sordomudo en el Evangelio de Marcos (cf. Mc 7,31-37), explicando cómo, ante la lejanía del sordomudo, Dios responde con la cercanía de Jesús, quien nos llama a todos a abrirnos a Dios, a los hermanos y al Evangelio, para que nadie permanezca sordo ante el alegre mensaje de salvación y pueda, en consecuencia, cantar el amor de Dios. Al finalizar la celebración, durante el rezo del Ángelus, Francisco quiso rezar por la paz con estas palabras: «Y desde esta tierra tan bendecida por el Creador, quiero junto a ustedes invocar, por intercesión de la Santísima Virgen María, el don de la paz para todos los pueblos. En particular, lo pido para esta gran región del mundo entre Asia, Oceanía y el Océano Pacífico. ¡Paz, paz para las naciones y también para la creación! ¡No a la carrera armamentista y a la explotación de la casa común! ¡Sí al encuentro entre los pueblos y las culturas, sí a la armonía del hombre con las criaturas!».

Por la tarde, en un avión militar C-130 proporcionado por las autoridades australianas, el Papa se dirigió a Vanimo, una pequeña ciudad de 11.000 habitantes en la costa noroccidental del país. La economía local se basa principalmente en la industria maderera. La región también es conocida por sus pintorescas playas, el arrecife de coral, los manglares y la cultura y tradiciones de las tribus locales. En la región hay un grupo de misioneros argentinos. La población recibió al Pontífice con gran alegría en la explanada frente a la catedral. En su discurso, Francisco habló de la belleza de «una tierra magnífica, rica en una gran variedad de plantas y aves, donde uno se queda con la boca abierta ante los colores, sonidos y olores, y el grandioso espectáculo de una naturaleza rebosante de vida, que evoca la imagen del Edén». Es una riqueza que hay que cuidar y un llamado a vivir en armonía con Dios y con los hermanos, subrayó el Pontífice, animando a los cristianos a embellecer una «tierra feliz» con su «presencia de Iglesia que ama». Luego, Francisco se dirigió a la Holy Trinity Humanistic School de Baro para un encuentro privado con los misioneros.

Al día siguiente, el 9 de septiembre, el Papa se reunió con los jóvenes papuanos en el estadio Sir John Guise. Fue recibido con una danza de bienvenida, cantos y muchos jóvenes orgullosos de vestir sus trajes tradicionales. Francisco escuchó tres testimonios y luego tomó la palabra, afirmando, a modo de resumen de su visita: «Me siento contento por estos días pasados en este país, donde conviven el mar, las montañas y los bosques tropicales; pero, sobre todo, un país joven habitado por muchos jóvenes». Insistió, a menudo en diálogo con la asamblea, en la importancia de cuidarse unos a otros, recordando que todos podemos caer, pero lo importante es levantarse y ayudar a los demás a hacerlo. Después de saludar personalmente a un grupo de jóvenes con trajes tradicionales, el Pontífice se dirigió al aeropuerto internacional, se despidió de las autoridades y partió hacia Dili en un vuelo especial de la aerolínea local Air Niugini.

Timor-Leste: «¡Que vuestra fe sea vuestra cultura!»

Después de tres horas y media de vuelo, el avión con el papa Francisco, su séquito y el grupo de periodistas aterrizó en el aeropuerto de Dili, capital de Timor-Leste, a principios de la tarde del 9 de septiembre. Desde los inicios del siglo XVI, la isla de Timor era conocida por los navegantes y comerciantes portugueses, atraídos por el preciado sándalo local. A finales del siglo XVII, señal de un asentamiento más estable, la Corona portuguesa comenzó a nombrar gobernadores, dependientes de las autoridades portuguesas en Goa, India. La administración portuguesa del territorio se prolongó hasta 1975, cuando los conflictos internos y una declaración unilateral de independencia fueron la ocasión para la invasión y ocupación violenta del territorio por parte de Indonesia, que posteriormente declaró a Timor-Leste como su 27ª provincia: situación que nunca fue reconocida por Portugal ni por las Naciones Unidas. La firme resistencia timorense, la acción diplomática, la presión internacional y el apoyo de la Iglesia, junto con el papel de los medios de comunicación, llevaron a Indonesia a aceptar un referéndum en 1999. El 30 de agosto de ese año, la población votó, por amplia mayoría, a favor de la independencia, y el país fue administrado por las Naciones Unidas hasta la proclamación y el reconocimiento formal de su independencia el 20 de mayo de 2002. Timor-Leste tiene 1.499.000 habitantes, de los cuales el 98% son católicos.

