Antes de que el 13 de marzo de 2013 fuera elegido como el primer Papa latinoamericano de la historia, llegado «desde el fin del mundo» como él mismo reconoció en su saludo inaugural como pontífice, Jorge Mario Bergoglio vivió 76 años casi ininterrumpidos en América Latina.
Esa particularidad inédita en la historia bimilenaria de la Iglesia (que se sumaba a la también novedosa elección de un jesuita como obispo de Roma), se demostró a lo largo de los años como un suceso de importancia, con ramificaciones concretas, que trasciende a la ya de por sí relevante anécdota.
Así, los primeros ocho años del pontificado del papa Francisco muestran no solo el fruto de las vivencias y aprendizajes que Bergoglio adquirió, de manera consciente y activa o inconsciente y pasiva, en los largos años que transcurrió en América Latina, sino que, como contraparte, dejan como bagaje un rico corpus discursivo que el Papa ha producido en, para y desde la región.
De forma más o menos explícita, esos 76 años que vivió en Argentina, ricos en vínculos pastorales, educativos y episcopales que profundizaron su conocimiento del resto de la región, aparecen como el entramado que sostiene y da forma a muchos de los mensajes del Papa dirigidos a Latinoamérica o incluso al resto del mundo.
En ese marco, entre los temas que como gran novedad atraviesan los discursos del Papa, se destaca de manera particular su preocupación e interés por lo que a grandes rasgos podrían denominarse los procesos de integración regional. Así como Francisco ha expresado en más de una ocasión su conocimiento y aprecio por las fuerzas históricas que derivaron en la integración del Viejo Continente y el empeño de los que denomina “los padres fundadores” de la Unión Europea, el Papa ha tenido también palabras de apoyo y sostén a los procesos de integración latinoamericanos.
Con una mirada integracionista desde lo conceptual, sin caer en las reducciones cortoplacistas de las ondulaciones pendulares de la política latinoamericana, el Papa ha dejado entrever el vasto bagaje asimilado durante sus casi ocho décadas en la región, ya sea de forma consciente, en base a lecturas específicas, ya sea de una forma más inconsciente, considerando el tiempo de apogeo del pensamiento regional que lo atravesó durante las décadas de 1960 y 1970.
Es, por ejemplo, difícil no entrever trazos de la categoría de «Estados Continentales» del uruguayo Alberto Methol Ferré cuando el pontífice se refiere a la importancia de los procesos de unidad latinoamericana y el rol que puede tener como bloque en el concierto internacional de los próximos años. La misma analogía se puede pensar cuando Francisco ya explícitamente reconoce su admiración por próceres de las gestas independentistas continentales de inicios del siglo XIX, como José de San Martín y Simón Bolívar, e incluso otros más relegados por la historiografía oficial, como ese gran patriota latinoamericano que fue el uruguayo José Gervasio Artigas.
En sus discursos a la región se puede apreciar una novedosa interpretación, a la luz de los tiempos y desde el sillón de Pedro, basada en la condensación de toda una serie de pensadores latinoamericanos, que lejos de corsés ideológicos importados desde afuera, fueron importantes afluentes de ese océano de vastedad y profundidad que es el pensamiento de Bergoglio. Un pensamiento nacido en la periferia, y que ahora vuelve desde el centro (Roma), reelaborado y resignificado, hacia la América Latina en la que se desarrolló.
Pero no sólo de lecturas e inspiraciones académicas se nutrió Bergoglio en esas siete décadas y media que vivió en la región. También llega a servir a la Iglesia universal como pastor de Roma con una gran herencia de vivencias cotidianas que lo marcaron «desde el fin del mundo»: es el propio Papa quien, por ejemplo, ha señalado que las raíces de los puentes que ha tendido con otras religiones datan de un diálogo interreligioso de hecho que vivió en sus años como alumno de escuela en Argentina, en los que la convivencia con hijos de inmigrantes de buena parte del globo fueron forjando su conciencia interreligiosa y ecuménica.
A esos bagajes académicos y vivenciales sui generis es imposible no agregarles también la aguda precisión que tiene Francisco para describir las situaciones más variadas del continente, con conocimiento de la idiosincrasia, cultura y tradiciones de más de una decena de países, pese a haber sido un obispo que no viajó mucho fuera de su país natal.
