Espiritualidad

El discernimiento de los espíritus: II. La consolación

© iStock

El sentido de la consolación en los Ejercicios Espirituales

Después de haber tratado el tema de la desolación[1], veamos ahora el otro gran pilar del discernimiento de espíritus que propone el camino de los Ejercicios Espirituales (EE), la consolación. Aunque ciertamente más seductora y deseable que su «hermana especular», la consolación no está exenta de escollos y peligros para quienes, como el ejercitante, buscan la voluntad de Dios. En efecto, hay consuelos que son buenos sólo en apariencia y nos pueden engañar fácilmente (cfr. EE 329-336). Por eso se requiere madurez en la persona (propia de quien no se deja deslumbrar simplemente por lo que brilla), capacidad de valoración crítica y, sobre todo, libertad interior.

Ignacio presenta la consolación espiritual en estos términos: «Llamo consolación cuando en el alma se causa alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y consecuentemente cuando ninguna cosa creada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas por amor de su Señor, ya sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza; finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, aquietándola y pacificándola en su Creador y Señor» (EE 316).

Aquí se ofrece la descripción de una situación interior, desde luego no una definición. La primera característica es que se trata de un «movimiento íntimo», no superficial, que toca en lo más profundo pero no es llamativo. En segundo lugar, esta situación interior está vinculada al pilar en torno al cual gira el camino de los Ejercicios, el «Principio y fundamento» («amar todas las cosas en su Creador»)[2]; en esta perspectiva, incluso el dolor puede convertirse en motivo de consuelo (es muy distinto, por tanto, de un simple «sentirse bien»), porque reconduce a la verdad de la relación con Dios[3]. El punto de inflexión decisivo en la vida de Ignacio está ligado al accidente que le ocurrió en Pamplona, que le vio herido y enfermo durante mucho tiempo: ese tiempo se convirtió en la ocasión para una transformación radical de su relación con Dios[4]. Por último, es interesante que, al nombrar las virtudes teologales, Ignacio comience por la esperanza, entendida como aquello que señala el camino.

Pero la consolación, como se ha dicho, puede convertirse también en una tentación, ya que uno puede tratar de «poseerla», volviéndose dependiente de ella hasta el punto de preferirla a la propia relación con Dios, interrumpiendo su camino. Para Ignacio, en cambio, es el oasis donde uno se reabastece, y luego reemprende su camino más rápidamente (cfr. EE 323).

Como en el caso de la desolación, también aquí es importante precisar que el «sentir» no es el criterio de discernimiento, sino el contenido a interpretar, a la luz de la propia historia. El mero «sentimiento» puede ser extremadamente ambiguo si se aísla del contexto de referencia.

Las «reglas» para el tiempo de consolación

Ignacio no deja tranquilo al ejercitante ni siquiera cuando se encuentra consolado. Y con razón. La consolación, como se ha dicho, es más ambigua y peligrosa, porque uno puede apegarse a ella, convirtiéndose fácilmente en esclavo de la misma; no en vano es una de las formas más frecuentes de tentación para quienes comienzan un camino espiritual. Y es que los consuelos pueden proceder tanto de los buenos como de los malos espíritus (cfr. EE 331). Por eso vale la pena seguir las reglas individuales presentadas por Ignacio.

Este señala, en primer lugar, cómo la auténtica consolación no puede identificarse con la alegría ruidosa y superficial: no sólo es profunda y discreta, sino que es sobre todo gratuita, se percibe como un don desinteresado. Además, es humilde, no es egocéntrica, es sobreabundante, da fuerza para seguir adelante. El discernimiento se convierte así en una forma sutil de desenmascaramiento. Ignacio invita a ejercitar el sentido crítico de la sospecha ante lo que se oye o se presenta, especialmente cuando uno está haciendo cambios en su vida[5].

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

En segundo lugar, el consuelo de Dios no tiene causa: no viene de mi propia reflexión u oración, viene como un don inesperado, sin preparación previa, sin mediación, y tiene como objeto central el amor a Dios[6].

El estilo característico del enemigo es «entrar con lo nuestro y salir con lo suyo». Se presenta de manera solapada, disfrazada, nunca clara: toca los asuntos más queridos y engaña al alma piadosa (de ahí la importancia, como se verá, del punto de llegada de los pensamientos para reconocer de qué se trata). «Poco a poco»: el mal entra a escondidas, sin que la persona sea consciente de ello[7].