El papa Francisco fue recibido en el aeropuerto de Dili por el presidente de la República, José Ramos-Horta, y el primer ministro, Xanana Gusmão. Luego se dirigió a la Nunciatura, siempre aclamado por miles de personas a lo largo de las calles, con muchos jóvenes y niños que lo saludaban, trepándose a los árboles y a los lugares más altos. Estos gestos impresionaron a Francisco, que en varias ocasiones hizo referencia a la sonrisa y a la juventud del pueblo timorense. Esa misma tarde del 9 de septiembre, se llevaron a cabo, en el palacio presidencial, la ceremonia de bienvenida, la visita de cortesía al Presidente de la República y el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático. Tras las palabras de bienvenida del presidente Ramos-Horta, Premio Nobel de la Paz en 1996, el Papa pronunció su discurso, dando a entender que se sentía en casa, porque más de una vez habló improvisadamente, añadiendo al discurso escrito aquello que le resultaba más importante. Al inicio, refiriéndose al lema «¡Que vuestra fe sea vuestra cultura!», Francisco quiso recordar que la inculturación de la fe y la evangelización de la cultura son un binomio importante en la vida cristiana. Luego evocó la historia reciente de Timor-Leste, que desde 1975 hasta 2002 «vivió los años de su pasión y su mayor prueba». Superados esos años de sufrimiento, el país ha encontrado «un camino de paz y apertura a una nueva fase, que quiere ser de desarrollo, de mejora de las condiciones de vida». Para el logro de estos objetivos, el Papa destacó la importancia del arraigo en la fe, ya resaltado por san Juan Pablo II en su visita a Timor-Leste en 1989. Traduciendo esto al presente, Francisco se refirió al pueblo timorense como un pueblo que, habiendo sufrido, ha sabido ser «sabio en el sufrimiento». En este sentido, el Papa quiso recordar y elogiar el esfuerzo por «una reconciliación con los hermanos de Indonesia, disposición que encontró su primera y más pura fuente en las enseñanzas del Evangelio» y que «requiere una cierta purificación de la memoria, para sanar heridas, combatir el odio con la reconciliación y la confrontación con la colaboración».

Francisco quiso expresar su gratitud por la decisión de Timor-Leste de acoger oficialmente, como documento nacional para ser incluido en los programas escolares, la Declaración sobre la fraternidad humana, firmada por él junto al Gran Imán de al-Azhar el 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi. Por otro lado, el Papa no olvidó las problemáticas sociales con las que el país se enfrenta, en particular la emigración y la pobreza presente en muchas zonas rurales. También se refirió a las llagas sociales existentes: el uso excesivo de alcohol entre los jóvenes, la formación de pandillas juveniles violentas y los muchos niños y adolescentes cuya dignidad ha sido vulnerada. En este sentido, afirmó que «Todos estamos llamados a actuar con responsabilidad para prevenir todo tipo de abuso y garantizar un crecimiento sereno a nuestros jóvenes».

Finalmente, el Pontífice habló de Timor-Leste como un país hermoso en el que lo más importante es su gente, por lo que pidió: «Cuiden a su pueblo, amen a su pueblo, hagan crecer este pueblo. Este pueblo es maravilloso —es maravilloso—. En las pocas horas que llevo aquí, he visto cómo el pueblo se expresa, el pueblo de ustedes se expresa con dignidad y con alegría. Es un pueblo alegre […] un pueblo joven […] porque cerca del 65% de la población de Timor-Leste tiene menos de 30 años […], por lo que el primer ámbito en el que se debe invertir es la educación». Finalmente, repitió estas palabras, que constituyen casi un leitmotiv de todo su viaje apostólico: «Junten a los niños con los abuelos. El encuentro de niños y abuelos provoca sabiduría».