En ese marco, dos aspectos de su vida antes de la elección como Papa aportan claves de interpretación. Por un lado, su experiencia pastoral en Buenos Aires, durante la que, como obispo cercano a los más necesitados en las villas miserias de la capital argentina, pudo tener contacto con representante de los más variados países de la región. De ahí, se puede conjeturar con cierta seguridad, proviene gran parte de su conocimiento no sólo de sus culturas y costumbres, sino de las especificidades de la religiosidad popular en cada uno de ellos.
También la geografía y la demografía de su Argentina natal aportan miradas que ayudan a comprender al Papa en esta dirección. Además de las segundas o terceras generaciones de inmigrantes europeos que ya han echado raíces en el país, la Argentina profunda se ha convertido en las últimas décadas del siglo XX en un polo receptivo de miles de migrantes sudamericanos. Conociendo esa Argentina, Bergoglio estuvo en contacto con inmigrantes que enriquecieron sus miradas sobre el resto del continente.
Por otro lado, en su época como provincial jesuita, Bergoglio fue un firme promotor de los intercambios con otros países de la región, además de haber incorporado vastas obras de pensamiento latinoamericano a los planes de estudio. Esa dinámica académico-cultural también le permitió en muchos aspectos enriquecer su encuentro con el resto de las culturas latinoamericanas. Además, como párroco de la Iglesia del Patriarca San José, en sus años de Rector del Colegio Máximo de San Miguel, mantuvo una relación estrecha con la comunidad paraguaya en torno a la Iglesia de los Santos Mártires.
Por último, se puede plantear que gran parte de ese bagaje latinoamericano (al tiempo que latinoamericanista) quedó plasmado en el Documento Final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Aparecida en 2007, y en el que Bergoglio estuvo a cargo de la comisión de redacción. Fue el lugar donde él plasmó parte de su cultura del encuentro y del diálogo para llevar adelante la comisión.
Ese documento se puede considerar, quizás, el último de los grandes aportes del episcopado latinoamericano a la Iglesia universal. Fue, según sostienen varias miradas, el punto en el que el futuro Papa terminó de plasmar su conciencia latinoamericanista: el propio pontífice ha reconocido que fue en 2007 cuando se despertó su inquietud por el ambiente, en base a los diálogos sostenidos con los obispos brasileños. Una década después los frutos quedarían plasmados en la encíclica Laudato si’ y en el Sínodo dedicado a la Amazonía.
De hecho, a la luz de los acontecimientos posteriores, muchos estudiosos vieron en ese documento el «inicio conceptual» de su pontificado. Incluso durante sus primeros meses como Papa, y hasta la publicación de Evangelii gaudium a fines de 2013, Francisco obsequió el Documento de Aparecida a más de un jefe de Estado que lo visitó.
Pero si lo que América Latina dio a Jorge Bergoglio durante sus primeros 76 años es un carril fundamental, las elaboraciones que Francisco ha dedicado a la región se vuelven imprescindibles para terminar de completar esa «autopista de dos sentidos» que se propone como figura para visualizar el lazo del pontífice con Latinoamérica.
Con siete viajes a América Latina[1], en los que visitó diez países de la región, el papa Francisco ha dedicado varios mensajes a la población del continente con más católicos del mundo, con una sensibilidad y conocimiento de sus realidades, preocupaciones y desafíos que llevan la marca registrada de los años que vivió en su Argentina natal.
Sus visitas a América Latina han seguido hilos conductores que dan cuenta de las características comunes de la región, de los temas que unen a los países desde el sur del Río Bravo hasta Ushuaia, al tiempo que muestran las realidades particulares de cada nación latinoamericana. Cada una de esas naciones es una cara del poliedro que conforma la realidad latinoamericana como un conjunto.
Al mismo tiempo, la lectura de sus palabras debe muchas veces considerar también, como elemento para-textual, el lugar de la enunciación: el Papa ha dado discursos de alcance global durante sus visitas a la región desde lugares de enorme simbolismo y representatividad del tema elegido. Sus palabras sobre la inmigración desde la frontera mexicano-estadounidense en 2016, convertida en símbolo del drama de miles de personas durante el cuatrienio 2016-2020, o sus peticiones de diálogo en septiembre de 2015 desde la Cuba que recién retomaba relaciones con Estados Unidos, son muestras cabales en esa dirección. Hablar al centro desde las periferias.