En esta paciente pero indispensable labor de reconocer el origen y la verdad de los propios pensamientos, Ignacio pone gran énfasis en la importancia de los criterios afectivos («suavidad, alegría») e intelectuales («reconocidos») para el discernimiento: «cuando el enemigo de natura humana fuere sentido y conocido de su cola serpentina y mal fin a que induce, aprovecha a la persona que fue por él tentada, mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le trajo, y el principio de ellos, y cómo poco a poco procuró hacerla descender de la suavidad y gozo spiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la tal experiencia conocida y notada, se guarde para adelante de sus acostumbrados engaños» (ES 334).

Hay una invitación a aprender de lo que sucede, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más se conoce uno a sí mismo, más percibe por dónde entra el mal espíritu, sus contraseñas, las puertas de entrada al corazón, los puntos en los que es más sensible. Así como la dimensión temporal vuelve de nuevo («poco a poco»), la dulzura se vuelve con el tiempo dureza, se quita la máscara y se revela como lo que realmente es. Aquí Ignacio se refiere a la orientación radical y práctica de la persona que se manifiesta en el transcurso del tiempo, en el que se revela cada vez más libre y orientada a la voluntad de Dios o, por el contrario, inclinada al vicio y a las malas costumbres («de lo bueno a lo mejor / de lo malo a lo peor»). Todo lo que distrae del fin para el que el hombre fue creado (cfr. EE 23) procede del mal espíritu, que perturba. Según la orientación concretamente elegida por la persona, Dios y el enemigo son percibidos de manera igualmente antitética, como algo atractivo o molesto[8].

El discernimiento presenta así sus propias precisiones y leyes, que, junto con la ayuda indispensable de la gracia de Dios, permiten vivir la experiencia espiritual de un modo cada vez más íntimo y ordenado, como una especie de segunda naturaleza.

La consolación en la vida de Ignacio

Ignacio apela al ejercicio de la sospecha, porque se da cuenta de que el enemigo, que al principio le tentó para el mal, se presenta después con falso disfraz, tratando de engañarle. Constata este hecho en varias ocasiones, relatadas en la Autobiografía (A). Destacan dos en particular.

La primera ocurre después de las terribles pruebas que le han atormentado durante meses. El enemigo cambia ahora de táctica, tentándole bajo la apariencia del bien: «Cuando se iba acostar, muchas veces le venían grandes noticias, grandes consolaciones espirituales, de modo que le hacían perder mucho del tiempo que él tenía destinado para dormir, que no era mucho» (A 26). Como estos pensamientos se repetían varias veces, Ignacio empezó a sospechar. Una cosa en particular le parece extraña: estos pensamientos, aparentemente devotos, le distraen del camino que está recorriendo. Por tanto, están fuera de lugar, no ocurren cuando dedica un tiempo especial a la oración. Hay un cierto «desorden» en todo esto: «mirando él algunas veces por esto, vino a pensar consigo que tenía tanto tiempo determinado para tratar con Dios, y después todo el resto del día; y por aquí empezó a dudar si venían de buen espíritu aquellas noticias, y vino a concluir consigo que era mejor dejarlas, y dormir el tiempo destinado, y lo hizo así» (ibid.). Ignacio vuelve sobre lo que le ocurrió, ve que en última instancia le impide hacer cosas importantes (como rezar) y decide actuar de forma totalmente opuesta a lo que se le sugirió. Intelecto, afecto y voluntad se unen en esta decisión.

El segundo episodio se produjo cuando, habiendo decidido hacerse sacerdote, reanudó sus estudios después de muchos años: una tarea nada fácil debido a su edad, a la gran distancia que le separaba de las aulas y a la aridez del tipo de estudios (gramática y reglas que había que aprender de memoria). Y fue precisamente en esta situación cuando sintió que unos pensamientos dulces y persuasivos le distraían, hasta el punto de que ya no podía continuar sus estudios: «impedíale mucho una cosa, y era que, cuando comenzaba a decorar, como es necesario en los principios de gramática, le venían nuevas inteligencias de cosas espirituales y nuevos gustos; y esto con tanta manera, que no podía decorar, ni por mucho que repugnase las podía echar» (A 54).

Exactamente igual que en la circunstancia anterior, se observan algunos elementos comunes: estar fuera de lugar, llegar a destiempo, presentarse como un obstáculo para el trabajo a realizar, llevarle por mal camino, en lugar de ayudarle a conseguir el objetivo (cfr EE 23). «Y así, pensando muchas veces sobre esto, decía consigo: “ni cuando yo me pongo en oración y estoy en la misa no me vienen estas inteligencias tan vivas”; y así poco a poco vino a conocer que aquello era tentación» (A 55). El discernimiento es un proceso lento («poco a poco»), que se centra en lo que se repite («reflexionando a menudo») y desemboca en la deliberación.