La segunda jornada del Papa en Timor-Leste, el 10 de septiembre, comenzó con una visita a Irmãs Alma, una escuela para niños con discapacidades. Al encontrarse con estos niños que se dejan cuidar, el papa Francisco invitó a todos a dejarse cuidar por Dios, tal como lo hacen los niños. Luego se dirigió a la catedral de la Inmaculada Concepción, inaugurada en 1988, para el encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y catequistas. Después de escuchar la bienvenida del Presidente de la Conferencia Episcopal y los testimonios de una religiosa, un sacerdote y un catequista, el Pontífice compartió sus reflexiones, comenzando con gratitud por las muchas vocaciones jóvenes que existen en Timor-Leste. Su discurso se centró en el pasaje del evangelio de Juan donde Jesús va a la casa de Lázaro, Marta y María (cf. Jn 12,1-11) y en el gesto de María al ungir los pies de Jesús con perfume de nardo puro, llenando toda la casa con ese aroma. Así –afirmó Francisco– nosotros también debemos ser conscientes del don recibido, sabiendo que «con el perfume debemos ungir los pies de Cristo, que son los pies de nuestros hermanos en la fe, empezando por los más pobres» y manteniéndonos vigilantes ante la tentación de la «mundanidad espiritual». Finalmente, el Pontífice advirtió: «También vuestro país, arraigado en una larga historia cristiana, necesita hoy de un renovado impulso de evangelización, para que llegue a todos el perfume del Evangelio: un perfume de reconciliación y de paz después de los sufridos años de la guerra; un perfume de compasión, que ayude a los pobres a levantarse y suscite el compromiso de mejorar la suerte económica y social del país; un perfume de justicia contra la corrupción».

Al final de la mañana, Francisco se reunió con los miembros de la Compañía de Jesús que viven en el país, entre ellos el padre João Felgueiras, misionero portugués de 103 años, quien ha pasado casi toda su vida en Timor-Leste, acompañando a su pueblo incluso en los momentos más difíciles de guerra y violencia. Por la tarde, tuvo lugar el evento más esperado de la visita del Papa: la celebración eucarística ante unos 600.000 fieles, una multitud inmensa que llenaba la explanada de Taci Tolu, a 8 km de Dili. Ante la incertidumbre de los cálculos que se hacían, alguien afirmó que la mitad de la población del país estaba presente en la explanada o en sus alrededores. Cabe recordar que en ese mismo lugar, san Juan Pablo II celebró la Misa el 12 de octubre de 1989, cuando el país aún estaba bajo la ocupación indonesia.

En la homilía, Francisco partió de la frase de Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). Recordó que: «Dios se hace niño y no es sólo para asombrarnos y conmovernos, sino también para abrirnos al amor del Padre y dejarnos modelar por Él. Para que Él pueda sanar nuestras heridas, arreglar nuestras divergencias, poner en orden la existencia». Luego habló de la belleza de Timor-Leste, manifestada en sus muchos niños y en su juventud: «en cada rincón la vida se siente palpitar y bullir. Y la presencia de tanta juventud y de tantos niños es un regalo, es un don inmenso, renueva constantemente nuestra energía y nuestra vida». También nosotros –explicó el Papa– debemos hacernos pequeños ante Dios y ante los demás, porque estas actitudes nos abren a la acción del Señor. Tomando como modelo a la Virgen María, el Pontífice afirmó que ella había comprendido bien los criterios de Dios y, por ello, «eligió permanecer pequeña durante toda su vida, se hizo cada vez más pequeña, sirviendo, rezando, desapareciendo para hacer lugar a Jesús, incluso cuando esto le costó mucho».

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

Antes de la bendición final, Francisco, hablando de manera espontánea, quiso dirigirse una vez más a la asamblea, casi despidiéndose de los timorenses y haciéndoles algunas recomendaciones finales. Reiteró que lo mejor de Timor-Leste es su pueblo: «No puedo olvidar ese pueblo al costado del camino con los niños. ¡Cuántos chicos tienen ustedes! El pueblo, cuya mayor riqueza es la sonrisa de sus niños. Y un pueblo que enseña a sonreír a los niños es un pueblo que tiene futuro». Luego recomendó tener cuidado con los cocodrilos, que constituyen un peligro en algunas playas y ríos del país, y añadió: «Tengan cuidado con esos cocodrilos que quieren cambiarles la cultura, que quieren cambiarles la historia. Permanezcan fieles».

El día siguiente, 11 de septiembre, antes de su partida hacia Singapur, el papa Francisco tuvo un último encuentro con los jóvenes en el Centro de Convenções de Díli. En un diálogo animado, reiteró la importancia de no dejar de sonreír, los invitó a soñar en grande, a comprometerse con la reconciliación y, finalmente, a cuidar de los niños y los ancianos. Después de este encuentro, el Papa se dirigió al aeropuerto, donde se despidió de las autoridades y partió hacia Singapur en un vuelo especial de la aerolínea timorense Aero Dili.