Los hilos conductores del Papa para la región
Si bien la producción de Bergoglio como Papa sobre América Latina excede largamente los discursos hechos durante sus viajes, las palabras que Francisco ha pronunciado en sus visitas a la región constituyen un corpus suficiente y abarcable a los fines de este artículo. Estos discursos permiten dar una primera mirada sobre algunos de los temas regionales (a la vez que, como veremos, universales) que preocupan al primer pontífice de la historia nacido y crecido en la región.
Inscríbete a la newsletter
Entre ellos, hay cinco temas que han aparecido con mayor frecuencia en los discursos del Papa y que presentaremos en el artículo: las referencias a los denominados «padres fundadores» de Latinoamérica; sus palabras hacia las mujeres latinoamericanas; sus discursos a los jóvenes del continente; sus encuentros con las personas privadas de la libertad; y sus críticas a la corrupción y al liberalismo, que acompañan su reclamo de una economía «con rostro humano».
Los padres fundadores y la «Patria grande»
En un marco en el que el proceso integrador de América Latina corre varias décadas por detrás de la unidad europea, su institución más longeva, el Mercosur[2], acaba de cumplir 30 años sin que los países miembros, más allá de los avances y retrocesos que ha tenido su expansión, se hayan aún puesto de acuerdo en temas como aranceles y monedas comunes o el pleno funcionamiento del Parlamento regional, aún rengo de representatividad y sin atribuciones para tomar decisiones vinculantes.
Es en ese contexto que, desde el inicio de su pontificado, el Papa ha revalorizado la importancia de los procesos de integración regional. Quizás una de las referencias más explícitas tuvo lugar en el primer discurso que dio al visitar, en enero de 2019, Panamá, país bisagra entre la América Central y la del Sur, fuelle inobjetable en cualquier intento por integrar a los dos subcontinentes. «Comienzo mi peregrinación en este histórico recinto donde Simón Bolívar, como lo acaba de recordar el señor Presidente, afirmó que “si el mundo hubiese de elegir su capital, el istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino”, y convocó a los líderes de su tiempo para forjar el sueño de la unificación de la Patria Grande», planteó el Papa en esa oportunidad, para luego agregar: «Convocatoria que nos ayuda a comprender que nuestros pueblos son capaces de crear, forjar y, sobre todo, soñar una Patria Grande que sepa y pueda albergar, respetar y abrazar la riqueza multicultural de cada pueblo y cultura», agregó luego.
En un sentido similar se expresó el Papa en 2016, en una carta enviada al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) con motivo de la celebración de los 200 años de la Independencia de su país, en la que llamó a rezar por «la Patria Grande, la que soñaron San Martín y Bolívar» y pidió que «el Señor la cuide, la haga fuerte, más hermana y la defienda de todo tipo de colonizaciones».
También en su visita a Bolivia, en 2015, el Papa dirigió un llamado especial a continuar el proceso de unidad continental iniciado 200 años antes: «En estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país, la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antaño, llaman la “Patria Grande”. Les pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esta unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia».
Ya sea desde el país «conector» de las dos realidades latinoamericanas (Panamá), ya sea frente a una de las más novedosas formas de organización popular que puede exhibir la región (Bolivia), o desde su Argentina natal, la apuesta del Papa en favor de un proceso integrador que recupere la herencia de las primeras gestas, y despojado de cualquier partidismo, se vuelve evidente.
Las mujeres latinoamericanas
Las referencias del Papa a la mujer latinoamericana han sido una constante de sus palabras sobre la región, partiendo de la alta estima que el pontífice tiene por quienes, considera, han sabido custodiar y transmitir la fe a lo largo de las generaciones.
Durante su viaje a Paraguay en 2015, el Papa afirmó: «Todos ustedes, todos los paraguayos, tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho carne estas palabras del Evangelio. Y quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas que, con gran valor y abnegación, han sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua. Ustedes tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo, junto a María. Han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclusive “esperando contra toda esperanza”. Y cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotros, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América».