En estos casos, Ignacio se enfrenta a una «verdad invertida», a un consejo que, sin embargo, es valioso para quien busca la voluntad de Dios. La tentación es una confirmación sub contraria specie de la bondad del propósito emprendido: las dificultades que surgen hablan de la importancia de lo que está en juego. Por eso, como hemos visto a propósito de la desolación[9], incluso en la falsa consolación hay que actuar exactamente al revés de lo que se sugiere. Y esto es lo que hace Ignacio: «Después de hecha oración se fue a santa María de la Mar, junto a la casa del maestro, habiéndole rogado que le quisiese en aquella iglesia oír un poco. Y así sentados, le declara todo lo que pasaba por su alma fielmente, y cuán poco provecho hasta entonces por aquella causa había hecho; mas que él hacía promesa al dicho maestro, diciendo: “yo os prometo de nunca faltar de oíros estos dos años, en cuanto en Barcelona hallare pan y agua con que me pueda mantener”» (ibid.).

El punto final es la petición de una confirmación, en el tiempo que sigue a la deliberación (el tiempo es sólo de Dios, sobre él nada puede hacer el enemigo) que habla de la posible verdad de la decisión tomada: «Y como hizo esta promesa con harta eficacia, nunca más tuvo aquellas tentaciones» (ibid).

En ambas situaciones, el elemento decisivo, que marca la diferencia, es el punto final del pensamiento: «Deja de estudiar gramática», es decir, no te hagas sacerdote, interrumpe el camino vocacional al que te llama el Señor.

El proyecto de Dios, en cambio, está animado por la continuidad y la perseverancia; su voz resuena con dulzura para quien busca cumplir su voluntad, sin sembrar la duda, la inquietud o la tentación de cuestionar continuamente el trabajo emprendido. Los Ejercicios Espirituales son una ayuda para permanecer fieles a la primera llamada, haciendo nuestra la invitación del Señor: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9,62).

Por eso Ignacio invita a considerar con mucho cuidado lo que se presenta a la mente, especialmente sobre el posible punto de llegada: «Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractora, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna» (EE 333).

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

La siguiente regla presenta tres criterios que resumen eficazmente el discernimiento ignaciano y manifiestan una antropología integral:

1) Un criterio principalmente intelectual: revisar el camino narrativo de los pensamientos, su comienzo, pero sobre todo su punto de llegada, porque la posible bondad del pensamiento se reconoce por sus frutos (cfr. Mt 7,16-20);

2) Un criterio afectivo: «si inquieta, perturba, quita la paz»;

3) Un criterio operativo: la conducta, el tipo de acciones u omisiones a que conducen los pensamientos y afectos tomados en consideración.

Discernimiento: algunos criterios sintéticos

Retomando algunas observaciones del P. Sergio Rendina, presentamos algunos puntos básicos que pueden ser de ayuda para el discernimiento en sentido ignaciano[10].

1) En primer lugar, el cotejo con la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia. El mismo Ignacio reconoce que si se hubiera limitado a escuchar su «sentir», se habría suicidado en el momento de mayor desesperación. De la misma manera, en la ola de un celo que ciertamente no estaba inspirado por la caridad («fuerte, pero superficial», como él mismo señala) sin duda habría matado al moro en el curso de la acalorada discusión sobre la virginidad postparto de María (cfr. A 15). Cuando las emociones no se educan y purifican (confrontándolas con la verdad de la doctrina de la fe), pueden jugar malas pasadas. La historia del cristianismo está llena de ejemplos elocuentes a este respecto.

Tal confrontación requiere una práctica de la oración que encuentra su principal referente en Jesucristo, crucificado y resucitado por nosotros. Ignacio, cuando decide cambiar de vida, se encuentra cada vez más con un ser extraño que al principio parece consolarle, y permanece confuso sobre su verdadera identidad. Pero cuando se detiene a rezar delante de una cruz, las cosas cambian: «Allí le apareció aquella visión que muchas veces le aparecía y nunca la había conocido, es a saber, aquella cosa que arriba se dijo, que le parecía muy hermosa, con muchos ojos. Mas bien vio, estando delante de la cruz, que no tenía aquella cosa tan hermosa color como solía; y tuvo un muy claro conocimiento, con grande asenso de la voluntad, que aquel era el demonio» (A 31). Al fin y al cabo, toda tentación es siempre un intento de eludir la cruz, y ante ella se quita la máscara.