Singapur: «Unidad y esperanza»

Después de unas cuatro horas de vuelo, en la tarde del 11 de septiembre, el avión con el papa Francisco a bordo aterrizó en el aeropuerto de Singapur. Ciudad-estado compuesta por una isla principal (Isla de Singapur) y unas sesenta islas más pequeñas, Singapur tiene 5.920.000 habitantes, que conforman una población multiétnica y multirreligiosa. Los principales grupos étnicos son los chinos (74%), los malayos (13,5%) y los indios (9%). El budismo, con el 33%, es la religión más extendida, mientras que los católicos representan el 3,5%. La ubicación geográfica de Singapur, en la intersección de las rutas marítimas del Lejano Oriente, ha contribuido a su desarrollo económico y cultural, convirtiéndola en uno de los centros comerciales y financieros más importantes del mundo. Singapur es independiente desde 1965 como República asociada al Commonwealth.

Después de la recepción oficial en el aeropuerto, el Papa y su séquito se trasladaron al St. Francis Xavier Retreat Centre, la residencia papal durante su estancia en Singapur. En la tarde del mismo 11 de septiembre, Francisco recibió a un grupo de jesuitas que trabajan en Singapur y Malasia.

La mañana del 12 de septiembre, en el Parliament House, se dio inicio a la ceremonia de bienvenida, en la cual, tras la Guardia de Honor, los himnos y la firma del Libro de Honor, se le ofreció al Papa una nueva variedad híbrida de orquídea: se trata de la Orchid Naming Ceremony, con la que se honra a distinguidos invitados, un gesto de amistad que busca promover las relaciones entre Singapur y otros países. Tras la visita de cortesía al presidente de la República, Tharman Shanmugaratnam, también en el Parliament House, Francisco se dirigió a la Universidad Nacional de Singapur, en cuyo centro cultural universitario tuvo lugar el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático. Tras el saludo del Presidente de la República, el Papa pronunció su discurso, expresando en primer lugar su gratitud por la acogida en una ciudad-estado que es un «cruce comercial de gran importancia y lugar de encuentro entre distintos pueblos». Luego evocó la historia de Singapur como una «historia de crecimiento y resiliencia», que ha llevado a la ciudad a un alto nivel de desarrollo, basado en decisiones y proyectos «en sintonía con las características específicas del lugar». Francisco recordó que la prosperidad económica ha sido acompañada por el compromiso de «construir una sociedad en la que la justicia social y el bien común se tengan en gran estima», especialmente en los sectores de la vivienda, la educación y la salud. Sin embargo –continuó el Papa– siempre existe el riesgo de que el pragmatismo y la meritocracia conlleven «la consecuencia involuntaria de legitimar la exclusión de aquellos que se encuentran al margen de los beneficios del progreso». Francisco mencionó y alentó las políticas existentes para apoyar a los más débiles y expresó su deseo de que «se preste especial atención a los pobres, a los ancianos […] y que se tutele la dignidad de los trabajadores migrantes».

Refiriéndose a la multiplicidad de etnias, culturas y religiones que conviven en armonía en la ciudad, el Papa reafirmó que esta armonía, al igual que la atención mutua, la colaboración, el diálogo y la libertad de profesar la propia fe respetando la ley, «son condiciones determinantes del éxito y la estabilidad logrados por Singapur». En cuanto a la comunidad católica, está «en la vanguardia en las obras de caridad, contribuyendo en modo significativo a los esfuerzos humanitarios», así como en la promoción del diálogo interreligioso y en la colaboración entre diversas comunidades de fe. Singapur «también tiene un papel específico que desempeñar en el orden internacional», por lo que el Pontífice animó a las autoridades a «seguir trabajando por la unidad y la fraternidad del género humano, en beneficio del bien común de todos». También subrayó los esfuerzos innovadores del país en el ámbito del desarrollo sostenible y la protección de la creación, para luego concluir, hablando de la armonía, el sentido de responsabilidad y el espíritu de fraternidad e inclusividad, con estas palabras: «Los animo a continuar por este camino, confiando en la promesa de Dios y en su amor paterno por todos».

