Viajes

El Papa Francisco en Córcega

El Papa Francisco durante su visita a Ajaccio (Abaca Press/Alamy Foto Stock)

El 15 de diciembre de 2024, el papa Francisco viajó a Córcega para la clausura del Congreso La Religiosité Populaire en Méditerranée, celebrado en Ajaccio, la capital y la ciudad más grande de la isla. Fue el 47º viaje apostólico del Pontífice y el tercero a Francia, después de los realizados a Estrasburgo en 2014 y a Marsella en 2023. A pesar de la breve duración del viaje —el primero de un Papa a Córcega—, quedó de manifiesto la sintonía de Francisco con la población, que lo recibió volcándose a las calles y manifestando su fe con sencillez y devoción. En sus intervenciones, el Papa puso en valor la piedad popular y la alentó repetidamente, dejando escrito en el libro de honor del Ayuntamiento de Ajaccio, casi a modo de síntesis: «¡Aferrados a las raíces y abiertos al mundo! Este es el deseo que dejo a los ciudadanos de Ajaccio»[1].

Córcega es la cuarta isla más grande del Mediterráneo, después de Sicilia, Cerdeña y Chipre. Es apodada «Isla de la Belleza» por su paisaje, caracterizado por una costa acogedora y montañas con numerosas cumbres que superan los 2.000 metros de altura, algunas de las cuales podían verse nevadas, en contraste con el azul del mar. Durante siglos, Córcega estuvo en la órbita política, lingüística y cultural de las ciudades de Pisa y Génova, hasta que pasó a manos de Francia tras el Tratado de Versalles de 1768. La multiplicidad de influencias que han marcado la historia de la isla, junto con su estructura social, determinada también por su geografía y demografía, han contribuido a que la sociedad corsa se configure como una realidad particular dentro del contexto francés, con una identidad cultural y lingüística propia.

En 1981, el Estado francés reconoció a Córcega como una región autónoma, dotada de una Asamblea propia y un Consejo Ejecutivo. Posteriormente, en 2002, la Ley sobre Córcega amplió las competencias de la Asamblea, e introdujo la lengua corsa como materia opcional en la enseñanza escolar. Con el paso de los años, los movimientos autonomistas —que habían renunciado a la lucha armada en 2014— fueron ganando cada vez más apoyo, logrando importantes victorias electorales. Las elecciones regionales de 2015 fueron ganadas por una coalición autonomista, que desde entonces mantiene un diálogo con el gobierno francés para obtener un mayor reconocimiento de poderes para los órganos de gobierno locales.

Córcega tiene aproximadamente 350.000 habitantes, concentrados principalmente en las dos ciudades de Ajaccio y Bastia, debido a un progresivo despoblamiento del interior en favor de los centros urbanos y las zonas costeras, donde la principal actividad económica es el turismo. Ajaccio conserva celosamente la memoria de Napoleón Bonaparte, quien nació allí en 1769. Se pueden visitar su casa natal, hoy convertida en museo, y otros lugares vinculados a su infancia y juventud.

El 81 % de los habitantes de Córcega se declara católico, y la isla constituye una diócesis con sede en Ajaccio, formando parte de la provincia eclesiástica de la arquidiócesis de Marsella. Orgulloso de sus tradiciones, el catolicismo sigue desempeñando un papel fundamental en la identidad cultural de la región, algo que aún hoy se percibe claramente en la piedad popular y en la presencia activa de las cofradías tanto a nivel devocional como social.

El papa Francisco partió hacia Córcega —junto con su séquito y un grupo de aproximadamente 70 periodistas— a las 7:45 del 15 de diciembre, en un vuelo especial de Ita Airways. Tras cerca de una hora de viaje, aterrizó en el aeropuerto de Ajaccio, donde fue recibido por el ministro del Interior francés, Bruno Retailleau. Luego de los honores militares, dejó el aeropuerto y, antes de dirigirse al Palais des Congrès et Expositions, hizo una breve parada ante el baptisterio paleocristiano de Saint-Jean, descubierto en 2005. Allí, un joven recitó el Credo y, posteriormente, el Papa, desde el papamóvil, asperjó a los presentes con agua bendita.

