Introducción
El padre Frans van der Lugt fue asesinado en Homs, Siria, el 7 de abril de 2014. Han pasado 10 años y todavía cristianos y musulmanes van a rezar todos los días a su tumba en el jardín de la residencia de los jesuitas.
El padre Frans – en árabe Abuna Francis – era un sacerdote jesuita originario de los Países Bajos. Murió pocos días antes de cumplir 76 años. Entre los que enviaron mensajes de condolencia estaban el Papa Francisco, las Naciones Unidas y el gobierno holandés.
Unos meses antes, se habían emitido en todo el mundo mensajes de televisión en los que el P. Frans suplicaba que se pusiera fin al asedio de Homs, donde la gente se moría de hambre. En Siria, la guerra civil duraba ya varios años. En el centro de la ciudad de Homs, los rebeldes y las tropas gubernamentales luchaban de calle en calle, de casa en casa. Una pequeña zona, donde se encuentra la residencia de los jesuitas, había sido ocupada por las fuerzas rebeldes. Esa parte de la ciudad estaba aislada: la gente no podía entrar ni salir de ella, y la entrada de suministros estaba prohibida. El P. Frans hizo un llamamiento televisado, pidiendo paz y alimentos. Permaneció en Homs, con la gente.
El padre Frans había llegado a Oriente Próximo en 1964, y se instaló en Siria en 1980. Durante sus años allí, había «tendido puentes» entre cristianos y musulmanes, entre católicos y ortodoxos, entre ancianos y jóvenes. Era famoso por las «excursiones» que organizaba, marchas de varios días por las montañas. Eran caminatas extenuantes, desafiantes y saludables. Caminaba con los jóvenes y sacaba lo mejor de ellos. También había fundado un centro de ayuda para niños discapacitados y una empresa vinícola. Era sirio con los sirios.
Un año después de su muerte, se publicó en Holanda un libro sobre él: Frans van der Lugt, constructor de puentes y mártir. Su vida y su muerte pueden resumirse así: tendió puentes entre la gente y fue asesinado por dar testimonio.
Antes de Siria
Frans van der Lugt creció en Ámsterdam, Holanda, en el seno de una familia católica; su padre era banquero. Frans estudió en el colegio Sint Ignatius de Ámsterdam. El hecho de que sintiera la llamada a hacerse jesuita sorprendió a muchos, sobre todo a su novia, porque se había ganado fama de fiestero. Pero en realidad detestaba la superficialidad de las fiestas mundanas y ser popular entre sus compañeros, como escribió más tarde cuando entró en el noviciado. Tras dos años de noviciado y tres de estudios filosóficos en Holanda, en 1964 viajó a Oriente Próximo para aprender árabe.
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Tras la crisis de Suez de 1956, los franceses fueron menos bienvenidos allí, y lo mismo ocurrió con los jesuitas. Por otra parte, el joven estado de Indonesia, desde su independencia en 1949, era menos hospitalario con los misioneros de Holanda, los antiguos colonos. Esta combinación de factores dio lugar al envío de jesuitas holandeses al Líbano, Siria y Egipto. El P. Peter-Hans Kolvenbach – que sería Superior General de la Compañía de Jesús de 1983 a 2008 – fue uno de los primeros jesuitas holandeses enviados a Oriente Medio, y Frans van der Lugt fue uno de los 30 que siguieron el mismo camino.
Más tarde, Frans estudió teología en Lyon-Fourvière, y también se licenció en psicología. Sus cualidades como orientador y psicoterapeuta ayudarían a muchos jóvenes a encontrar su camino en la vida. El día de su ordenación sacerdotal, en 1971, dijo: «Debemos aceptar que nuestras manos están vacías. Poco importa que estén llenas o sucias. Nuestras manos están vacías porque debemos ser capaces de recibir, siempre. Sólo cuando sabes recibir puedes aprender a dar.
«Sólo con las manos vacías puedes acoger de verdad a tu prójimo, llenarte las manos de él, darle espacio en tus brazos, llamarle por su nombre, hablar su lengua. Es Pentecostés, hablar el lenguaje de la gente, hablar de tal manera que el otro pueda reconocerse en lo que le decimos y pueda llegar a conocerse a sí mismo.