Para arrojar luz sobre lo que está ocurriendo, el acompañamiento espiritual es de suma importancia. La disposición a la confrontación es siempre una buena señal en el proceso de discernimiento, mientras que la reticencia a darse a conocer o a manifestar el alma puede dificultar mucho el discernimiento. Sabemos que ésta es una regla expresamente recomendada por Ignacio: «cuando el enemigo de la naturaleza humana trae sus astucias y persuasiones al alma justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor o a otra persona spiritual, que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa: porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos» (EE 326).

Un requisito necesario para el acompañamiento es que la persona haya tenido previamente la experiencia fundamental de la filiación espiritual (la tantas veces referida consideración de la historia de la propia vida de fe, que es la base de la Primera Semana de los Ejercicios). De lo contrario, la relación se presta a malentendidos, incluso a dependencias perversas y, en cualquier caso, no capaces de favorecer el conocimiento, la madurez y el progreso espiritual[11]. El acompañante no debe sustituir al Señor ni a la otra persona. Esto no tiene nada que ver con la experiencia del acompañamiento, que literalmente significa «caminar al lado» de la otra persona, ayudándole a leer un camino ya iniciado. El mismo Ignacio no daba Ejercicios sino a personas que ya tenían un camino establecido de fe y oración.

2) Otro punto importante es prestar atención a las resonancias afectivas de la propia experiencia, observando si los sentimientos suscitados son superficiales o duraderos. Aquella cosa extraña recordada más arriba proporcionaba un consuelo ilusorio pero efímero: «Se deleitaba mucho y consolaba en ver esta cosa; y cuanto más veces la veía, tanto más crecía la consolación; y cuando aquella cosa le desaparecía, le entristecía» (A 19). Del mismo modo, es bueno evaluar si el consuelo es «íntimo» en el sentido visto anteriormente, o si se trata de la euforia superficial del momento. La capacidad de experimentar relaciones o la tendencia al repliegue sobre uno mismo son otras indicaciones fundamentales para reconocer la bondad de los sentimientos.

De ahí la importancia de los efectos de tal experiencia en la vida espiritual y apostólica, sobre todo en términos de libertad y gratuidad. La continuación del relato, el tiempo posterior a la deliberación o pensamiento surgido es también la posible confirmación o no de su verdad. El tiempo es siempre un parámetro fundamental en el discernimiento. Esto significa también cuestionar los afectos que despierta este pensamiento: ¿estoy libre o apegado? ¿Puedo renunciar a él? Ignacio había declarado que si la Compañía de Jesús fuera suprimida, él sólo necesitaría estar 15 minutos delante del Señor para volver a estar tranquilo. Un elemento característico de la experiencia de Dios es la docilidad, la capacidad de cuestionarse ante posibles críticas y objeciones: como Abraham, uno está dispuesto a sacrificar lo que más aprecia (cfr. Gn 22,1-19).

La vida de los santos es una ayuda para comprender este punto. Considérese, por ejemplo, lo que le ocurrió a santa Teresa de Ávila: ante la misión que Jesús le comunicó, la reforma del Carmelo, la santa encontró una fuerte oposición y críticas. Cuando su propuesta es rechazada, obedece a las autoridades, se somete a sus superiores, aunque en su opinión su valoración sea incorrecta. Esta libertad interior, nacida de la plena confianza en Dios, le permite no reaccionar emocionalmente ante los obstáculos, experimentando una extraña paz ante el crucifijo, del que se siente invitada a obedecer sin miedo: el proyecto se realizará de todos modos, ya que procede de Él. Y cuando sus confesores objetaron que sus supuestas apariciones eran obra del demonio y la obligaron a desechar esta visión, Teresa se mostró libremente dispuesta a dejar todo eso de lado, limitándose a observar que el tiempo lo determinaría, y ciertamente no ella. Del mismo modo, Ignacio presentó espontáneamente el texto de los Ejercicios Espirituales, fruto de sus experiencias místicas, a los teólogos de la Inquisición que le interrogaban sobre ellos, dispuesto a destruirlo si encontraba en ellos errores e inexactitudes[12].