Piedad popular, «ciudadanía constructiva» y «sana laicidad»

Al llegar al Palais des Congrès et Expositions para la sesión de clausura del Congreso La Religiosité Populaire en Méditerranée, el papa Francisco fue recibido por el obispo de Ajaccio, el cardenal François-Xavier Bustillo OFM Conv., y luego pronunció su discurso. Al inicio, subrayó la importancia cultural, religiosa e histórica del Mediterráneo, un mar que une tres continentes y que ha sido cuna de civilizaciones a las que aún hoy les debemos mucho. Luego, profundizó en la experiencia religiosa surgida entre el Mediterráneo y el Cercano Oriente, «vinculada al Dios de Israel, que se reveló a la humanidad e inició un incesante diálogo con su pueblo, que culminó en la singular presencia de Jesús, el Hijo de Dios»[2]. En ciertos momentos de la historia —prosiguió el Pontífice—, «la fe cristiana ha dado forma a la vida de los pueblos y de sus instituciones políticas, mientras hoy, especialmente en los países europeos, la pregunta sobre Dios parece desvanecerse, encontrándonos cada vez más indiferentes respecto a su presencia y su Palabra».

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Reconociendo esta indiferencia, el papa Francisco advirtió: «Sin embargo, debemos ser cautos al analizar esta situación, para no dejarnos llevar por consideraciones precipitadas o juicios ideológicos que, a veces todavía hoy, contraponen cultura cristiana y cultura laica». Tras calificar esta contraposición como un error, el Pontífice continuó su reflexión manifestando su interés por la construcción de puentes entre creyentes y no creyentes: «Es importante reconocer una apertura recíproca entre estos dos horizontes: los creyentes se abren siempre con mayor serenidad a la posibilidad de vivir la propia fe sin imponerla, vivirla como levadura en medio de la masa del mundo y de los ambientes en los que se encuentran. A su vez, los no creyentes o cuantos se han alejado de la práctica religiosa no son ajenos a la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la solidaridad; y a menudo, sin pertenecer a ninguna religión, portan en el corazón una sed grande, una interrogante de sentido que los lleva a interpelarse sobre el misterio de la vida y a buscar valores fundamentales para el bien común».

Precisamente en este marco de apertura mutua de horizontes, el papa Francisco habló de la importancia y la belleza de la «piedad popular», expresión que, siguiendo la tradición de san Pablo VI, él prefiere a la de «religiosidad popular»[3]. La piedad popular «remite a la Encarnación como fundamento de la fe cristiana, que se manifiesta siempre en la cultura, la historia y los lenguajes de un pueblo». Por otro lado —prosiguió el Papa—, «la práctica de la piedad popular atrae e involucra también a personas que están en el umbral de la fe, que no son practicantes asiduos y, sin embargo, descubren en ella la experiencia de las propias raíces y afectos, junto con los valores e ideales que consideran útiles para la propia vida y la sociedad». De este modo, la piedad popular «revela la presencia de Dios en la carne viva de la historia, fortalece la relación con la Iglesia y a menudo se transforma en ocasión de encuentro, de intercambio cultural y de fiesta». La piedad popular tiene, por tanto, una fuerza evangelizadora que no debe subestimarse, ya que en ella actúa el Espíritu Santo.