Esa cercanía y reconocimiento del Papa a la labor femenina en la Iglesia quedó de manifiesto también en 2018, cuando la plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina eligió como tema «La mujer como pilar en la edificación de la Iglesia y construcción de la sociedad latinoamericana». En ese entonces, planteó que, en América Latina, los pueblos están conformados por un mestizaje aún no acabado, desigual, porque aún no ha incorporado todas las distintas razas. La mujer latina es hija de ese mestizaje, muchas veces generado por la violencia, lamentó.
Pero las referencias del pontífice al papel de la mujer no se agotan en el reconocimiento de un rol pasado. Con un dinamismo discursivo siempre aggiornado al tiempo histórico, Francisco ha sabido incorporar problemáticas actuales desde las cuales referirse al rol y a las preocupaciones de la mujer en el continente.
Así fue que, durante su visita a Perú en 2018, Francisco alertó sobre los «numerosos casos de feminicidio» que azotan a América Latina: «Quiero invitarlos a luchar contra una plaga que afecta a nuestro continente americano: los numerosos casos de feminicidio. Y son muchas las situaciones de violencia que quedan silenciadas detrás de tantas paredes. Los invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo que se promueva una legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia».
En esa misma gira, el Papa había asegurado que «no se puede “naturalizar” la violencia, tomarla como algo natural. No, no se “naturaliza” la violencia hacia las mujeres, sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades».
Una vez más, un discurso en la región, para la región y desde la región al mundo: la violencia de género ya había alcanzado en ese año situación de emergencia global, en un marco en el que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) consideraba entonces que América Latina y el Caribe era la zona del mundo con mayores índices de violencia contra la mujer, con la «la tasa mayor de violencia sexual fuera de la pareja» a nivel global[3].
Las cárceles y el problema de la reinserción social
Durante sus viajes apostólicos a América Latina las visitas a cárceles y centros de reclusión han sido una constante[4]. En sus encuentros con personas privadas de libertad, el Papa ha planteado siempre un horizonte de esperanza, el cual, atendidas las particularidades de cada uno de los centros visitados (para mujeres, para jóvenes, entre otros), evidencia y articula su visión, que apunta en primer lugar a una «reinserción».
«Pedro y Pablo, discípulos de Jesús también estuvieron presos. También fueron privados de la libertad», planteó, por ejemplo, al visitar un centro de detención en Bolivia, en 2015. «Reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad», dijo entonces a las personas privadas de su libertad.
Y respondiendo a un detenido, cuyo testimonio venía de escuchar, el Papa le dijo: «Son muchos los elementos que juegan en su contra en este lugar –lo sé bien, y vos mencionaste algunos con mucha claridad: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la carencia de facilidades de estudios universitarios, lo cual hace necesaria una rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas».
Con un pensamiento similar se dirigió a los detenidos que visitó durante su viaje a México en 2016: «La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza “afuera”, en las calles de la ciudad». Y agregó que: «el problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social».
También durante su visita a Chile en 2018 a una cárcel de mujeres, el Papa buscó darle un enfoque regional y global al tema: «Todos sabemos que muchas veces, lamentablemente, la pena de la cárcel puede ser pensada o reducida a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. Es lo que les decía yo sobre la esperanza, es mirar adelante, generar procesos de reinserción. Este tiene que ser el sueño de ustedes: la reinserción. Y si es largo llevar este camino, hacer lo mejor posible para que sea más corta, pero siempre reinserción. La sociedad tiene la obligación, obligación de reinsertarlas a todas (…) La seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad».
Los jóvenes
Si en sus encuentros con personas privadas de libertad el denominador común fue la convocatoria a no perder el horizonte de la reinserción, con igual prospectiva de futuro se dirigió siempre a los jóvenes de la región, a los que en cada uno de sus encuentros invitó a «soñar» y a sentirse parte de una «esperanza»[5].
APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES
En julio de 2015, al visitar Paraguay, el Papa pidió a Jesús «por los chicos y chicas que no saben que Vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar».