En la tarde del 12 de septiembre tuvo lugar la celebración eucarística en el Singapore National Stadium, con la presencia de unos 55.000 fieles. En la homilía, el papa Francisco se inspiró en la belleza de la ciudad de Singapur y sus «imponentes construcciones», entre las que se encuentra el mismo National Stadium. Detrás de esas construcciones –recordó– están los recursos financieros, la técnica y la ingeniería, pero también el amor, «el amor que edifica» (1 Cor 8,1). Por ello, «si algo bueno existe y permanece en este mundo, es sólo porque, en múltiples y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo. Si no fuera por eso, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande, los arquitectos no habrían hecho proyectos, los obreros no habrían trabajado y nada se habría podido realizar». Francisco invitó entonces a la asamblea a descubrir las muchas historias de amor presentes en la construcción de una ciudad, para concluir que «sin amor no somos nada». Ese amor, que es reflejo del amor de Dios, nos lleva a abrazar «a los hermanos y hermanas que encontramos cada día en nuestro camino». Ellos son «el edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios».

Concluyendo la homilía, el Pontífice evocó dos imágenes vivientes, reflejos del amor de Dios: la Virgen María y san Francisco Javier. Este último en particular, porque, «recibido en esta tierra en muchas ocasiones», desde Oriente escribió una carta a san Ignacio y a los primeros compañeros, manifestando su deseo de ir a todas las universidades de la época a «dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio», llamando a los jóvenes estudiantes a hacerse misioneros hasta que respondieran: «Señor, aquí estoy; ¿qué quieres que haga?» (Carta desde Cochín, enero de 1544). El Papa hizo la misma pregunta a la asamblea, invitando a todos a «escuchar y responder con prontitud a las invitaciones al amor y a la justicia, invitaciones que también hoy nos siguen llegando desde la infinita caridad de Dios».

El día siguiente, el 13 de septiembre, fue el de la conclusión de la visita a Singapur y de todo el viaje apostólico. Después de un encuentro privado con el obispo, los sacerdotes y los religiosos, el papa Francisco se despidió del St. Francis Xavier Retreat Centre y se dirigió a la St. Theresa’s Home para encontrarse con un grupo de ancianos y enfermos. Luego, en el Catholic Junior College, tuvo lugar un encuentro interreligioso con jóvenes. Tras escuchar los testimonios de un joven hindú, una joven sij y una joven católica, el Papa intervino, hablando casi siempre de manera improvisada y en diálogo con el grupo de jóvenes presentes en el escenario. Como en otras ocasiones durante el viaje, en sus encuentros con los jóvenes los desafió a arriesgarse, a salir, a no tener miedo. También les dirigió palabras de profundo aprecio por el esfuerzo que dedican al diálogo interreligioso.

Finalizado el encuentro con los jóvenes, Francisco se dirigió al aeropuerto de Singapur, donde se despidió de las autoridades. En un vuelo especial de Singapore Airlines, y después de 12 horas y media de viaje, aterrizó en el aeropuerto de Fiumicino, en la tarde del 13 de septiembre, concluyendo así su 45º viaje apostólico.

* * *

En todas las etapas del viaje, el Papa supo reconocer las características del pueblo que lo acogía y, de diversas maneras, manifestó su aprecio y gratitud. «Unidad y esperanza» era el lema de la etapa en Singapur, pero también lo podemos considerar como la síntesis de todo el viaje. De hecho, en los cuatro países visitados, se vio y se experimentó la unidad en torno al sucesor de Pedro. Y Pedro, en Francisco, supo y quiso animar y bendecir, incluso cuando se refirió de manera delicada a los desafíos que enfrenta cada país. También es cierto que se vio y se experimentó la esperanza propia de las Iglesias jóvenes, arraigadas en la oración, comprometidas en la ayuda a los más pobres y abiertas a todos. No podemos sino agradecer por haber sido testigos de una experiencia humana y espiritual tan rica.

  1. Todas las intervenciones del Papa Francisco durante el viaje apostólico pueden consultarse en https://www.vatican.va/content/francesco/es/travels/2024/outside/documents/indonesia-papuanuovaguinea-timorest-singapore-2024.html
Nuno da Silva Gonçalves
Es el director de La Civiltà Cattolica desde octubre 2023. Se licenció en Filosofía y Letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Portuguesa de Braga en 1981, y luego en Teología (1988) e Historia de la Iglesia (1991) en la Pontificia Universidad Gregoriana. Obtuvo su doctorado en la misma universidad en 1995, con la tesis: «Os Jesuítas e a Missão de Cabo Verde (1604-1642)». Entre 2005 y 2011, fue Provincial de la Compañía de Jesús en Portugal. En 2011, fue nombrado Académico de Mérito de la Academia Portuguesa de Historia. El 21 de marzo de 2016, fue nombrado Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, cargo que ocupó hasta agosto 2022. Antes de asumir como director de nuestra revista, ya formaba parte del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica.

    Comments are closed.