En la parte final de su discurso, el papa Francisco recordó una vez más la importancia del diálogo y la colaboración entre la fe cristiana y las instituciones civiles, para luego volver sobre el concepto de laicidad: «Cuando la piedad popular logra comunicar la fe cristiana y los valores culturales de un pueblo, uniendo corazones y amalgamando una comunidad, entonces se produce un fruto importante que influye en toda la sociedad, y también en las relaciones de las instituciones sociales, civiles y políticas con la Iglesia. La fe no es un hecho privado, […] implica un compromiso y un testimonio hacia todos, para el crecimiento humano, el progreso social y el cuidado de la creación, como signo de la caridad». Precisamente de esta manera —ejemplificó el Papa—, la piedad popular, las procesiones y rogativas, las actividades caritativas de las cofradías, la oración comunitaria del rosario y otras formas de devoción pueden alimentar en los cristianos lo que él ha querido llamar «ciudadanía constructiva». En este sentido, «en el terreno común de esta audacia de hacer el bien, de pedir la bendición, los creyentes pueden encontrarse en un camino compartido también con las instituciones seculares, civiles y políticas, para trabajar juntos en favor de toda persona, empezando por los más desfavorecidos, para un crecimiento humano integral». Se trata, por tanto, en el pensamiento del Pontífice, de «un concepto de laicidad que no sea estático y rígido, sino evolutivo y dinámico, capaz de adaptarse a situaciones diversas o inesperadas, y de promover la colaboración constante entre las autoridades civiles y eclesiásticas para el bien de toda la colectividad, permaneciendo cada uno dentro de los límites de sus propias competencias y espacio». Es decir, en palabras del papa Benedicto XVI, recordadas por Francisco, se trata de una «sana laicidad»[4], que respeta los ámbitos de acción de cada cual.

Cuidar de uno mismo y cuidar de los demás

Finalizada la ceremonia en el Palais des Congrès et Expositions, el papa Francisco se dirigió a la catedral de Santa María Asunta para la oración del Ángelus junto con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y seminaristas. Durante el trayecto, siempre recibido con gran entusiasmo por la población que llenaba las calles y los balcones, el Pontífice hizo una breve parada frente a la estatua de la Virgen de la Misericordia (A Madonuccia), protectora de Ajaccio desde 1656, cuando la ciudad fue librada de la peste tras invocar su intercesión.

En la catedral, después del saludo del presidente de la Conferencia Episcopal de Francia, el arzobispo de Reims, monseñor Éric de Moulins-Beaufort, el Papa se dirigió a los presentes. Reflexionando sobre el papel de los agentes pastorales, recordó que la misión cristiana «no depende de las fuerzas humanas, sino sobre todo de la obra del Señor, que siempre trabaja y actúa con lo poco que podemos ofrecerle»[5]. La primacía —prosiguió— le corresponde a la gracia divina, de la cual somos colaboradores y discípulos. Por ello, debemos asumir nuestras responsabilidades, «para que el ritmo y las actividades exteriores no nos “trituren”», corriendo el riesgo «de perder la consistencia interior». A este respecto, el papa Francisco quiso formular una doble invitación: cuidar de uno mismo y cuidar de los demás. Sus palabras sobre el autocuidado fueron particularmente claras: «Nuestra vida se expresa en la ofrenda de nosotros mismos; pero, cuanto más un sacerdote, una religiosa, un religioso, se entrega, se desgasta, trabaja por el Reino de Dios, más necesario es también que cuide de sí mismo. Un sacerdote, una religiosa, un diácono que se descuida también terminará por descuidar a quienes le son encomendados. Por eso es preciso una pequeña “regla de vida”». Dicha regla incluye la oración y la Eucaristía diarias, la familiaridad con Cristo y con la Virgen, el acompañamiento espiritual y el descanso «de manera sana de las fatigas del ministerio». A estos elementos de la «regla de vida» se suma la fraternidad entre los apóstoles, que el Papa expresó de este modo: «Aprendamos a compartir no sólo el cansancio y los desafíos, sino también la alegría y la amistad entre nosotros».