Ese mismo año, al hablar frente a jóvenes cubanos, los animó: «Ustedes están parados y yo estoy sentado. Qué vergüenza. Pero, saben por qué me siento, porque tomé notas de algunas cosas que dijo nuestro compañero y sobre estas les quiero hablar. Una palabra que cayó fuerte: soñar. Un escritor latinoamericano decía que las personas tenemos dos ojos, uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos. Con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. Está lindo, ¿eh? En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar, está clausurado en sí mismo, está cerrado en sí mismo».
En febrero de 2016, al visitar México, dialogó con un joven que había lamentado perder «el encanto de disfrutar del encuentro»: «Perdimos el encanto de caminar juntos, perdimos el encanto de soñar juntos y para que esta riqueza, movida por la esperanza, vaya adelante, hay que caminar juntos, hay que encontrarse, hay que soñar. No pierdan el encanto de soñar. Atrévanse a soñar. Soñar, que no es lo mismo que ser dormilones, eso no, ¿eh?».
Con igual positividad animó a los jóvenes con los que se reunió en Chile en enero de 2018, a los que llamó a «arriesgarse, correr riesgos». «Queridos amigos, sean valientes, salgan “al tiro” al encuentro de sus amigos, de aquellos que no conocen o que están en un momento de dificultad».
Condenas al neoliberalismo y la corrupción
En una región en la que la aplicación de recetas neoliberales y los entramados de corrupción fueron las dos caras de una misma moneda en las últimas décadas, especialmente en los años 90, el Papa ha manifestado su enfático rechazo a los dos fenómenos, en un contexto en el que la región se presenta como la más desigual del planeta en términos de ingreso[6].
Las primeras reflexiones del Papa sobre la corrupción datan de inicios de la década de 1990, luego de un caso policial que conmocionó a Argentina y que mostró el entramado de corrupción a nivel policial y político. Casi 30 años después, al regresar del viaje a Chile y Perú, el Papa planteó a los periodistas que en Latinoamérica «hay muchos focos de corrupción».
La elaboración del Papa sobre el tema, que – reconoce –, toca también a «algunos países de Europa», ha tenido un desarrollo específico desde la región. Además de las específicas condenas a la corrupción en el ámbito político, quizás la forma más extendida a nivel de los medios de comunicación, Francisco va más allá y plantea su denuncia de las pequeñas acciones cotidianas que derivan en la práctica. «El político tiene mucho poder. También el empresario tiene mucho poder. Un empresario que les paga la mitad a sus obreros es un corrupto, y una ama de casa que está acostumbrada y cree que es lo más normal explotar a las mucamas, ya sea con el sueldo ya sea con el modo de tratar, es una corrupta, porque ya lo toma como normal», sostuvo al regresar de su gira sudamericana de enero de 2018.
Con la misma fuerza se había pronunciado el Papa durante la gira, especialmente en Perú, cuando convocó a «estar muy atentos a esa otra forma —muchas veces sutil— de degradación ambiental que contamina progresivamente todo el entramado vital: la corrupción. Cuánto mal le hace a nuestros pueblos latinoamericanos y a las democracias de este bendito continente ese “virus” social, un fenómeno que lo infecta todo, siendo los pobres y la madre tierra los más perjudicados. Lo que se haga para luchar contra este flagelo social merece la mayor de las ponderaciones y ayudas… y esta lucha nos compromete a todos. “Unidos para defender la esperanza”, implica mayor cultura de la transparencia entre entidades públicas, sector privado y sociedad civil, y no excluyo a las organizaciones eclesiásticas. Nadie puede resultar ajeno a este proceso; la corrupción es evitable y exige el compromiso de todos».
Las palabras de Francisco fueron, una vez más, desde lo local a lo regional y lo global. Al momento de su llegada, el país estaba convulsionado por el escándalo de corrupción de la empresa brasileña Odebrecht, que salpicó a los gobiernos de los exmandatarios Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011), Ollanta Humala (2011-2016) y del mismo Pedro Pablo Kuczynski, jefe de Estado al momento de la llegada del pontífice al país.
También durante su visita a Paraguay en 2015, el Papa planteó que «ningún político puede cumplir su rol, su trabajo, si está chantajeado por actitudes de corrupción: “Dame esto, dame este poder, dame esto o, si no, yo te voy a hacer esto o aquello…”. Eso que se da en todos los pueblos del mundo – porque eso se da -, si un pueblo quiere mantener su dignidad tiene que desterrarlo. Estoy hablando de algo universal», denunció. Una vez más, como con las mujeres, los jóvenes y las cárceles: mensajes que tienen en cuenta la problemática local, pero leídos en clave regional y con un alcance global.