«Sólo con las manos vacías podemos dar para que los demás no se sientan humillados o sometidos. He encontrado todo esto en una persona que me atrae profundamente, un hombre capaz de vivir simplemente con las manos vacías: Jesús de Nazaret. Sabiendo vivir con las manos vacías, siempre dejó espacio en su vida para su Padre y para los hombres, sus hermanos. Viviendo así, hizo nacer a Dios en la vida de los demás»[1].
En Siria
Desde 1980, el P. Frans siempre vivió y trabajó en Siria: hizo sus votos solemnes en Homs en 1982, fue capellán de estudiantes y profesor de religión. Durante 12 años en Damasco llevó a cabo diversos ministerios con jóvenes y religiosos, dando retiros espirituales. En 1993 regresó a Homs, donde se convirtió en superior de los jesuitas y, con el apoyo de su familia y amigos holandeses, puso en marcha el centro Al Ard («La Tierra») para niños discapacitados. Cuando estalló la guerra civil en 2011, hubo que interrumpir las actividades y los edificios fueron ocupados por otros.
Frans se trasladó de Al Ard a la residencia de los jesuitas en el centro histórico de Homs. Decidió quedarse allí para no abandonar al pequeño grupo de personas a las que guiaba espiritualmente: como no tenían a dónde ir, se quedó con ellos. Los responsables de una antigua mezquita cercana le trajeron sus documentos más antiguos: confiaron su patrimonio centenario al sacerdote jesuita, seguros de que en sus manos su tesoro permanecería a salvo. De hecho, esos documentos sobrevivieron a la guerra.
P. Frans también pudo enviar mensajes desde la Homs ocupada. En abril de 2012, la revista flamenca Streven publicó un relato de la Semana Santa y Pascua que celebró: «Hace unas seis semanas, acogimos en nuestra casa a siete familias, unas 40 personas en total. Nos convertimos en una gran familia, todos utilizamos la misma cocina. A estas personas les apetecía celebrar el Domingo de Ramos con los pocos cristianos que quedaban, en su mayoría ortodoxos. Los invitados musulmanes limpiaron la iglesia para nosotros. Estaban todos allí con sus hijos, con sus mejores galas. Uno de ellos era un imán, y le pedí que leyera un pasaje del Corán. Lo hizo con gran entusiasmo, y luego pronunció una breve exhortación sobre la fraternidad. Y cuando llegó el momento de la comunión, algunos de ellos también se acercaron, y todas mis ideas dogmáticas (si es que tenía alguna) se desvanecieron en ese momento.
«Una semana después, vino la Pascua. Todos de nuevo en la Santa Misa. Muerte, resurrección de la vida: su fe pascual les sale natural. Lo han perdido todo, pero no su fe en la vida. Aún saben sonreír, ayudar a los demás, hacer felices a los niños. Han atravesado el valle de la muerte desnudos y con las manos vacías. Aquí la fe no es artificial, sino que brota de las profundidades de la tierra.
«Una vez llevé a un grupo de personas en mi vieja furgoneta Volkswagen de 1976. Les pregunté adónde iban. Me explicaron que habían huido de su pueblo e intentaban llegar a Damasco. Les pregunté: ¿Tienen amigos o familia en esa ciudad? No, respondieron, pero debe de haber algunas almas buenas. Lo habían perdido literalmente todo, pero no su fe en la bondad de las personas. Y hay que decir que los refugiados suelen ser bien recibidos por los musulmanes. La parábola del buen samaritano está grabada en nuestra sangre»[2].
En enero de 2014, se grabaron imágenes del padre Frans haciendo dramáticos llamamientos para conseguir alimentos y la posibilidad de abandonar la zona de forma segura. Probablemente no era libre de expresar todo lo que quería decir. En esas imágenes se podía ver que su salud se estaba deteriorando y que tenía moratones en la cara: el hambre había hecho mella, pero el P. Frans se había negado a cooperar con las personas que intentaban obligarle a decir lo que querían que dijera en televisión.
La Muerte
Tres días antes de que lo mataran, nos pusimos en contacto con él por teléfono. Nos dijo que el asedio acabaría pronto, y tenía razón: una semana después se levantó, entraron suministros en la ciudad y la gente pudo salir de la zona ocupada. En aquella llamada telefónica, aquel viernes, le invitamos a regresar a su país para descansar, comer y recuperarse. Nos contestó que lo haría, pero que antes iría a Damasco a renovar su visado, para asegurarse de que podía volver.