En cuanto al cuidado de los demás, el papa Francisco recordó que la misión tiene un único propósito: «llevar a Jesús a los demás, dar a los corazones la consolación del Evangelio». Luego destacó que las vías pastorales más eficaces para la evangelización en el contexto actual son las de la escucha y la cercanía con la gente, para concluir: «No tengan miedo de cambiar, de revisar los viejos esquemas, de renovar el lenguaje de la fe» ni tampoco de «salir al encuentro de las personas, allí donde viven y trabajan». Al finalizar su intervención, el Papa quiso reiterar, con un último y sentido aliento —sin duda de gran relevancia para los agentes pastorales en cualquier contexto—: «Aun en los momentos de cansancio y desánimo, no se rindan. Preséntenle sus corazones al Señor. ¡No se olviden de llorar delante del Señor! Él se manifiesta y se deja encontrar si cuidan de sí mismos y de los demás. De esta manera, Él ofrece el consuelo a aquellos que ha llamado y enviado».

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«La Iglesia anuncia una esperanza cierta, que no defrauda»

Por la tarde, tuvo lugar la celebración eucarística en la Place d’Austerlitz, también conocida como la Gruta de Napoleón o Place du Casone. Según la tradición, Napoleón solía acudir allí cuando era niño; hoy, en ese lugar, se encuentra un monumento dedicado a él, inaugurado en 1938.

Durante la homilía, el papa Francisco retomó la pregunta que la gente dirigía a Juan el Bautista cuando acudía a él junto al Jordán: «¿Qué debemos hacer entonces?» (Lc 3,10). Una pregunta formulada precisamente por los más alejados —publicanos y soldados—, que expresaba «el deseo de renovar la vida, de mejorarla»[6]. El Papa continuó su reflexión —en esta tercera semana de Adviento— sobre dos posibles actitudes de quienes esperan la salvación: la espera desconfiada y la espera gozosa.

La espera desconfiada se caracteriza, según las palabras del papa Francisco, por la desconfianza y la ansiedad. Es propia de quien, «en vez de velar con esperanza, duda sobre el futuro. […] No puede esperar con la esperanza que nos da el Espíritu Santo». La espera gozosa, en cambio, nace del corazón y se fundamenta en la confianza en el Señor, que está en medio de nosotros. No es un «consuelo ilusorio para sobrellevar las tristezas de la vida. […] Nuestra alegría es fruto del Espíritu Santo por la fe en Cristo Salvador, que llama a nuestro corazón, para liberarlo de la tristeza y del tedio». Por ello, «en compañía de Jesús descubrimos la verdadera alegría de vivir y de transmitir los signos de esperanza que el mundo anhela». Precisamente en este sentido, «la Iglesia anuncia una esperanza segura, que no desencanta», como proclama el título de la Bula de convocación del Jubileo 2025.

Durante la homilía, el papa Francisco también quiso recordar el Congreso, motivo principal de su visita a Córcega y que, según sus palabras, «destacó la importancia de cultivar la fe, valorando el papel de la piedad popular». En este contexto, mencionó la oración del rosario, que «enseña a mantener el corazón centrado en Jesucristo, con la mirada contemplativa de María», y el papel de las cofradías, tan extendidas en Córcega, «que pueden educar en la gratuidad del servicio a los demás, tanto espiritual como material». Subrayó que estas cofradías son asociaciones de fieles con una gran riqueza histórica y que «participan activamente en la liturgia y en la oración de la Iglesia, a las que embellecen con los cantos y las devociones del pueblo». Por ello, quiso dirigir una recomendación especial a los miembros de estas cofradías, numerosos en la asamblea con sus vestiduras características, para que se mostraran «siempre cercanos y disponibles, especialmente con los más vulnerables, haciendo a la fe activa en la caridad».

Al finalizar la Misa, tras el saludo del obispo de Ajaccio, el papa Francisco expresó que se había sentido como en casa y agradeció a todos los que habían preparado su visita, tanto a la comunidad eclesial como a la comunidad civil. Asimismo, exhortó a seguir adelante «en armonía, en la distinción, que no es separación, colaborando siempre por el bien común».