Si en palabras del Papa la corrupción es la “gangrena” de la sociedad, el sistema neoliberal aplicado sin freno en algunos países de la región a partir de la ola de dictaduras de los años 70 y hasta el boom del avance de los denominados Chicago boys de la década del 90, es directamente una «economía que mata».
En su visita a Bolivia, en le marco del mismo viaje apostólico, durante el encuentro con los movimientos populares el Papa expuso un principio social irrenunciable: «La primera tarea es poner la economía al servicio de los pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos “NO” a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata».
En términos similares se expresó al visitar luego Paraguay: «El desarrollo económico tiene que tener rostro humano. ¡No, a la economía sin rostro! Y en sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias. Traer el pan a casa, ofrecer a los hijos un techo, ofrecer salud y educación, son aspectos esenciales de la dignidad humana, y los empresarios, los políticos, los economistas, deben dejarse interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad».
Incluso en Chile, el país de la región que durante años fue tomado como ejemplo de las supuestas virtudes de una economía más orientada al mercado, el Papa convocó en 2018 a «una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos».
Al regresar de ese viaje, en diálogo con los periodistas que lo acompañaron, Francisco incluso recordó que hay «países en América Latina con políticas liberales que han llevado al país a una pobreza más grande», al tiempo que opinó que «en general, una política liberal que no implica a todo el pueblo es selectiva y reduce».
En el ámbito de las reflexiones políticas del Papa se inscriben también sus pensamientos sobre los fenómenos de concentración mediática y la conversión de las empresas periodísticas en actores políticos de las sociedades modernas. En ese marco, dos homilías del Papa en 2018 aparecen como advertencias sobre el rol de los medios de comunicación en las democracias modernas. «Las dictaduras, todas, han comenzado así, con adulterar la comunicación, para poner a la comunicación en las manos de una persona sin escrúpulos, de un gobierno sin escrúpulos», planteó el 18 de junio de 2018. Ese día, el Papa explicó el proceso: «existe una ley de los medios de comunicación, se cancela esa ley; se entrega todo el aparato comunicativo a una empresa, a una sociedad que calumnia, que dice falsedades, debilita la vida democrática. Luego vienen los jueces a juzgar a esta institución debilitada, estas personas destruidas, condenadas, y así va adelante una dictadura». El Papa no se refirió específicamente a ningún país, pero los paralelismos con la América Latina actual eran evidentes.
Un mes antes, durante la homilía del 17 de mayo, el Papa había planteado otras señales de advertencia sobre el rol y uso de los medios de comunicación cuando se destinan a la política con «p» minúscula, y no a aquella construida para el bien común. «En la vida civil, en la vida política, cuando se quiere hacer un golpe de Estado, los medios de comunicación comienzan a hablar mal de la gente, de los dirigentes, y, con la calumnia, la difamación, los ensucian. Después llega la justicia, los condena, y al final, se hace el golpe de Estado. Se trata de uno de los sistemas más denigrantes». Una persecución que se ve también cuando «la gente en el circo gritaba para ver la lucha entre los mártires y las fieras o los gladiadores».
Hacia el futuro: del Continente de la esperanza al de la realidad
Con hilos conductores en cada uno de sus viajes, el Papa ha aprovechado sus discursos en América Latina para recorrer las problemáticas y preocupaciones regionales, pero con un enfoque que, siempre teniendo en cuenta lo local como punto de partida, no abandona jamás la dimensión global.
Muchos de los ejes de los discursos del Papa, como su preocupación por la violencia contra la mujer o sus palabras de aliento a jóvenes y personas privadas de su libertad, muestran el conocimiento de Francisco por las urgencias locales, pero ofrecen también trazos conceptuales para que sean oídos y leídos más allá de los confines latinoamericanos.
Puede pensarse que los años que el Papa vivió en el continente, con las experiencias, lecturas y conocimientos acumulados, le dieron al pontífice la intuición para discernir no sólo sobre qué ejes puntualizar sus discursos sobre la región, sino también cómo dotarlos de un simbolismo aún mayor, incorporando el lugar desde el que los pronuncia a la importancia específica del contenido.