3) Conocerse. En una anotación a los Ejercicios Espirituales, Ignacio previene contra los temperamentos volubles, histéricos o escrupulosos, que se inflaman con facilidad y se deprimen con la misma facilidad: podrían tomar decisiones imprudentes y poner en grave peligro su camino de fe (cfr. EE 14). Se ha visto repetidamente que el discernimiento requiere el uso de la inteligencia y el conocimiento de uno mismo, de las propias capacidades, así como de las áreas más frágiles o problemáticas de la personalidad. Éstas, si no se consideran y tienen en cuenta en la relación con el Señor, pueden llevar a rechazar el plan de Dios para la propia vida: «No se puede encontrar a Dios sino a través de lo que los hombres suelen experimentar, sentir y percibir: Dios se hace visible en el corazón humano, se hace percibir con los sentidos humanos […]. Para Ignacio, la verdadera autorrealización y la conexión intensa con Dios no son dos realidades opuestas, sino que están estrechamente condicionadas la una por la otra […]: en el mismo momento en que el hombre se vuelve decididamente a Dios, se encuentra a sí mismo»[13].

Una gracia que hay que pedir

El discernimiento sigue siendo, sin embargo, un don de la gracia de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir de haberse hecho experto y autosuficiente. Los padres espirituales observaron cómo el escollo más peligroso, el orgullo, puede asomar en quien se siente «experto» y ha perdido el sentido del asombro y de la gratuidad (lo que la Biblia llama «temor de Dios»), condición indispensable para acoger el don de la Sabiduría (cfr. Sir 1,1-18).

  1. Cfr. G. Cucci – M. Marelli, «El discernimiento de los espíritus. La desolación», en La Civiltà Cattolica, 1 de diciembre de 2023. Disponible en: https://www.laciviltacattolica.es/2023/12/01/el-discernimiento-de-los-espiritus-la-desolacion/
  2. «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados» (EE 23).
  3. Secondo Bongiovanni observa acertadamente a este respecto: «La experiencia espiritual de los Ejercicios Espirituales se sitúa en las antípodas de la búsqueda del sentirse bien consigo mismo o de la paz interior autorreferencial. Despojando al individuo egocéntrico, liberándolo de una comprensión mentirosa y desviada de la libertad (la del liberalismo contemporáneo, por ejemplo), el magis lo dinamiza relativizándolo cada vez en la radical gratuidad de un principio fundador (Principio y Fundamento) en el que se confía a sí mismo con y a través de los demás» (S. Bongiovanni, Per un bene più grande, Padua, Proget Edizioni, 2013, 22).
  4. Cfr. Ignacio de Loyola, s., Autobiografía, nn. 2-6.
  5. «Propio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación spiritual, trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias» (EE 329).
  6. «Sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Creador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad. Digo sin causa, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún objeto, por el cual venga la tal consolación mediante sus actos de entendimiento y voluntad» (EE 330).
  7. «Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con el alma devota, y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal alma justa, y después, poco a poco, procura de salirse trayendo al alma a sus engaños cubiertos y perversas intenciones» (EE 332).
  8. «En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido e inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor, tocan los sobredichos espíritus contrario modo; cuya causa es la disposición del ánima ser a los dichos ángeles contraria o similar; porque cuando es contraria, entran con estrépito y con sentidos, perceptiblemente; y cuando es similar, entra con silencio como en propia casa a puerta abierta» (EE 335).
  9. Cfr. G. Cucci – M. Marelli, «El discernimiento de los espíritus…», cit.
  10. Cfr. S. Rendina, L’itinerario degli Esercizi spirituali di s. Ignazio di Loyola, Roma, AdP, 2004.
  11. Cfr. al respecto las observaciones de G. Bunge, Akedia. Il male oscuro, Magnano (Bi), Qiqajon, 1999, 103.
  12. « Antes de esto, cuando hablaban de los Ejercicios, insistieron mucho en un solo punto, que estaba en ellos al principio; de cuándo un pensamiento es pecado venial, y de cuándo es mortal. Y la cosa era, porque, sin [ser] él letrado, determinaba aquello. Él respondía: “si esto es verdad o no, allá lo determinad; y si no es verdad, condenadlo”; y al fin ellos, sin condenar nada, se partieron» (A 68).
  13. H. Zollner, «Il discernimento ignaziano degli spiriti», en Civ. Catt. 2005 III 243 s, 249; cfr ES 121-126.
Giovanni Cucci – Massimo Marelli S.I.
Giovanni Cucci se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica". Massimo Marelli esVicerrector de la Iglesia del Gesù de Roma, enseña Teología Sacramental en la Pontificia Facultad Teológica de Cerdeña, Cagliari. Entre sus publicaciones destaca el libro Tutto è Cristo. I sacramenti via di salvezza (Apostolato della preghiera, 2017).

    Comments are closed.