Tras la celebración, el Pontífice se dirigió al aeropuerto de Ajaccio, donde se reunió con el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron. Finalmente, después de la ceremonia de despedida, regresó a Roma en un vuelo especial de la compañía Air Corsica.

***

Después de la visita del papa Francisco a Córcega, en una entrevista concedida a Vatican News, monseñor Éric de Moulins-Beaufort afirmó que «todos quedaron impresionados por el fervor de los corsos» y por su alegría y orgullo al recibir al Papa. En cuanto a las declaraciones del Pontífice sobre la laicidad, las interpretó como una confirmación de lo que la Iglesia en Francia trata de vivir y, en particular, como un aliento a la participación en la vida social, es decir, a contribuir a la unidad de todos los franceses en su diversidad, incluida la religiosa. Además —añadió—, esta concepción de la laicidad es compartida por políticos que defienden una «laicidad positiva», es decir, una laicidad que escucha a las religiones[7].

Como ya se ha señalado, a pesar de la brevedad del viaje, fue evidente la sintonía del papa Francisco con la población, que lo recibió con entusiasmo. En más de una ocasión, él mismo expresó su emoción por la presencia de tantos niños y jóvenes. En sus discursos, el Pontífice destacó la piedad popular y la alentó dentro del marco de una «sana laicidad». Tampoco se puede olvidar su llamado a los agentes de pastoral sobre la importancia de cuidar de los demás sin descuidar el propio bienestar. Se trata de un llamado particularmente relevante en una época en la que no pocos sacerdotes y religiosos experimentan situaciones de estrés y agotamiento. Una vez más, aunque se dirigió a una Iglesia local, el papa Francisco dio voz a una problemática que exige la atención de toda la Iglesia universal.

  1. https://www.agensir.it/quotidiano/2024/12/15/papa-ad-ajaccio-firma-del-libro-donore
  2. El discurso del Papa puede leerse en el siguiente enlace: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2024/december/documents/20241215-ajaccio-congresso.html
  3. Pablo VI, s., Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 48.
  4. Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, n. 29.
  5. El discurso del Papa puede leers en el siguiente enlace: www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2024/december/documents/20241215-ajaccio-chiesa.html
  6. La homilía del Santo Padre se puede consultar en el siguiente enlace: www.vatican.va/content/francesco/it/homilies/2024/documents/20241215-ajaccio-messa.html
  7. Mons. Moulins-Beaufort señala que en Francia las manifestaciones de fe son posibles en los espacios públicos y que las autoridades religiosas son consultadas y escuchadas por las autoridades civiles sobre determinadas cuestiones. También mencionó que ciertamente hay problemas en las escuelas, porque en ellas se protege especialmente la neutralidad; las escuelas están cerradas a las influencias exteriores, y esto requiere un ajuste constante. La entrevista puede verse en www.vaticannews.va/fr/eglise/news/2024-12/eglise-france-pape-francois-ajaccio-laicite-catechumene-afrique.html
Nuno da Silva Gonçalves
Es el director de La Civiltà Cattolica desde octubre 2023. Se licenció en Filosofía y Letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Portuguesa de Braga en 1981, y luego en Teología (1988) e Historia de la Iglesia (1991) en la Pontificia Universidad Gregoriana. Obtuvo su doctorado en la misma universidad en 1995, con la tesis: «Os Jesuítas e a Missão de Cabo Verde (1604-1642)». Entre 2005 y 2011, fue Provincial de la Compañía de Jesús en Portugal. En 2011, fue nombrado Académico de Mérito de la Academia Portuguesa de Historia. El 21 de marzo de 2016, fue nombrado Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, cargo que ocupó hasta agosto 2022. Antes de asumir como director de nuestra revista, ya formaba parte del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica.

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