Fue también así como, desde una Ecuador que es una de las naciones con mayor biodiversidad del planeta, dirigió al mundo un discurso sobre la defensa de la naturaleza en el que planteó que «ser administradores de esta riqueza que hemos recibido nos compromete con la sociedad en su conjunto y con las generaciones futuras».
En esa misma gira, en el país con mayor número de indígenas de Latinoamérica, Bolivia, Francisco pidió «humildemente perdón (…), no solo por las ofensas de la propia Iglesia católica, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada Conquista de América».
Esa misma dialéctica entre lo regional y lo global hizo que el drama de la inmigración que cruzaba a México a inicios de 2016, en medio del endurecimiento de las políticas estadounidenses en la materia, lo llevara a referirse a la situación mundial. «No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global».
Con sus discursos en la región, en los que son evidentes los trazos de las experiencias acumuladas durante los 76 años que vivió en América Latina, Francisco se ha mostrado como un gran conocedor de los problemas de cada país y siempre ha dejado mensajes relevantes para el ámbito local, insertados en un contexto regional y, a la vez, con una dimensión global. Ha sido una de las formas en las que, a la luz del tiempo histórico, ha envalentonado a la región para que haga concreto el llamado de sus predecesores, que la habían catalogado como el «continente de la esperanza”, y pueda finalmente pasar a ser el continente de la realidad.
-
Francisco en sus viajes apostólicos visitó los siguientes países: Brasil en 2013; Ecuador, Bolivia y Paraguay en 2015; Cuba (y EE.UU.) en 2015; México en 2016; Colombia en 2017; Chile y Perú en 2018; Panamá en 2019. ↑
-
El Mercado Común del Sur (MERCOSUR) es un proceso de integración regional instituido inicialmente con la firma del denominado Tratado de Asunción el 26 de marzo de 1991 por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, al cual, en fases posteriores, se han incorporado Venezuela y Bolivia, ésta última en proceso de adhesión. Su territorio tiene una extensión de 14.869.775 km². Su población supera los 295.007.000. Además de configurarse en su conjunto como la quinta economía mundial, posee una rica biodiversidad y una de las más importantes reservas de agua dulce del planeta: el Acuífero Guaraní. ↑
-
Según los datos de la Comisión Económica de América Latina y el Caribe (Cepal), durante 2019 un total de 4.640 mujeres fueron asesinadas por razones de género en la región. Con 13 muertes diarias, los números mostraron un aumento de 1,8% respecto de 2018. ↑
-
De acuerdo al Informe World Prison Population List, las cifras mostraban a inicios de 2020 una tasa de 262 reclusos por cada 100.000 habitantes, muy por sobre la media mundial de 145 por cada 100.000 habitantes. Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de mediados de 2020, otro factor del hacinamiento responde a un incremento sustancial en el uso de la prisión preventiva, pues cerca del 41% de los detenidos aún no ha recibido sentencia. ↑
-
Las constantes invitaciones del Papa a que los jóvenes miren hacia el futuro se dan en un marco en el que en América Latina y el Caribe hay 9,4 millones de jóvenes desempleados, 23 millones que no estudian ni trabajan ni están en capacitación, y más de 30 millones sólo consiguen empleo en condiciones de informalidad, de acuerdo con el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2020. La tasa de participación laboral de los jóvenes (de 48,7% en 2020), ha estado descendiendo en forma leve pero persistente desde el año 2000, cuando era de 53,7%. Esto significa que en la actualidad hay más de 52 millones de personas entre 15 y 24 años en la fuerza de trabajo regional, incluyendo los ocupados y aquellos que están desocupados pero buscan activamente un empleo. ↑
-
La brecha dentro de los propios países de la región generaba, a fines de 2019, que una persona nacida en un barrio rico de una de las capitales de Sudamérica tuviera una esperanza de vida 18 años mayor que alguien originario de un barrio pobre, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Además, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se estima que en 2020 unos 491 millones de latinoamericanos vivían con ingresos hasta tres veces la línea de pobreza, y alrededor de 59 millones de personas que en 2019 pertenecían a los estratos medios experimentaron un proceso de movilidad económica descendiente. ↑