El lunes 7 de abril de 2014 Frans fue asesinado a las puertas de la casa de los jesuitas en Homs. Al día siguiente fue enterrado en el jardín. Pocos días después terminó el asedio de Homs y civiles y combatientes pudieron abandonar la ciudad.
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La víspera de su muerte, el P. Frans había enviado el que sería su último mensaje: «Les doy algunas noticias sobre nosotros en Homs. Los cristianos de aquí se preguntan: “¿Qué podemos hacer?” No podemos hacer nada. Que Dios nos ayude. Un hombre no puede hacer nada, pero puede creer que Dios está con él en sus dificultades, que Dios no le abandonará. […] En estas circunstancias de necesidad y hambre experimentamos la bondad de las personas. Los que ya no tienen nada encontrarán un poco de grano y lentejas en la puerta de su casa. Si uno ya no tiene nada, debe aceptar y descubrir la bondad de los demás. Vemos el mal a nuestro alrededor, pero eso no nos impide ver la bondad de los demás; el mal no debe expulsar la bondad de nuestro corazón. Nos preparamos para la Pascua, para el paso de la muerte a la vida. La luz brilla desde una cueva oscura; el que se asoma a las tinieblas verá una gran luz. Ésta es la resurrección que deseamos para Siria… Ila l-amam, sigamos adelante»[3].
A su muerte, el mundo reaccionó con tristeza y dolor, porque este hombre de paz fue asesinado con armas. De las imágenes que le habían retratado hablando desde su casa y su iglesia de Homs durante los meses anteriores, se tomaron las imágenes que acompañaron la noticia de su muerte.
Conclusión
El Papa Francisco recordó al padre Frans durante la audiencia general del 9 de abril de 2014: «El lunes pasado, en Homs, Siria, fue asesinado el padre Frans van der Lugt, un hermano mío jesuita holandés de 75 años, que llegó a Siria hace casi 50 años, y siempre hizo el bien a todos, con gratuidad y amor, y por eso era amado y estimado por cristianos y musulmanes. Su brutal asesinato me llenó de profundo dolor y me hizo pensar en el gran número de gente que sufre y muere en ese atormentado país, mi amada Siria, ya desde hace demasiado tiempo víctima de un sangriento conflicto, que sigue sembrando muerte y destrucción. Pienso también en las numerosas personas secuestradas, cristianos y musulmanes, sirios y de otros países, entre los cuales se cuentan obispos y sacerdotes. […] De corazón os invito a todos a uniros a mi oración por la paz en Siria y en la región»[4].
Más de 20 años antes, el padre Frans había publicado un folleto en árabe en el que hablaba del fracaso y del éxito. En aquellas páginas, reflexionaba sobre el significado de la cruz: «Jesús fue crucificado por el odio de los hombres; en respuesta, Cristo demuestra que Dios no sólo ama a los hombres cuando somos buenos, sino que nos ama de todos modos. Dios sólo puede ser fuente de amor: da su agua viva a todos. El odio de sus enemigos alimenta el fuego de su amor. En la cruz, Cristo fue como una rama florecida, que ofrece su perfume a todos los hombres, incluso a los que la cortan.
«El sol del amor de Dios puede verse en la cruz de Cristo. El sol sale para iluminar y fortalecer a los buenos. Y sale sobre los malos para invitarlos a convertirse en hijos de Dios. Cuando Jesús agonizaba en la cruz, Dios no le dejó solo: allí estalló su amor con toda su fuerza. La cruz es la culminación del éxito del amor de Dios. Algunos dicen que Cristo nos salvó por su sufrimiento; pero esa fuerza salvadora suya no vino de su sufrimiento: la fuerza con la que nos salvó brotó de su amor divino»[5].
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P. Begheyn (ed.), Frans van der Lugt SJ 1938-2014. Bruggenbouwer en martelaar in Syrië, Nijmegen, Valkhof Pers, 2015, 31. ↑
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Ibid., 67. ↑
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Ibid., 75 s. ↑
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Francisco, Audiencia general, 9 de abril de 2014, en https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140409_udienza-generale.html ↑
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F. van der Lugt, Wie ben jij, o liefde, al cuidado de Cilia ter Horst, Utrecht, Kok, 2019, 38 s. ↑
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